Solidaridad navideña

La fragilidad de la felicidad en la temporada de celebraciones

La Navidad es, por excelencia, un tiempo de recogimiento familiar y júbilo compartido, una época en la que los hogares se iluminan y los corazones se abren al calor de la convivencia y la esperanza.

Es un momento único en el calendario, donde la alegría de reencontrarse, estrechar manos, abrazar parientes lejanos y celebrar la vida en común adquiere un valor singular. En medio de villancicos, luces y sonrisas, se evoca también la memoria de tradiciones que nos anclan a nuestra identidad y a nuestras raíces.

Sin embargo, esta temporada de felicidad no es ajena a la tragedia. Los desastres, los accidentes y las pérdidas humanas —desde catástrofes naturales hasta hechos inesperados— adquieren en estos días una dimensión más cruda y profunda.

La Navidad, en su íntima fragilidad, amplifica el dolor porque contrasta con el paisaje festivo que nos rodea y nos recuerda que la alegría puede ser efímera. Por eso, la preocupación y la solidaridad se convierten en respuestas naturales: nos movilizan a tender la mano, a acompañar al afligido, a brindar consuelo y esperanza a quienes sufren. El espíritu navideño, más que luces y regalos, es un compromiso con la compasión y la fraternidad que nos define como sociedad.

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