¿Por qué los dominicanos no leen?
No existen mediciones sobre la lectura en el país
No existen mediciones sobre la lectura en la República Dominicana. Los índices globales y regionales disponibles están desactualizados o son poco fiables.
Algunos, como el The NOP World Culture Score Index, no reportan datos sobre el país. Para que se tenga una idea del entorno global, según este instrumento, de un total de treinta países la India es el que más horas semanales le dedica a la lectura, con un promedio de diez horas con 42 minutos; Corea del Sur es el último de la lista, con apenas tres horas y seis minutos. Extrañamente, países con excelentes sistemas educativos, como Finlandia, Noruega y Dinamarca, no aparecen en el top ten conformado por India, Tailandia, China, Filipinas, Egipto, República Checa, Rusia, Suecia, Francia y Hungría.
En el ranking de lectura de América Latina del 2021, la plataforma de venta de libros Buscalibre reveló que Argentina y Chile son los países que más leen, con cinco libros por persona en promedio al año. Le siguen México (3.4), Colombia (2.7) y Perú (1.2).
La distribución y venta de libros no escolares en la República Dominicana es monopolista. Y no porque haya restricciones a la competencia en el mercado, sino por la escasez de la demanda. De manera que las ventas anuales de ese oferente nos pueden arrojar alguna idea sobre el consumo del libro, un artículo caro para la capacidad adquisitiva media. Lo cierto es que la lectura no es una práctica de hábito; corresponde a una afición de élite.
Duré veintiocho años como docente universitario. Entre mis estudiantes, de perfil social medio y alto, solía hacer rastreos empíricos sobre los niveles de lectoría y puedo afirmar que, a pesar de las negaciones en acceso, las generaciones de los 80 y 90 mostraban más interés por las lecturas no curriculares que las de los 2000 y hasta el 2015, año en que abandoné las cátedras. Se trata de una observación sin rigor técnico, pero con cierto seguimiento metódico.
La incorporación de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) ha permitido el acceso universal a la información fácil y rápida en cualquier formato a través de ordenadores, teléfonos, tabletas y televisores. De manera que las generaciones de hoy tienen posibilidades impensadas hace treinta años: permiten la compilación, el procesamiento, el almacenamiento, la transmisión de voz, datos, texto, video e imágenes. Imaginar que a través de un teléfono se podría tomar fotos, escuchar música o descargar en minutos cualquier libro, sin importar el idioma, era como hablar de ciencia ficción en los años dorados de mi juventud.
Si hoy se cuenta con esas oportunidades ¿por qué se lee tan poco en la República Dominicana?
No se lee mucho porque no hay un entorno consistente de estímulos en el hogar. El apetito por la lectura se despierta precozmente. No se trata de una afición ocasional; es una disciplina que demanda tiempo y ocupación, disposiciones que no siempre concilian con la dinámica de vida ligera y rápida de nuestros tiempos.
Leemos poco porque nuestro sistema educativo no induce al hábito. La literatura, como tópico curricular, sigue atada a una perspectiva teórico-histórica y no de lectura crítica. Tampoco desde el Estado se promueve una atención cultural relevante que descubra tempranamente el talento. Hacer, cada dos años, un concurso escolar de literatura que publique, por niveles, las producciones ganadoras, cuesta tan poco y tendría, a mi juicio, más valor que las propias ferias del libro. De ahí saldrían nuestros futuros escritores y los expondrían desde sus inicios al escrutinio y seguimiento de productores editoriales y gestores culturales, al tiempo de enriquecer, con sus creaciones, el acervo literario dominicano.
No se lee por el predominio de una cultura sensorial soportada en la estimulación audiovisual. La complacencia de los sentidos es hoy la más poderosa industria de consumo en una sociedad emotiva y con tendencias hedonistas. Explota la libertad de ver, oír y sentir. Es música, cine, arte y entretenimiento. Eso explica el contenido explícito, el aparente desprecio por las imágenes del lenguaje, la liberación de la censura, la erotización visual, la “desmitificación” de valores artísticos tradicionales.
Los libros compiten así con todas las plataformas y aplicaciones que trasmiten contenidos audiovisuales que son experiencias inmediatas, directas y palpables. Las grandes plataformas de streaming (Netflix, Disney+, Amazon Prime Video, Hulu, Sling TV, HBO Max, Crackle, Peacock) son las grandes “librerías audiovisuales” que, quiérase o no, con sus portafolios de sagas, series y thrillers le roban mercado, penetración e interés al libro.
Y es que, a pesar de que el lenguaje audiovisual es más completo, ya que armoniza recursos lingüísticos, sonido e imágenes en movimiento (planos, posiciones y desplazamientos), el lenguaje literario es más rico: construye la imaginación, alienta la abstracción, mejora la comunicación oral y escrita, potencia la atención y enriquece la cultura.
Otro problema serio es la producción editorial. El déficit de la lectura desalienta el negocio. No contamos con importantes sellos. Los que existen son emprendimientos artesanales motivados más por inspiración (o nobleza) cultural que por intención lucrativa. Los escritores constituyen una casta dispersa, desconectada y anónima desterrada en un mundo de soledades y abstracciones. Algunos publican de 200 a 800 ejemplares detrás de una premiación que les dé alguna visibilidad en un mundo rendido a los influencers o que les afirme su inflada autoestima.
A pesar de que el lenguaje audiovisual es más completo, ya que armoniza recursos lingüísticos, sonido e imágenes en movimiento (planos, posiciones y desplazamientos), el lenguaje literario es más rico: construye la imaginación, alienta la abstracción, mejora la comunicación oral y escrita, potencia la atención y enriquece la cultura.
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