Juana, loca de vilezas y abandonos

Una reina atrapada entre la pasión y la enfermedad mental

Cuadro Juana la Loca, de Charles de Steuben.

Los Reyes Católicos, los mismos que aprobaron la aventura colombina y que almacenaron las riquezas de las Indias en sus alforjas reales; los mismos que echaron fuera de las Españas a judíos y musulmanes, escribieron, con sus actos de vida y sus ambiciones políticas, uno de los capítulos más enrevesados de la historia de su tierra.

No sólo fue Juana, su tercera hija, la que produjo dolores de cabeza a sus padres y a la Corte, sino otros ramales familiares y las propias personalidades de estos dos monarcas sabios y fieros: avieso y ambicioso Fernando; astuta, virulenta y empecinada Isabel.

Juana I de Castilla fue una joven centelleante, con dotes especiales para la música, la lectura, el latín y la danza. Era inteligente y atractiva, para su época. Tenía dieciséis años apenas cuando sus padres decidieron comprometerla en matrimonio con Felipe, archiduque de Austria y dueño de una docena más de títulos nobiliarios, por ser el hijo primero del emperador Maximiliano, del Sacro Imperio Romano Germánico. Esta decisión fue política: Isabel y Fernando estaban urgidos de establecer relaciones duraderas con Portugal, Inglaterra y el Sacro Imperio que abarcaba a Europa central y occidental, con el fin de enfrentar a Francia que, para entonces, estaba en contienda con España para establecer hegemonía. Juana se embarca en busca de su marido, previa boda por poderes, sin conocer a Felipe, sin hablar francés y sin ser diestra en las costumbres de los Países Bajos, hacia donde se dirigía.

Cuentan que Felipe nunca se sintió atraído por el matrimonio, gustaba disfrutar de una vida licenciosa, adicto a los placeres de la carne y poco dado a las formalidades de sus cargos. “Extrovertido y seductor”, dice uno de sus biógrafos, no esperó a Juana en el puerto y tardó cerca de un mes para encontrarse con ella. “Era el galán de la época y una de las personas más poderosas de Europa”,  según Luis Cantalapiedra. El suplicio de Juana apenas comenzaba.

Contrario a Felipe, llamado “el hermoso” por sus dotes físicas, Juana no era muy agraciada. Sufría de prognatismo, deformidad facial del mentón crecido y los dientes disparejos. Y sí, padecía ya de algunos desajustes mentales que preocupaban a la reina Isabel, desde antes de que ordenara su viaje. A pesar de todo, cuando al fin se encontraron Felipe y Juana se entendieron maritalmente, llenos de lujuria y deseo. La boda hubo de celebrarse rápidamente, antes incluso de la ceremonia oficial, pues ambos deseaban consumar la pasión en el lecho. Empero, la magia no perduró. Pronto, Felipe perdió el gusto por Juana, desatendió sus deberes conyugales, al extremo de no pasarle siquiera la dotación de mantenimiento de la casa, se desinteresó del tema político que había generado su matrimonio y continuó su vida loca.

Juana entonces hizo saber a sus padres su descontento por haberla enviado a otro país y obligarla a casarse con un desconocido. Comenzaron sus primeros momentos de soledad y melancolía que le durarían toda la vida, a más de que pocas semanas después supo que había quedado embarazada. La pasión reaparecía, de tarde en tarde, y Felipe y Juana volvían a ser felices, en la cama fundamentalmente. Nació Carlos, su primogénito, hubo alegría en el hogar, por lo que los esposos decidieron regresar a España. Felipe, revoltoso, sin noción de patria; Juana, lúcida y altanera, que a veces avergonzaba al marido en público por no desear ser sometida a actitudes que le parecían innobles. La archiduquesa de Austria, que era su título, debía prepararse ya para ser la heredera natural al trono de Castilla y Aragón.

Siguió pariendo muchachos, enamorada con locura de Felipe. Cada episodio de vida que asentaban logros de uno o de otro, Felipe lo celebraba en el lecho y, como buen semental,  dejaba preñada a Juana. Y llegaban los hijos, unos tras otros. Cinco, en total. Felipe seguía entonces su indetenible búsqueda de amistades femeninas. Mientras, la reina Isabel estaba ya enferma y abandonada ella también por su esposo Fernando, político de tiempo completo que ejercía como rey de Aragón y de Nápoles, con un liderazgo fuerte entre sus súbditos. Juana, por su lado, insistía en irse tras Felipe. La reina, dudosa siempre de las condiciones mentales de su hija, ordenó que le impidieran salir del castillo donde moraba. “Como leona africana en un acceso de rabia, pasó aquella noche a cielo raso en la explanada interior de la fortaleza”, cuenta Pedro Mártir de Anglería, el cronista de Indias que escribió una larga biografía de Juana.  Encerrada por su madre, desobedecida por sus sirvientes, abandonada por su marido, sus desajustes mentales aumentaron. Juana era tan fuerte como su progenitora. De ella heredaba su rebeldía y su autoridad. “Me habló tan reciamente, de palabras de tanto desacatamiento y tan fuera de lo que una hija debe decir a su madre, que si yo no viera la disposición en que ella estaba, yo no se las sufriera de ninguna manera”, escribió Isabel. 

Fue desde entonces, cuando en la corte y en el pueblo se supo de esta discusión entre  madre e hija, que Juana comenzó a ser llamada “la Loca”.

Isabel accedió a dejarla partir. Juana llegó a Flandes y encontró a su marido enroscado con otra dama en su cama. Era una rubia guapa, con gran cabellera. Juana tomó unas tijeras, se le fue encima y cortó la melena de la amante de Felipe, aparte de ocasionarle heridas en el rostro. Felipe la agredió físicamente y se alejó de ella. En eso estaban cuando llegó la noticia de la muerte de la reina. Antes de morir Isabel dictó un testamento detallado, donde nunca mencionó a Felipe, pero dejó constancia de la esquizofrenia que sufría Juana, aunque no le diera nombre a su enfermedad mental, pues para entonces no se conocía el término y se solía nombrarla como posesión diabólica. Si acaso sufrió de perturbaciones mentales, las mismas fueron ocasionadas por sus padres, especialmente por la reina, por su propio marido y por sus parientes, entre ellos su primogénito Carlos que vivió fuera de su entorno y la trataba con displicencia. Felipe, guapo tal vez, pero igualmente malvado, celebró la muerte de su suegra preñando por nueva vez a Juana, mientras se proclamaba él mismo rey de Castilla y León, y recluía a Juana para que no mantuviese contacto ni con sus sirvientes. Fue su segundo encierro, un aislamiento cruel que acentuó el desequilibrio de Juana. Documentos publicados en tiempos recientes muestran aspectos no conocidos hasta hace veinte o treinta años atrás. Faltaba mucho por contar de Juana y su verdadera situación mental, junto a los abusos cometidos contra ella por su naturaleza rebelde. Tanto llegaron a ningunearla, para impedir que asumiera el trono de Castilla, que dicho sea de paso a ella no le hacía tilín, que hubo necesidad de firmar un acuerdo conocido como la Concordia de Salamanca, que estableció un triunvirato de gobierno entre Fernando, Felipe y Juana. No quería el trono, pero tampoco ella estaba en condiciones de que se lo arrebataran. Loca o no, mantenía sus criterios firmes, contra todo viento en contra.

Entonces, le llegó una propuesta de matrimonio. El rey de Inglaterra, Enrique VII, quiso casarse con Juana. Hubo un breve periodo de posibilidades abiertas, pero Felipe volvió a embarazarla -era su mayor estrategia de mando, los cuerpos del delito- y el propósito de que ella fuera reina de Inglaterra se evaporó. Felipe seguía sus maniobras para declararse rey, acusando a Juana de “loca”, pero las Cortes no encontraron en ella locura, sino cordura y buen juicio. Y Juana juró como reina de Castilla.  Entonces, sucedió lo imprevisto: mientras Juana temía que su marido volviese a encerrarla y su padre se ausentó sin despedirse, Felipe continuó celebrando la vida. Se fue de caza y luego participó en un juego de frontón -especie de pelota vasca- al final del cual, sediento, se tomó una gran jarra de agua fría. Se le cortó la digestión y no hubo galeno ni remedio alguno que lo sanase. Murió en su cama, sin mayor trasunto, a los veintiséis años de edad. Lo que vino después es una historia de locura  que merece ser contada.

(Continuará, hasta llegar a la “Juana la Loca” de Rueda, Cordero y Richardson).

LIBROS
  • Loca de amor

    Catherine Hermary-Vieille, Círculo de Lectores, 2002, 375 págs. ¿Fue real su locura o se trató de una conspiración política ante la que Juana se encontró indefensa?

  • Leonor de Aquitania

    Pamela Kaufman, Círculo de Lectores, 2002, 538 págs. Una de las grandes mujeres del medievo. Reina dos veces de Francia y una de Inglaterra. Domó a hombres bravos que intentaron cruzarse en su camino.

  • Diario secreto de Ana Bolena

    Robin Maxwell, Círculo de Lectores, 1998, 299 págs. Segunda esposa de Enrique VIII, rey de Inglaterra, no pudo darle un hijo que fuera heredero de la corona británica. Su refugio fue este diario íntimo.

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.