Exiliados
De la política al destierro, la persecución a los opositores de Trujillo
Los primeros exilados antitrujillistas fueron figuras prominentes de la Alianza Nacional Progresista, convite formado por el Partido Nacional del general Horacio Vásquez y el Progresista de don Federico Velázquez, que en 1924 se impuso a la Coalición Patriótica de Ciudadanos encabezada por el prestigioso abogado hostosiano Francisco J. Peynado, al postular a sendos líderes en la fórmula presidencial ganadora. Con estas elecciones, realizadas en el marco del Plan Hughes-Peynado mediante el cual se viabilizó una salida política al régimen de Ocupación MIlitar Norteamericana (1916/24), se buscaba normalizar la vida republicana de la nación, antes que los del US Marines Corps levantaran campamento y embarcaran a destino.
Esos 8 intensos años de gobierno norteamericano -culminados con 1 año y 8 meses ensombrerados por presidencia provisional de Vicini Burgos- dejaron profundas huellas institucionales en el plano militar, financiero, arancelario, inmobiliario, sanitario, educacional. Amén de cambios en la concentración de la propiedad azucarera de los ingenios por corporaciones con operaciones en Cuba y Puerto Rico -vinculadas al poderoso Sugar Trust de los refinadores de New Jersey. Asimismo, nos legaron una creciente inmigración de braceros haitianos que reforzarían la más antigua mano de obra cocola, no sólo en la zafra, sino también en los trabajos del Departamento de Obras Públicas dirigido por la oficialidad estadounidense.
Aunque las relaciones entre el caudillo mocano y el repúblico de Guazumal se agrietaron -acelerándose a raíz de la Prolongación que le añadió 2 años al mandato presidencial de Vásquez y que provocara en 1928 la salida de Velázquez como su vice-, el golpe de Estado fraguado por Trujillo y Estrella Ureña, puesto en escena desde el 23 de febrero de 1930 con el asalto concertado a la Fortaleza San Luis y la marcha de los milicianos del Movimiento Cívico hacia Santo Domingo por la Carretera Duarte, lo replanteó todo en el tablero nacional.
El brigadier Trujillo, solapado en su ambición larvada durante el sexenio de Vásquez, tomó el control del tablero, moviendo fichas a discreción, auxiliado por el trabajo febril articulador de los astutos alfiles políticos, el periodista Fello Vidal y Roberto Despradel, a quienes se atribuye la urdimbre estratégica de la jugada final. Dos piezas clave en la primera fase de la Era que ocuparon posiciones de gabinete y luego actuaron en el frente de prensa uno y en la diplomacia el otro.
Todo ello, aunado a la campaña anti continuista -frente a la peregrina idea de reelección de Horacio-, impulsada por Estrella Ureña, Rafael César Tolentino, el licenciado Jafet Hernández, un bisoño Joaquín Balaguer, poetas como Tomás Hernández Franco (quien escribiera con entusiasmo el ensayo La más bella revolución de América), orquestada desde las barricadas de las galeras entintadas del diario La Información de Santiago.
A estos factores, se sumaba la condición calamitosa del viejo caudillo mocano. En franca decadencia, su salud menguante lo llevó a una cirugía renal de urgencia en el Johns Hopkins Hospital de Baltimore, evidenciando a su retorno revestido de apoteosis, las secuelas inmediatas de un cuerpo adolorido en recuperación postoperatoria.
Tras un trajín de negociaciones y simulaciones, de lleva ve y diles desde la Fortaleza Ozama, la Mansión Presidencial y la Legación Americana -fértil material para plasmar en drama tragicómico este episodio cardinal de la historia política dominicana- y bajo un estado de nervios que lo condujo a ampararse durante la crisis bajo el alero protector del ministro americano Curtis, Horacio claudicó. Soltó la prenda del poder formal a su antiguo protegido militar bajo un arreglo de apariencia constitucional que permitió a Estrella Ureña ser ungido presidente provisional por el Congreso. De este modo, de cara a las convocadas elecciones del 16 de mayo de 1930, la antigua fórmula política aliancista sería rearmada, ahora liderada por Velázquez.
Este gozaba de prestigio como hombre de Estado, fogueado en importantes funciones en el tren gubernativo en el área de las finanzas públicas. Siendo efectivo en la concertación de la Convención Domínico Americana de 1907, mediante la cual nuestras Aduanas pasaron al control de EE. UU. a fin de garantizar el servicio de la deuda externa y suplir saldos seguros de fondos al gobierno dominicano, colocando a su vez a cargo de un funcionario norteamericano todo el programa de obras públicas.
Para lo cual se creó la Receptoría General de Aduanas que dirigió con eficiencia durante la mayor parte de los 33 años en que operó, Mr. William Pulliam, un real estadista superior a muchos politicastros del patio a los cuales la historia oficial les ha llenado cuartillas consagratorias por el simple hecho de acomodar sus nalgas ociosas en el parque Colón, bostezar entre pláticas aburridas, destilando críticas contra “la situación”. Como los conceptuara con ojo escrutador e irreverente calificación, el médico, literato y sociólogo Francisco Moscoso Puello en sus textos emblemáticos.
La fórmula aliancista la completaba en condición de candidato a la vice, el Lic. Ángel Morales -ascendente figura del horacismo que había desempeñado funciones públicas y encabezado nuestra legación en Washington, estrechando lazos cercanos con el influyente y afluente diplomático estadounidense Benjamin Sumner Welles, autor del clásico de nuestra historia, La Viña de Naboth: la República Dominicana 1844-1924 (editado en 1928).
Esta fórmula política se retiró de las elecciones del 16 de mayo de 1930, dado el clima de violencia e intimidación contra sus candidatos y partidarios con la intervención directa de efectivos del Ejército y bandas paramilitares como la 42 de Miguel Paulino. Coronada con la burda presión sobre la Junta Central Electoral, a favor de la boleta Trujillo-Estrella Ureña promovida por la Confederación de Partidos, que obviamente resultó ganadora. Las persecuciones contra dirigentes de la Alianza practicadas tras las elecciones alentaron su salida del país, rumbo a Puerto Rico, destino cercano accesible vía viajes regulares de líneas de vapores y lugar tradicional de acogida del exilio dominicano.
Desde 1898 Puerto Rico -la tierra de Hostos que éste soñó enhebrada a Cuba y Santo Domingo bajo una gran confederación antillana- era una posesión norteamericana, cuyo gobernador entre 1929-32 fue Theodor Roosevelt Jr., oficial de la infantería de marina, hijo del célebre presidente de la política de las cañoneras ejecutada en el Caribe y Centroamérica. Quien accedió a los reclamos de Trujillo de mantener bajo estrecha vigilancia a los exilados, denunciados como conspiradores ante la policía por los representantes consulares dominicanos.
En la matrícula de los primeros refugiados figuraban el derrocado presidente Horacio Vásquez y su vice acompañante, el Dr. José Dolores Alfonseca. Igual fue pionero de este exilio el diputado francomacorisano Lic. Luis Felipe Mejía, autor de la obra fundamental para entender este período, De Lilís a Trujillo: historia contemporánea de la República Dominicana, rica en señas testimoniales de los acontecimientos que llevaron al colapso democrático y al surgimiento de la tiranía trujillista. Mejía se radicaría en Caracas, operando un bufete de abogados de sólido prestigio en la patria de Bolívar.
Su hijo Luis Aquiles fue factor determinante en la formación de la Unión Patriótica Dominicana, en las gestiones ante el almirante Wolfgang Larrazábal, tras el derrocamiento de Pérez Jiménez, para equipar un avión con armas y dinero que aterrizaría en Oriente de Cuba, en el que viajaban el Dr. Urrutia Lleó y el futuro comandante de las expediciones de junio del 59, Jiménez Moya -bajo la consigna de primero Batista y luego Chapita. Luis Aquiles, junto a los doctores Jimenes Grullón, Francisco Castellanos, y Paquito Canto, y otros actores del exilio como el PSP, articularon el Movimiento de Liberación Dominicana (MLD) que organizara dichas expediciones, en los campamentos Mil Cumbres y Madruga. Y luego, en Venezuela, facilitaría la finca Choroní para reemprender el esfuerzo de liquidar la dictadura.
También tenían asiento en esta guagua pionera los candidatos aliancistas Federico Velázquez, acompañado por su hijo Guaroa, y su pareja electoral el prestante Ángel Morales, quienes se movilizarían en Estados Unidos con la intención de boicotear el reconocimiento del gobierno de Trujillo-Estrella Ureña por parte del gobierno norteamericano, bajo premisas de usurpación de poder, coacción, comisión de crímenes, entre otras acusaciones.
El Dr. Leovigildo Cuello, casado con Carolina (Conina) Mainardi Reyna, sobrina de Virgilio Martínez Reyna –dirigente aliancista brutalmente asesinado por sicarios junto a su esposa embarazada en San José de las Matas el 1ro de junio de 1930- y sus hermanos Virgilio, Rafael, Luis Emilio y Víctor (Silín). Una pareja que echaría raíces en Borinquen, siempre presta a las campañas del exilio, incluyendo la expedición de Cayo Confites en la cual el galeno jugó papel protagónico como en los esfuerzos unitarios. Progenitores de tres virtuosos galenos que ejercerían su profesión con sobrada generosidad en Santo Domingo, siendo Luis, el mayor, fundador del Centro Corazones Unidos y de la fundación que le dio sustento al proyecto de servicio.
Integraba esta corta relación el Dr. Ramón de Lara, casado con una sobrina de Trina Moya, antiguo director del Hospital Nacional y rector del Instituto Profesional, médico personal de Horacio, quien sería involucrado en una trama conspirativa en 1935 junto a los notorios empresarios Amadeo Barletta, Cochón Calvo, Oscar Michelena, entre otros. Se hallaba igualmente en esa hornada pionera del exilio, Sergio Bencosme, hijo del general Cipriano Bencosme –en proceso de alzarse en la manigua contra Trujillo-, una de las primeras víctimas en NYC del largo brazo criminal del dictador en 1934, confundido con Ángel Morales por el sicario designado, sobrino del diplomático Porfirio Rubirosa casado con Flor de Oro Trujillo. Y apenas empezaba la cosa.
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