De apagones y otras yerbas
El debate sobre la integridad electoral
Las elecciones del domingo trascienden su propósito. Tirios y troyanos les otorgan poder predictivo de lo que sucederá en mayo, que es lo que importa. Para la generalidad de los políticos y votantes, la relevancia del gobierno municipal es prescindible: la calidad, planificación y humanización del espacio público no es prioridad ni proyecto, empeñados como estamos en ser, todos y cada uno, el más fuerte de la selva.
Porque es ante todo anticipatorio, febrero sirve para desplegar estrategias de corto plazo: el oficialismo apuesta a ventajas ostensibles que esgrimirá como prueba de su inevitable continuidad; la oposición, caminando sobre arenas movedizas, proclama su imbatibilidad en ambas fechas pero, por si las moscas y el augurio falla, se hace eco de denuncias que atribuyen al gobierno tramar una y mil diabluras tecnológicas contra el proceso. Crear el clima de opinión favorable a las impugnaciones, that is the question.
El expediente depositado el martes ante la Procuraduría Especializada de Delitos Electorales por uno de dos denunciantes tiene detalles tan exhaustivos que, justamente por ello, crean dudas de su veracidad. Si un ciudadano común accede a tal cantidad de información sobre un oscuro complot contra las elecciones, se cae de la mata que los complotados son estúpidos irredimibles. Merecen ser zurrados y que no se les pague.
Otro acusón, de abultado prontuario, conoce con pelos y señales la decisión de Luis Soto, titular del DNI, de “apagar las elecciones” a las cinco de la tarde del domingo. Tanta precisión horaria abruma incluso a los crédulos en el cambalache telepático. Pero si Soto dejó escrita al alcance de todos la prueba de su intención, hay que bajarlo del pedestal complotista.
Que ambos denunciantes alardeen de sus “informaciones”, puede tolerarse porque, resignados y divertidos, atribuimos su proceder al ADN de todo corredor detrás de likes y mentions y de quince minutos de gloria en los medios y redes.
Lo intolerable es que partidos que competirán en las dos etapas del proceso electoral recojan imputaciones de dudoso crédito, relegando de la memoria que en el pasado reciente se querellaron por delitos tecnológicos contra uno de los que hoy avalan.
Como ciudadana votante, me irrita que pidan a la JCE hacerse cargo de esas “denuncias”, pese a reconocer que carecen de sustento fidedigno. Arrojar sombras sobre el proceso electoral les importa un comino. Van a lo suyo.
Pero en la política, como en la vida, no todo vale. O no debería. La conversión de falacias en dato investigable confirma la circularidad del tiempo político dominicano. Morderse la cola es designio y sino. Si un partido sospecha que no goza del suficiente respaldo electoral, le toca revisar su política, no desprestigiar el sufragio. A la larga, puede convertirse en búmeran. El karma existe, dicen.
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