Población, pobreza y emigración

La población mundial crece a ritmo de vértigo y los recursos materiales siguen siendo finitos por más que la tecnología pugne por estirarlos.

La población mundial crece a ritmo de vértigo y los recursos materiales siguen siendo finitos por más que la tecnología pugne por estirarlos. La lúgubre visión malthusiana proyecta su sombra inquietante.

Si los continentes estuvieran apoyados en superficies flexibles que se doblaran con el peso que resisten, la parte de Asia hace tiempo que se hubiera hundido por la carga desproporcionada de población que sostiene.

En 2020 el planeta soportaba 7,481 millones de habitantes (En 2023 sobrepasa los 8,000 millones y un bebé dominicano recibió ese número en su nacimiento). De ese total Asia tenía el 59%, distribuido sobre todo en La India y en China. Le seguían África con el 17%, Europa con el 10%, América Latina con el 8%, América del Norte con el 5% y así sucesivamente.

Para 2050 se proyecta que la población mundial sobrepasará los 9,700 millones. Asia perdería participación. Quedaría en un elevadísimo 55%. África daría un estirón y se situaría en el 26%. Europa bajaría al 7%. América del Norte disminuiría al 4%. Y América latina mantendría su proporción.

La riqueza mundial se concentra y no se corrigen desigualdades profundas. Un puñado de multimillonarios posee, en forma individual, capital, títulos y acciones que multiplican por un factor cercano al dos la producción total de bienes y servicios de todo un año de países como la República Dominicana.

Hay continentes o porciones de continentes o países con nivel de vida muy alto, verbigracia Europa o América del Norte, o Japón en Asia. En cambio, hay otros de pobreza extrema como es el caso de África y parte de Asia. O Haití en América. A la vez los países de altos ingresos no son tan poblados y en algunos casos su población está reduciéndose.

En teoría si hubiera libre movilidad de los factores el capital y el trabajo se moverían para ser utilizados donde más se les requiriera. En el mundo de hoy el capital fluye sin restricciones (no siempre fue así), pero no la mano de obra, limitada por las cuotas de visas y constreñida a los límites de las fronteras respectivas.

En los últimos decenios se ha producido un desbordamiento de las fronteras, asimilable al asalto de los bastiones romanos protagonizado por los bárbaros que terminaron por provocar la caída del imperio.

El pobre de solemnidad, y quienes no lo son tanto, se están moviendo hacia la tierra prometida, el norte de América y Europa, hacia la que su propia biblia, tallada en el barro de la dura miseria que los asola, les señala. Y lo hacen en oleadas que burlan las barreras legales y de custodia fronteriza.

La frontera sur estadounidense se ha convertido en escenario de largas caravanas de migrantes que luchan por traspasarla. Muchos caen. Otros mueren. Una parte logra ingresar al territorio. En Europa, el mediterráneo se ha convertido en cementerio de miles y miles de emigrantes que naufragan antes de llegar a la tierra prometida. La inmensa mayoría llega a su destino y es absorbida por las economías europeas como seres de segunda clase.

En Francia, descendientes de inmigrantes, sobre todo árabes, nacidos en Francia, se quejan de vivir en una especie de subcultura que es discriminada. No terminan de ser asimilados por esas sociedades, tal vez porque el flujo de llegadas sigue en ascenso y las nuevas oleadas causan rechazo creciente en esas naciones.

Tal vez lo apropiado sería que el mundo desarrollado contribuyera eficaz y decididamente a crear condiciones de prosperidad en el mundo subdesarrollado para que sus habitantes permanecieran en su territorios y se evitara la presión intensa que se ejerce sobre sus fronteras. Se diluiría así el complejo proceso de asimilación de gente de costumbres y mentalidades diferentes.

Lo apropiado no siempre triunfa. El egoísmo individual y el afán de poseer cada vez más terminan imponiéndose.

Si los países desarrollados no contribuyen decididamente a reducir la pobreza en el mundo subdesarrollado, no solo seguirán en aumento las tensiones que sufren a lo interno (el caballo de Troya está adentro), sino que verán peligrar su modelo de bienestar e irán degenerando, acostumbrados como ya están a que el inmigrante haga el trabajo y sus mujeres paran los contingentes de población que terminarán desplazándolos.

La República Dominicana no es ajena ni inmune a este embrollo.

Para colmo, ha surgido un antagonista formidable: el avance de la inteligencia artificial amenaza con dejar sin trabajo sobre todo a quienes solo tienen como activo su mano de obra, y que son los más pobres. Y esto puede que haga más complejo erradicar la pobreza.

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.