Revaloricemos la generación de 1844
De Duarte a Capotillo, los pilares de la identidad nacional dominicana
A diferencia de la revolución liberal e independentista de 1844, la gesta restauradora dos decenios después fue un acontecimiento bélico y político fundamentalmente reconquistador. En consecuencia, el gran mérito de los próceres civiles y militares del épico bienio 1863-1865 consistió mayormente en preservar y reafirmar el inmenso legado político y doctrinal de la generación del 44, que fue la fundadora del Estado dominicano.
Rescatar el estatuto jurídico político de la nación dominicana anterior a la Anexión a España fue, nadie lo discute, una hazaña colosal. Pero, por esa proeza extraordinaria a los paladines restauradores no les corresponde el título de fundadores del Estado-nación, dado que ya dicha entidad había sido proclamada y fundada el 27 febrero de 1844.
Además, por más méritos políticos y lauros militares que hayan acumulado en sus hojas de servicios a la nación, tampoco procede dispensarles el tratamiento de “Padres de la Patria” sencillamente porque ese título supremo pertenece exclusivamente a quienes concibieron y crearon una República libre e independiente de toda dominación extranjera. Transcurrieron más de 20 años para que a los miembros de esa generación libertadora se les dispensara el merecido tratamiento de fundadores de la República.
En su Historia moderna de la República Dominicana (1906), que devino el cuarto tomo del Compendio de la historia de Santo Domingo, el historiador José Gabriel García escribió que fue el 27 de febrero de 1867 cuando “por primera vez, desde que hubo patria, salieron a lucir oficialmente los nombres del inmaculado Duarte y sus ilustres compañeros Sánchez, Mella, Pina y Pérez, como autores principales de la obra magna, asociados a los no menos gloriosos de los que la sostuvieron con ejemplar desinterés en los campos de batalla, y de los héroes invictos de Capotillo, que tanto renombre dieron a la República”.
Del párrafo que antecede se infiere que fue después de la restauración cuando, entre nuestros predecesores, afloraron diferentes grupos de intelectuales aglutinados en los partidos Azul y Rojo (las dos principales formaciones políticas posteriores a la guerra restauradora), que finalmente propusieron diversas fórmulas públicas para conformar el panteón de los héroes nacionales.
Paralelamente comenzó a definirse una conciencia nacional, o, lo que es lo mismo, un sentimiento de adhesión y lealtad hacia el terruño y a lo auténticamente dominicano, que naturalmente propició la necesidad de reconocer la enorme contribución de quienes en el pasado habían hecho posible la independencia nacional.
Se crearon las instituciones educativas clave del sistema escolar básico y superior; surgió una literatura nacional e indigenista; se fundaron periódicos y diversos escritores comenzaron a publicar artículos de opinión sobre el futuro del colectivo; floreció una vigorosa corriente intelectual, al tiempo que se publicaron los primeros libros de historia dominicana; y finalmente se diría que, durante esos años de intensa actividad cultural, la identidad nacional del dominicano adquirió contornos sólidos y definidos.
Los hombres de aquel Febrero inmortal, liderados por el partido trinitario creado por Duarte, y a quienes se unieron los antiliberales o conservadores que al igual que ellos propugnaban una nación libre de la dominación haitiana, fueron quienes integraron la generación de 1844, que nos legó una República libre e independiente de toda dominación extranjera y nos permitió, a partir de esa gloriosa efemérides nacional, comenzar a construir la identidad nacional dominicana.
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