El irrevocable veredicto del jurado
Cuando un jurado premia una obra como “novela” hace explícito lo que considera que debe tener una novela para ser considerada como tal.
A finales de 1938 o inicios de 1939, más de un año después de su carta de renuncia al cargo en la Dirección de Estadísticas a Trujillo, Juan Bosch se permitió enviar, bajo seudónimo, un cuento (“El socio”), al concurso que organizaba el Ateneo dominicano de la entonces Ciudad Trujillo. El texto aludía evidentemente al dictador.
Al jurado destapar el sobre que guardaba los seudónimos de los autores y confrontarlo con el del texto reconocido por el premio, no fue pequeño su estupor al ver que Bosch era el autor. Virgilio Díaz Ordoñez, presidente del Ateneo, asumió la responsabilidad de respetar la decisión del jurado y sin medir las consecuencias declaró a Bosch ganador. Trujillo ni ningún otro de sus adláteres propusieron la revocación del veredicto ni el jurado tampoco fue molestado como era usual durante los 21 años que le quedaban por delante a la satrapía, aunque nunca más ningún otro exilado o “desafecto” recibiera galardón alguno. Se le pidió incluso a la OEA que no difundiera ni elogiara la brillante obra literaria de Bosch.
Más de medio siglo después de la premiación de “El socio”, en 1993, casi al final de la década que iba a completar los 22 años de gobierno de Joaquín Balaguer, un exceso de celo de la entonces secretaria de Educación, Jacqueline Malagón, decidió no respetar la decisión del jurado premió Los que falsificaron la firma de Dios, de Viriato Sención, como la novela ganadora. Inexplicable porque ese nuevo gobierno de Balaguer no era semejante al represivo “gobierno de los doce años”, aunque la obra de Sención se referiría a intimidad de la casa del presidente Balaguer y su entorno familiar durante “los doce años”. Una novela, como la catalogó uno de sus exégetas, de chismes. La inoportuna decisión de la ministra de Educación dio categorías que la obra en sí no tenía y Los que falsificaron… se convirtió en uno de los mayores éxitos de librería jamás alcanzado por una novela dominicana. A decir verdad, ¡no era para tanto!
El jurado protestó, los intelectuales también. Balaguer, como siempre, se encerró en su mutismo.
En los albores del siglo (2008), Aída Trujillo Ricart, una de las hijas de Ramfis, obtuvo el Premio de Novela con A la Sombra de mi abuelo, por decisión unánime de un jurado internacional integrado por el mexicano Jorge Volpi, el salvadoreño Manlio Argueta y el dominicano Roberto Marcallé Abreu. No es difícil imaginarse lo que significó ese veredicto en un país en que el elogio a Trujillo, su vida y dictadura, están prohibidos por ley; sin embargo, la irrevocable decisión del jurado fue respetada. Se criticó la obra, ¡qué no era novela! Qué esto, qué aquéllos. No importa. Se le concedió el galardón y parece que primó en el jurado que después de la publicación completa de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, la definición de “novela”, había tomado otros derroteros.
Además, cuando un jurado premia una obra como “novela”, por ejemplo, hace explícito lo que considera que debe tener una novela para ser considerada como tal. De esa provocadora decisión se volvió de nuevo al jurado completamente nacional, pues que hubiera un mexicano y un salvadoreño en el jurado, no les permitía juzgar las consecuencias de semejante decisión. Al menos esos jurados tenían criterio y una obra novelística reconocida en sus respectivos países, Marcallé Abreu es la prueba. Lo que cuenta Aída Trujillo en A la sombra de mi abuelo es una ficción plagada de efectos de realidad y elementos autobiográficos y con lo fundamental en toda obra literaria, un buen manejo del español y de la narración.
Desde que se regresó a la modalidad de un jurado autóctono, participar en un concurso literario (no importa la disciplina), es lo mismo que jugar un billete de lotería ya que por razones evidente se mantiene bajo estricto secreto el nombre de los que integrarían los diferentes jurados y es natural; sin embargo no es justo que personas sin obra de considerable valor ni formación literaria a la altura que su función les exige puedan juzgar cierta cantidad de obras que son sometidas a su consideración. Aquel que se aventura a ser valorado por incompetentes en la materia que se inclinan siempre (premio nacional de novela, precisamente), por la narración de un acontecimiento estrechamente relacionado con eventos de nuestra historia reciente. Un jurado que no toma en cuenta el manejo de nuestra propia lengua ni ciertos elementos de la construcción misma de la historia que nos es contada, sobre todo cuando una novela que se dice “histórica” no respeta la cronología de los hechos que narra, cuando lo fundamental en la historia es la cronología de los hechos. En lo que concierne al efecto de realidad se puede hacer todo lo que el autor quiera, pero debe respetar la línea de tiempo, porque esa es una barra tan rígida que la ficción no puede romper. Un jurado que se respete debe mantenerse alerta con las leyes fundamentales de nuestra lengua como son el respeto por la sintaxis y la concordancia de los tiempos verbales, por ejemplo. Sin olvidar que la técnica de la novela, a pesar de todas las libertades que Proust se tomó en su En busca del tiempo perdido, está igualmente en la construcción de los personajes y evitar hacer de la obra un confuso mamotreto. Cuando una novela con todos estos defectos es premiada me pregunto si debe respetarse el principio de la “decisión irrevocable del jurado”. Suivez mon regard.
Al jurado destapar el sobre que guardaba los seudónimos de los autores y confrontarlo con el del texto reconocido por el premio, no fue pequeño su estupor al ver que Bosch era el autor. Virgilio Díaz Ordoñez, presidente del Ateneo asumió la responsabilidad de respetar la decisión del jurado y sin medir las consecuencias declaró a Bosch ganador. Trujillo ni ningún otro de sus adláteres propusieron la revocación del veredicto ni el jurado tampoco fue molestado como era usual durante los 21 años que le quedaban por delante a la satrapía, aunque nunca más ningún otro exilado o “desafecto” recibiera galardón alguno. Se le pidió incluso a la OEA que no difundiera ni elogiara la brillante obra literaria de Bosch.
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