De Elon Musk a Twitter: ¿Libertad o poder?
Las redes sociales son una tentación para millonarios y gobiernos
Una de las prácticas comunes y recurrentes del presente es juzgar desde nuestro estrecho marco de referencia, sin informarnos previamente de forma adecuada. Igualmente, la llamada “corrección política” formalista se ha hecho una costumbre cuasi religiosa. Mucho “buenismo” y poca ética, mucha superficialidad y poca profundidad. La inquisición ya no es tarea exclusiva de las élites religiosas del pasado, ahora es expresión de los medios digitales, se twittea.
Ni la repetición ni el hábito explican la verdad sobre los hechos ni las cosas, solo explican una convención o una costumbre. De tanto pontificar hemos confundido el sermón con el conocimiento científico.
La presente reflexión está motivada por la oferta de Elon Musk para adquirir Twitter, por la suma de 43,000 millones de dólares, que ha generado aplausos y rechazos. Esta plataforma de intercambio de información es una de las más influyentes del mundo, que en los últimos años ha sido cuestionada desde el paradigma de la libertad de expresión.
Ante la oferta, el consejo de administración de Twitter adoptó una estrategia clásica denominada “píldora venenosa” (poison pill), que consiste en un plan temporal de la defensa de los derechos de los demás accionistas de Twitter, distintos a Musk, para que tengan la opción de adquirir más acciones de la empresa a un precio relativamente barato, limitando efectivamente la participación de Musk. Dicha disposición se activa si este o cualquier otro inversor adquiere (o pretende) poseer más del 15% de las acciones de la corporación. Musk posee actualmente el 9.2% de las acciones, dicha estrategia busca dificultar la adquisición unilateral de la corporación.
Al revisar las opiniones de los analistas tecnológicos sobre esta inversión y su efecto en el mercado, constato que sus opiniones están divididas. De entrada, implica una diversificación del portafolio de inversiones de Musk y un crecimiento de esa inversión en mil millones de dólares por la subida de precios de dichas acciones. Ahora bien, aunque la disposición de asumir la “píldora venenosa” como mecanismo corporativo de defensa contra potenciales adquisiciones no detendrá la oferta, sí podría encarecer la compra de la compañía y forzar a Musk a sentarse en la mesa de negociación con el consejo de dirección.
En empresas cotizadas en bolsas este dilema es habitual, nada nuevo bajo el sol. Ni la oferta agresiva (hostile takeover) de Musk se debe satanizar ni mucho menos la defensa del consejo de directores. Ambas decisiones de implicación estratégica, no son buenas ni malas en sí mismas.
En el pasado Google compró YouTube, Mark Zuckerberg compró Instagram y luego WhatsApp, que Elon Musk quiera comprar Twitter es parte del juego actual de acumulación de poder e influencia.
Ahora bien, lo que sí es relevante son dos cosas: primero, la evidencia de que la “New Economy” y las “BigTechs” son el nuevo gran escenario de puja por el poder global. Ya no lo es solo la industria militar, de energía y ni el tradicional y poderoso sector financiero. Son las grandes empresas tecnológicas las que lideran el mundo, en términos de valoración (valuación) económica y en influencia social, política y cultural.
Google y Facebook con una base de usuarios de miles de millones de personas, son naciones virtuales con un nivel de conocimiento de cada usuario que cualquier gobierno (autoritario o no) desearía tener. Para darles una idea, las redes sociales chinas, como Wiebo, Douyin o Zhihu comenzarán a mostrar la ubicación de los usuarios en sus perfiles a partir de sus direcciones de IP, así podrán rastrear rápidamente a los usuarios en caso de emitir críticas contra el gobierno. Por su parte, Google sabe qué haces todo el tiempo, a quiénes sigues, qué escribes, qué compartes, con quiénes hablas, sabe hasta tus estados de ánimo. Sabe todo de sus usuarios. De hecho, la plataforma de inteligencia artificial de Facebook ha desarrollado aproximadamente 10 mil algoritmos de medición en comportamiento en redes, los cuales son capaces de identificar no sólo si eres tú o no quien ha subido una foto, sino dónde y con quiénes estas, a quiénes vinculaste a esa foto y en esencia tus conexiones más cercanas y personales. Pueden saber incluso tu estado de ánimo, pues estos 10 mil parámetros de medición indicaran con qué fuerza manipulaste el teclado de tu computadora. Es tan potente que será capaz de predecir comportamientos personales con un 70% a un 90% de precisión.
Musk, que tiene más de 80 millones de seguidores en Twitter, el 25 de marzo recién pasado, lanzó una encuesta en esa plataforma que decía: “La libertad de expresión es esencial para una democracia que funcione. ¿Crees que Twitter se adhiere de manera rigurosa a este principio? Y agregó abajo: “Las consecuencias de esta encuesta serán importantes. Por favor, vota con cuidado”.
Un poco más de un 70% voto por el NO. Es decir, que según esa encuesta en que participaron más de 2 millones de usuarios, Twitter no respeta la libertad de expresión. Fue entonces cuando hizo la oferta de comprar Twitter.
Esto nos lleva al segundo punto importante, cómo dirigir empresas privadas, de tipos “BigTechs”, cuya gestión afecta e influye abierta y directamente en la opinión pública. Sin ser estas empresas productoras de contenido, sino “simples plataformas de transmisión” de contenidos de terceros.
En ese contexto Musk, de manera contradictoria, afirma que desea comprar Twitter para que sea un baluarte de libertad y transparencia, al mismo tiempo busca sacarla de la cotización en la Bolsa de Valores y convertirla en empresa de inversión privada. Es decir, llevarla de una empresa abierta, pública y obligada a la transparencia que se requiere para mantener su cotización en la bolsa, a una empresa privada liberada de esas obligaciones, con lo cual su discurso de libertad y transparencia podría perder legitimidad.
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