El ciclón
El cambio de nombre de la ciudad y su relación con el ciclón
Para los dominicanos, a pesar de que cada año durante los meses de la primavera, verano y otoño, el movimiento circular que se produce al entrechocar corrientes frías y calientes del atlántico subtropical levantando grandes masas de agua que, como un torbellino gigantesco, nacen y se desarrollan frente al Brasil, es un ciclón con nombre propio que hace un recorrido devastador alimentándose de las aguas cálidas del Caribe para crecer y arrasar, a su paso, los islotes, islas y cayos que demarcan el gran lago que la geografía conoce como mar Caribe.
A esa gigantesca masa de aire y agua que gira a gran velocidad destruyendo todo cuanto le ofrece resistencia nuestros aborígenes taínos le llamaban “huracán”, un vocablo que también adoptaron el inglés y otras lenguas europeas. Para nuestros aborígenes ese fenómeno natural que cada año, con menor o mayor intensidad, amenaza a las Antillas mayores y menores; el golfo de México, la Florida, la Luisiana y las Carolinas del norte y del sur y, si la furia es muy grande, puede llegar hasta Nueva York como sucedió no hace mucho.
En nuestra lengua nos inclinamos más a llamarle “ciclón” a los huracanes como sí al desechar la palabra taína también desecháramos la connotación de castigo divino que le atribuían los pacíficos aborígenes de la Española, de Borinquen, Cuba y otras islas más al sur.
Después de la caída de la dictadura de Trujillo en 1961, recuerdo, hubo dos huracanes: Flora e Inés. Tenían nombres femeninos. El devastador ciclón David, reforzado por la no menos terrible tormenta Frederic dejaron un saldo de centenares de muertos y cuantiosos daños materiales mucho más importantes que las víctimas de aquel ciclón San Zenón del cual el próximo 3 de septiembre, se cumplirán 93 años de su paso por Santo Domingo, entonces una aldea de casas de madera incapaces de resistir a la violencia de aquel gigantesco volumen de aguas y vientos circulares que los meteorólogos llamaron “San Zenón”. Desde ese miércoles nefasto del 3 de septiembre de 1930, en República Dominicana, para jóvenes y viejos, “ciclón”, designa simplemente al San Zenón.
Esa catástrofe natural que figura en los anales de la historia junto al crack de Wall Street de 1929 que, ¡vaya paradoja! favoreció al recién comenzado gobierno de Rafael Trujillo. Lo que para las víctimas del devastador huracán, que en unas horas destruyó la centenaria ciudad de Santo Domingo, fue una tragedia inolvidable que se mantiene en la memoria colectiva dominicana como si ese cataclismo natural hubiera ocurrido recientemente. Esto tiene una explicación.
La indefectible actualidad del San Zenón se la dio la dictadura de Trujillo y sus turiferarios que dos años después de la tragedia lograron que Trujillo fuera declarado por el Congreso nacional “benefactor de la Patria” agregándole a “Patria”, ¡vaya usted a saber! tal vez por respeto a los Trinitarios, el adjetivo “nueva”. Políticamente, hay que reconocerlo, el primer gobierno de Trujillo comprendió y aprovechó la oportunidad que le daba el desastre ocasionado por El Ciclón y, ni corto ni perezoso, emprendió la construcción, reconstrucción y atribución de viviendas a los damnificados y tuvo éxito: se levantaron edificaciones de concreto desde la ría occidental del Ozama hasta poco más allá de la puerta de La Misericordia, en el espacio que comprende hoy la calle arzobispo Portes, el malecón y la Fabio Fiallo, creando un muro de edificios aptos para enfrentar los futuros huracanes. Ese frente de viviendas es el que conocemos hoy como “Ciudad Nueva” cuyas casas, construidas con arena de mar, dejan ver hoy día lo que sucede cuando se construye con la rapidez que busca éxito político como fue la puesta en acción, por primera vez en la historia dominicana, de la “política de varilla y cemento”.
Desde entonces, los gobiernos post dictadura han mantenido esa política de “varilla y cemento” (verbigracia Balaguer, 1966-78), soslayando otros sectores que podrían contribuir mejor al desarrollo del país.
Pero la egolatría de Trujillo no se conformó con el título de “benefactor de la Patria nueva” y sus turiferarios lo sabían, entonces le sugirieron, entre otras alabanzas para inflarle su ego, el cambio de nombre de la más vieja capital del Nuevo Mundo. Primero, por pura coquetería, lo rechazó. Pero no tardó en aceptarlo y en 1936 la centenaria Santo Domingo, pasó a llamarse, hasta finales de 1961, “Ciudad Trujillo”.
Prueba de esta megalomanía del dictador es el obelisco en honor al cambio de nombre de la ciudad que hoy sirve para representar mártires de la tiranía y resistir los vientos de eventuales tormentas y ciclones, así como el salitre del mar Caribe.
Según la leyenda, el Trio Matamoros estaba de gira en Santo Domingo en septiembre de 1930 y a su regreso a Cuba compuso un son que no ha perdido fama y ha servido también de combustible a la actualidad del Ciclón. Ese melodioso y pegajoso son que termina con estos versos: “Cada vez que me acuerdo del ciclón/ se me enferma el corazón […]/ los muertos van a la gloria/ y los vivos a bailar el son”. Pero así no termina la historia, como decía Matamoros, “de tan tremendo ciclón”, porque los vivos serían víctimas igualmente de una de las dictaduras que sacó mucho provecho del “tan tremendo ciclón”, como cantan los Matamoros: ¡la dictadura de Trujillo!
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