Andadura de la bruja negra sin maquillaje
Recordando a Maryse Condé, la voz literaria que desafió la colonización y el machismo
Escuché hablar de Maryse Condé hacia fines de los años noventa. Pronto, la perdí de vista. Nunca pude conseguir en las librerías locales un solo ejemplar de sus libros, nadie más me dio razón de ella y me parece que, hasta hoy, es una gran desconocida entre nosotros.
En mi época de estudiante primario y secundario, la enseñanza giraba en torno al antillanismo, más que en la ideología caribeña que creo reciente. Pero, el saber antillano se reducía a mostrar los países que formaban las Antillas Mayores y una mención de paso de las Antillas Menores. No se ahondaba en este conocimiento. Ignoro si como están las cosas en nuestro sistema educativo este tema se ha mantenido igual o se ha mejorado. Las también llamadas Grandes Antillas tienen a tres pueblos de historia y geografía con muchas similitudes, que incluyen el habla, la cultura y las costumbres, aunque con el paso del tiempo se hayan difuminado algunas: Cuba, Puerto Rico y República Dominicana. Y la cuarta, Jamaica, era -y sigue siendo- solo parte de esa unidad geográfica, porque el idioma, la raza y otros aspectos la han distanciado siempre de nuestro territorio. Por mucho tiempo ni siquiera estuvieron formalizadas las relaciones diplomáticas. Jamaica es parte de las Antillas Mayores sólo por una división geográfica y más nada. La utopía antillana se entronca con la utopía caribeña. Sólo existe en la geografía y en los libros de historia.
Las Antillas Menores es una división mayor y un tanto compleja, que por largas décadas nunca sirvió más que para una simple mención en la escuela. Hay ocho países insulares independientes, tres territorios británicos de ultramar, dos departamentos ultramarinos de Francia, tres países autónomos pero supeditados a los Países Bajos, dos entidades federales de Venezuela, un área insular de Estados Unidos y otras posesiones inglesas, francesas y holandesas. Hasta que un grupo de dominicanos inició entre los setenta y ochenta la migración hacia San Martín y, antes, los viajes de compras a Curazao y Aruba a partir de los sesenta, tal vez lo único que habíamos escuchado mencionar de esas Antillas Menores era Saint Thomas, la principal de las Islas Vírgenes y a cuya capital, Charlote Amalie, cantó en inolvidable poema nuestro gran vate Víctor Villegas. Saint Thomas fue refugio de políticos, patriotas y migrantes forzados desde el siglo 19, incluyendo Juan Pablo Duarte, y aunque ya ni siquiera mencionado como objetivo turístico, llegó a ser el puerto seguro de exiliados dominicanos hasta muy entrado el siglo XX. Las Antillas menores son territorios muy pequeños y empobrecidos. Hace algunos años, llevado por curiosidad intelectual y por su valor histórico me fui con mi mujer a conocer varias de esas islas y solo en Saint Thomas pude encontrar un movimiento económico y turístico, cierto progreso y determinadas normas de vida que la diferenciaban del resto. La barrera lingüística, la dependencia política y el desconocimiento que tienen de nosotros, como nosotros de ellas, dificultan una comunicación efectiva y unas relaciones comerciales pujantes, aunque esta realidad se ha ido modificando y tengo constancias de que las personas pudientes de esas islas menores viajan a Santo Domingo para comprar y para chequeos médicos y odontológicos, a la vez que exportamos hacia ellas productos criollos.
Maryse Condé es nativa de una de esas islas, Guadalupe, territorio francés de ultramar, donde otrora la embajada de Francia llevaba becados dominicanos para perfeccionar el francés. Pointe-á-Pitre es su capital y allí nació esta gran escritora que comenzó su carrera literaria de modo tardío, pues aunque había escrito un par de obras de teatro que se representaban sólo en Guadalupe (como Derek Walcot hizo lo mismo en su natal Santa Lucía), fue cuando ya había sobrepasado la cuarentena que se da a conocer con su primera novela “Hérámakhonon. Esperando la felicidad” que publica, casi al mismo tiempo que su segundo libro, su ensayo “Estereotipo del negro en la literatura antillana”, tesis para graduarse en La Sorbona, dirigiendo su enfoque hacia Guadalupe y Martinica. Estos libros nunca he podido tenerlos en mis manos, porque Maryse se ha traducido poco al español. Cuando escuché hablar de ella por primera vez, su obra fundamental como novelista, ensayista y cuentista estaba escrita y publicada, fundamentalmente en francés.
Heredera del movimiento de la negritude del martiniqueño Aimé Césaire y, antes, del senegalés Léopold Sédar Senghor, la escritora de Guadalupe cerró filas en esa corriente no sólo para asumir su condición de negra, cuyos ancestros directos provenían de África, sino para adoptar su propia lengua, su creole o patois, y no la francesa, para su escritura, como había hecho su antecesor, oriundo como Cesaire de Martinica, Édouard Glissant, llamado el poeta del mestizaje.
Maryse Condé fue una niña de prematura inteligencia y de rebeldía innata. Sus padres pertenecían a la burguesía de Guadalupe y, por tanto, a diferencia del resto de la población ella creció con comodidades múltiples. A ese grupo social le llamaban los “súper negros”, porque, obviamente, había negros de postín, negros media luna y negros de abajo. Con los años, a más de Francia, se iría a África en busca de sus raíces. Cuando tenía 19 años conoció en París a un actor guineano, Mamadou Condé, de quien tomaría su apellido literario. No era un gran actor, sino que se pasaba las noches en los escenarios parisienses “haciendo negrerías”, como ella misma atestigua en sus memorias. Entonces, apareció en su vida el haitiano Jean Dominique, con quien desarrolló una “relación intelectual en toda regla”. Ella no conocía nada de Haití, pues como afirmara, creció en una burbuja donde sus padres trataban de frenar el conocimiento de los vínculos ancestrales. Dominique le permitió descubrir la historia haitiana y la encaminó en la lectura de las obras de Jacques Roumain y Jacques Stephen Alexis. “Fue él quien me sembró en el corazón esta querencia mía por Haití, que jamás en la vida se me ha marchitado”. Uno de sus libros se titula “Haití querido” (1991). Un día, Dominique hizo sus maletas y se marchó. No dijo siquiera que volvería. La dejó con un niño de sólo pocos meses. Le explicó que un hombre llamado Francois Duvalier se iba a presentar a las elecciones en su patria y él temía que ganase. Dominique era mulato, de casta privilegiada en su tierra, y el hecho de que un negro tomase el mando constituía un grave peligro para los suyos.
Maryse Condé asumió sus propias riendas. Escribió y escribió. Y desde su escritura, proclamó su negritud, combatió las ideas colonialistas, pregonó el valor de ser mujer negra y empujó con valentía y donaire sin preámbulos su vocación literaria en femenino. Después de sondear toda África, lastimando a conciencia a los poderosos que habían echado por tierra, a causa de sus autoritarismos políticos, la cosecha de la negritude, partió hacia Estados Unidos donde sus novelas, con mujeres que nunca se quiebran, han figurado por décadas entre las más leídas. Reivindicó a las brujas de Salem, aquellas diecinueve mujeres que fueron llevadas en 1692 a la horca en ese poblado de Massachusetts, acusadas de ejercer la brujería. Bruja ella, la Condé, de la palabra y el gesto, que venció todas las ruindades de la vida y de la salud: la negativa de sus padres a hablar el creole, la tuberculosis pulmonar, los abandonos maritales, la esclavitud de sus congéneres, la insensibilidad humana, el deseo femenino y los discursos de odio. Toda una gran batalla que terminó consagrándola como la gran escritora francófona de nuestros tiempos. Vine a conocerla tardíamente, como ella y su vocación de escritora, en los últimos cinco años. Los cuatro libros que de ella he leído -apenas cuatro gotas en medio de un río inmenso de treinta acopios fluviales- me aseguran los valores de esta mujer que recorrió su vida sin maquillaje, discurriendo, como afirma Martha Asunción Alonso, “su vida y su extensa obra narrativa bajo el signo de lo insólito, eternamente a caballo entre la lágrima y la sonrisa”.
Maryse Condé murió la pasada semana, el 2 de abril, en un pueblito de Francia, a los 87 años de edad. Obtuvo en 2018 el Premio Right Livelihood, conocido como el Nobel Alternativo, que otorga el parlamento sueco. La escritora murió en los brazos de su último marido, Richard Philcox, quien fuese su traductor.
- La vida sin maquillaje
Maryse Condé, Impedimenta, 2020, 310 págs. Segunda parte de su autobiografía, enfrentando sola los embates del destino.
- El evangelio del Nuevo Mundo
Maryse Condé, Impedimenta, 2023, 349 págs. Irreverente, con ecos del realismo mágico, de García Márquez y Saramago.
- Cuaderno de un retorno al país natal
Aimé Césaire, Biblioteca Era, 1969, 129 págs. André Bretón llamó a este gran poema “el mayor monumento lírico de nuestro tiempo
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