Ahora se llama Stephora

Cada cierto tiempo, la negligencia en la República Dominicana, como un camaleón, cambia de aspecto y protagoniza nuevos sucesos

Stephora Anne-Mircie Joseph. (Fuente externa)

En este país se baila merengue, se come mangú y se respiran aires frescos de negligencia. Nunca es vieja, nunca es oculta.

Permanece clavada en los corazones de las familias de las víctimas y se mantiene vigilante para, de forma abrupta pero predecible, anotar nuevos nombres en su lista.

A veces son 236, 9, 6… y otras es solo una, como Stephora Anne-Mircie Joseph, la única hija de su madre.

Dentro de todo el universo de negligencia que puede señalarse en este caso, quedémonos con aquello que aún no puedo procesar: elegir desde un primer momento mentirle a una madre, dilatar su dolor y tirar por el suelo el honor que, como humana, merecía su hija.

Sabemos que una vez más una madre llora, que una inocente ya no vive, que las más altas autoridades del Gobierno se pronunciaron al respecto y que nada de eso pareció bastar. Nunca ha bastado, nunca ha sido suficiente.

Cronología del caso Stephora Anne-Mircie Joseph

Tal vez con los fuegos artificiales sí. La ley 340-09 para el Control y Regulación de los Productos Pirotécnicos, promulgada en 2009, es de las pocas que ha logrado poner punto final a tragedias en cadena.

En palabras de su madre, Lovelie Joseph Raphael, entrevistada por el programa El Día el 25 de noviembre, el 14 de ese mismo mes el Instituto de Desarrollo Integral Leonardo Da Vinci, donde la niña estudiaba desde hacía cuatro años, realizó una excursión para estudiantes meritorios.

A las 11:30 a. m., cuenta Lovelie, recibe una llamada de la escuela informando que “la niña se siente mal”. Acto seguido le envían una ubicación de la Hacienda Los Caballos, donde se desarrollaba la actividad.

Al llegar, relata que la recibe un coordinador del centro, diciéndole que la niña estaba con un doctor e indicándole que se calmara. No fue hasta cuatro horas más tarde que vio al personal del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF) y de la Fiscalía, quienes le informaron que debía retirar el cuerpo de su hija al día siguiente.

El mismo cuerpo de su milagro, su bebé arcoíris que llegó después de no una, sino tres pérdidas de embarazo, según contó a Edith Febles detrás de cámaras.

Acciones oficiales y demandas de justicia

Ahí el relato se detiene. Los datos no abundan. Las explicaciones se hicieron esperar al menos veinticinco días, cuando, de acuerdo con el informe 552-2025 del INACIF, correspondiente al 19 de noviembre, Stephora murió por “asfixia mecánica por ahogamiento”.

La tarea pendiente le queda a la justicia dominicana, tal como expresó la institución educativa en su comunicado en redes sociales. Prefirieron emitir condolencias y esperar la investigación judicial, mientras la madre, junto con sus abogados Miguel Díaz y Shesnel Calcaño Mena, exigía respuestas a los cuatro vientos.

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Tuvo que ser 2011 cuando, parada en la piscina durante una excursión escolar, uno de mis compañeros saltó desde fuera y su pie derecho terminó en mi columna vertebral, en la parte superior de mi espalda. 

Perdí la respiración al instante. Por primera vez experimenté la sensación de asfixia: movía mis dedos mientras intentaba alzar mis brazos, pero mi cuerpo no respondía a la conciencia de mi cerebro. 

Una prisión que, por fortuna, duró poco. Ni siquiera estaba sumergida. Estuve de pie todo el tiempo. La profundidad no representó peligro alguno; la imprudencia sí.

A mi alrededor algunos reían; otros, confundidos, me hacían preguntas que la falta de aire no me permitía responder. En menos de un minuto, puedo asumir, todo volvió a la normalidad. 

El chico, igual de confundido, se acercó a pedirme disculpas, pero para él yo solo había recibido un “mal golpe”. Sus disculpas fueron un protocolo social más que un acto de verdadera reflexión o arrepentimiento. 

Su comportamiento no varió después de lo sucedido. Ninguna autoridad escolar presente se enteró.

Son muchas las cosas que ocurren cuando de infantes se trata, tantas que pocas veces se logra siquiera estimar el tiempo. 

Cuando algo falla, la responsabilidad recae inequívocamente en los adultos.

 Egresada de la Universidad Primada de América. Colosenses 3:23-24