Balaguer y Santana (y 2)
Balaguer dijo que Santana había sido “un apóstata que vendió su propia Patria”
Con frecuencia algunos amigos me cuestionan acerca de las causas que en 1978 indujeron al presidente Joaquín Balaguer a cumplir con el decreto 1383, del 24 de octubre de 1975, que disponía el traslado de los restos del general Pedro Santana al Panteón de la Patria.
La solemne ceremonia de inhumación tuvo lugar el domingo 23 de julio de 1978, cuando apenas faltaban tres semanas para el traspaso de mando a las nuevas autoridades gubernamentales del PRD que encabezarían Antonio Guzmán y Jacobo Majluta.
A raíz de ese hecho, el recordado y admirado maestro Juan Isidro Jimenes Grullón consideró que el polémico traslado respondía a una maniobra política de Balaguer, procurando halagar a las Fuerzas Armadas en cuyo seno había quienes no solo admiraban a Santana, sino que lo consideraban el principal ídolo militar de la independencia.
Recientemente, Diógenes Céspedes, apreciado académico y ensayista, me comentaba que años después Balaguer confesó haber tomado esa decisión para complacer a electores de El Seibo, donde siempre había recibido gran respaldo político, además de que Santana contaba allí con una legión de apologistas encabezada por reconocidos santanistas, como Manuel de Jesús Goico Castro y el vicepresidente de la República, Carlos Rafael Goico Morales, entre otros.
Se recordará que en el decreto 1383, de 1975, Balaguer decidió aprovechar el año 1976, dedicado a “venerar la memoria del fundador de la República, Juan Pablo Duarte”, para realizar un acto de reparación histórica” en favor de la figura histórica de Santana. Balaguer fue más lejos y emitió un juicio especulativo o contrafactual al sostener que, como se trataba de una reparación con un “alto sentido de justicia”, el propio Duarte “hubiera sido el primero en aprobar.” Resulta cuesta arriba pensar que Duarte, quien por obra de Santana y su camarilla padeció inenarrables vicisitudes, lo mismo que su madre y hermanos, habría aprobado la exaltación de Santana al Panteón de la Patria.
En su panegírico, Balaguer dijo que Santana había sido “un apóstata que vendió su propia Patria”; y quien decapitó la República con el mismo sable con el que coronó su frente de victorias”; pero, por otro lado, fue enfático al afirmar que había llegado “la hora de la reparación y de colocar sus méritos por encima de sus errores”. Según el autor de El Cristo de la libertad, la anexión a España fue una fatalidad histórica, pero también el “resultado de una opinión altamente difundida entre las clases conservadoras y entre la mayoría de los dominicanos pensantes de la época”.
Para Balaguer, a despecho de los crímenes de estado cometidos bajo las administraciones de Santana, no era posible substraerse a la atracción de su estatura histórica porque fue “grande frente a Haití, el mayor peligro que ha amenazado en todas las épocas la existencia de la República y esos laureles, aunque manchados por la Anexión, bastan por sí solos para otorgarte el derecho de ocupar un sitial preeminente en el Olimpo de nuestros Dioses”.
En suma: fueron tantos los anatemas de Balaguer contra Santana, que parecería que el discurso derogó el decreto, mas no fue así, porque desde entonces los restos de Santana encontraron su morada definitiva en el Panteón de la Patria. Y, conforme a un popular lema publicitario de los 80, “eso, lo hizo Balaguer”.
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