Constanza nos vio así
Donde la serenidad y la vitalidad se encuentran
Alrededor de las nueve de la mañana, en ese día de exploración, entramos en la Cordillera. Resultaba el lugar más frío del país, rodeado de árboles y gente pacífica. En esa mañana luminosa, cuando comenzamos a subir la loma, me quedó claro que este sería un viaje para recordarlo. Efectivamente, más de diez años después, recuerdo algunos detalles de aquella ocasión. Ojalá contarlo de una manera entretenida.
Casi siempre que uno se adentra en la loma –sea Jarabacoa, Constanza o San José de Las Matas–, hay una humedad que se compara con la lluvia: es como si esta amenazara con caer en la carretera. Según la calificación climatológica de Koppen, el clima de Constanza, que es la zona más fría del Caribe, es templado subhúmedo. Como muestran los termómetros, y como comprueban los viajeros ocasionales, Constanza tiene una temperatura anual promedio de 18,4 ºC.
En esta ocasión, el frío comenzaba a actuar sobre nosotros y el ambiente con nuestra llegada cambiaría a una especie de sol combinado con una amistosa niebla. Esto fue lo que ocurrió cuando entramos en el pueblo. El anuncio de bienvenida nos pareció bien diseñado: no había misterio, habíamos arribado a un lugar donde habían venido importantes viajeros en otros siglos.
En 1871, el geólogo norteamericano William Gabb encontró 12 bohíos. Seis años más tarde, en 1877 el Barón de Egger encontró a 100 vecinos habitando en 30 bohíos, lo que nos da una clara panorámica del inicio de esta villa.
Escribo aquí desde la perspectiva de un “explorador de detalles” que a otros quizás se les escapen. Por ejemplo, me quedó claro que ésta había sido una aldea de campesinos que habían desarrollado un intenso comercio con los frutos de la tierra. Como en la actualidad, estos frutos son vendidos en otras locaciones o sirven para consumo propio en conucos y granjas.
El conuco es una parte fundamental en el hombre de campo dominicano: como ocurrió con la plantación, el conuco representó una institución económica fundamental en el siglo XVII, XVIII, y IXX e incluso en el XX hasta nuestros días: sembrábamos para el sustento de las familias. Incluso en tiempos precoloniales, sembrábamos de las más diversas frutas y víveres para mantener alimentada a una cantidad de personas que crecía con el tiempo. Con el tiempo, se desarrolló una especie de una intensa dinámica social y laboral que tiene que ver con la participación de los conuqueros, y los campesinos itinerantes. Estos personajes iban de conuco en conuco coleccionando los frutos y víveres para la dieta de las aldeas que rodeaban estos lugares, y que estaban normados por la dinámica de acceso a los frutos de la tierra.
Pasados varios siglos, esta dinámica económica de las aldeas dominicanas, ha pervivido en Constanza: se sacan los frutos de la tierra como ocurre en otras partes y estos son llevados de manera diligente al mercado municipal. En este sitio está claro que los precios no son tan elevados: la proximidad de los cultivos permite ahorrar en transporte. En días de liviano sol, la marcha se hace hacia los mercados, lo que permite que la gente pueda acceder a estos con un presupuesto comprensible para las semanas y los meses. Como pueden apreciar los viajeros, también es destacable que Constanza tiene tierra que ha servido para la construcción de notables villas de vacacionar y de pasar alguno que otro fin de semana. Como pudimos comprobar en nuestro viaje, son villas y cabañas que tienen una construcción adecuada, con los servicios requeridos y algunos tienen diseños agradables a a la vista del analista arquitectónico y del inversionista en bienes raíces.
Entre otros detalles importantes, lo interesante es que cuando entramos al pueblo nos dimos cuenta que había una escena que tiene que ver con lo que he dicho anteriormente sobre el conuco: una feria en la que se habían reunido un montón de persona para intercambiar y vender los frutos de la tierra. Era notable que algunas “familias ricas del pueblo” estaban allí presentes en lo que podríamos considerar un mercado improvisado, aunque también es cierto que este ocurría en temporadas regulares.
En nuestro recorrido, mis invitados y yo pudimos ir a una finca donde estaba claro que había una mata de níspero, algo que nos pareció increíble: esperar a poder tumbar este fruto para comerlo luego bajo una mata enorme –no recordamos si era un algarrobo u otra–, pero con la conciencia clara que tendríamos que pasar un tiempo breve allí porque debíamos ir a comprar un dulce de coco que se producía en una de las casitas de una orilla del pueblo, algo que hicimos en una media hora.
Testigos de intensos procesos económicos, es notorio que las familias de esta aldea, que ya es todo un pueblo, tienen claro que lo que tienen que hacer para sobrevivir es vender y por esto buscan sembrar lo que fuera en tierras que no siempre son tan rentables o productivas, aunque su calidad puede ser considerada excelente. Como digo, el ambiente y el clima es lo que más asombra al viajero: se combina una temperatura alrededor de los 19 grados con un sol intenso que permite tener sensaciones diversas, siempre tendentes a cierto confort.
A la hora del almuerzo era obvio que tendríamos que ir a uno de los restaurantes del pueblo que sirven, como es costumbre en todas partes, los platos dominicanos tradicionales. Era una experiencia interesante sobre todo porque uno se fija en detalles del restaurant, algo que puede escapar a algunos viajeros. Es un sitio donde la gente puede pasar el tiempo y dejarse ver y ver al mismo tiempo: es notable que este sitio de comida se llena a la hora pico, diciéndonos que es bastante rentable.
Una hora más tarde, con una temperatura agradable, pudimos ir a comprar los dulces que hacían fama en el pueblo y la señora con mucha amabilidad nos brindó primero sin cobrarnos por ello. Mis invitados se sintieron cómodos con el sabor del manjar criollo que le permite a esta familia disponer de unos cuantos recursos para luego poder comprar los productos para la alimentación de su familia. Es un ciclo que podemos ver en otros límites del país: “lo que no se va en llanto se va en suspiros”, dice el dominicano clásico. Es interesante que los viajeros que vinieron a esta aldea descubrieron de manera especial todo el ambiente de los pinares que le dan al sitio toda una apariencia de bosque, aunque es notorio que vista desde la distancia y desde puntos elevados, se puede ver el llano del valle que algunos consideran muy parecido a los campos suizos por aquello del color de la tierra que vemos de diferentes tonos.
Como ocurre en otros pueblos dominicanos, es notable para el viajero que las personas son muy comunicativas, aunque esto es una generalización (hay de todo en la viña del señor), y es comprensible que en la zona del pueblo actúen con cierto ahínco algunos líderes comunitarios a los que podríamos llamar de nueva cuenta, caudillos constanceros. Estos tienen un tema principal: mantener a su comunidad bajo la paz que dan las buenas costumbres y la ley. En una rápida ojeada, sabemos que en algunas comunidades del país, “todo el mundo se conoce” pero como es normal que ocurra aquí y en la Conchinchina, puede haber delincuencia, inseguridad y violencia. Esto no es algo que caracteriza a Constanza, la que nos pareció un jardín climatizado que le da la bienvenida al viajero. El paisaje combina las más disimiles plantas que puedes tener en tu casa, al tiempo que ves los pinares como ocurre en otras locaciones del país: son los acariciadores del aire, para decirlo así. Son lo que le da característica a un entorno donde el frío se apodera de las noches, hacia unas temporadas que en las mismas tardes, para nosotros, representa una ocasión para andar abrigados.
Sugerente y única, imponente y refrescante, la belleza del sitio no escapa al visitante: se puede ver en todas partes. El trazado de las calles denota esfuerzo y es notable por esto que se piense que esta región no ha sido abandonada de la mirada estatal.
En nuestro recorrido por las calles, no preguntamos quien era el gobernador del sitio, pero sí pudimos notar que hay una suerte de interés por la limpieza, algo que también podemos ver en los sitios que, en los siglos pasados, eran aldehuelas. En los conocidos límites del pueblo, es notable que uno pueda presenciar una gran vegetación, pero también se nota la docilidad de una tierra que se torna húmeda, en la orilla de las casas de campesinos que saludan cuando te acercas. Esta tierra debe tener una alta capacidad de ofrecer frutos de la más variada especie, como demuestran las empresas de producción de vegetales que abundan en la zona.
Como habrán detectado algunos viajeros, en Constanza funcionan las instituciones con sus variantes: podemos decir que la población está consiente de su papel de vigía, por eso es notable que la modernidad haya llegado a este lugar: la comunidad se organiza y se comunica con cierta efectividad.
En los últimos tiempos, no tenemos noticia de incendios forestales aquí, lo que es un indicador que la población sabe administrar su seguridad, algo que en los ochentas sí pudimos ver –el incendio de la Loma de Guaguí–, en protesta por medidas tomadas por el gobierno reformista de la época. Pero aquí reina la tranquilidad y la gente tiene manera en qué entretenerse, eso que algunos llamarán el necesario circo para que la población tenga algo que hacer que vaya más allá de conseguirse el sustento. Como otros enclaves, Constanza ha recibido inversiones millonarias en los últimos años, una buena noticia para los que buscan invertir en esta zona, la que algunos consideran una Suiza americana.
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