Puerto Plata Multiétnica
Inmigrantes y su contribución al desarrollo de Puerto Plata
El Censo de Población de Puerto Plata de 1879 ofrece una clara indicación del carácter multiétnico de esa pujante e industriosa comunidad. Una de las más abiertas -por su condición de puerto marítimo por excelencia del Cibao- al intercambio comercial, a la recepción de inmigrantes, al multiculturalismo y a la circulación de ideas renovadoras. No en balde la Novia del Atlántico fue fragua del liberalismo azul y el ideario pan-antillano en el último cuarto del siglo XIX. Pionera en la institucionalización de nuevos credos religiosos como lo documenta ampliamente el Dr. José Augusto Puig Ortiz en su meticuloso ensayo histórico Emigración de libertos norteamericanos a Puerto Plata en la primera mitad del siglo XIX. Subtitulado La Iglesia Metodista Wesleyana.
Polifónica al dominar varias lenguas, timbre de orgullo de su gente. Como es sabido, Puerto Plata se benefició de la inmigración canaria fomentada en el cuarto decenio del siglo XVIII para su re poblamiento tras transcurrir 132 años de las letales Devastaciones de Osorio. Asimismo, recibió la impronta enriquecedora de la llegada en 1824/25 de negros libertos norteamericanos durante la Ocupación Haitiana bajo Jean-Pierre Boyer.
En 1879, de unas 3,925 personas censadas en la ciudad y en sus secciones San Marcos, Cafemba y Sabana Grande, 1,211 correspondían a diferentes nacionalidades, aparte de la dominicana. Casi la tercera parte (31%) de sus habitantes estaba constituida por inmigrantes de primera generación. Además, si se examina con cuidado el listado de las viviendas empadronadas y los datos de sus ocupantes, se podrá observar que otra buena parte de la población censada como dominicana correspondía realmente a los descendientes directos de estos inmigrantes (la segunda generación), ya procreados con otras extranjeras o con dominicanas.
En esta policromía demográfica que documenta el carácter multicultural de la sociedad dominicana moderna, los súbditos ingleses llegaban a 377 y representaban el 9.6% del total de la población puertoplateña de entonces. Eran el principal grupo migratorio (31%), conformado en su estructura ocupacional por costureras, lavanderas, planchadoras, sastres, carpinteros, torneros, pintores de brocha gorda, cocineros, panaderos, criados. Oficios todos fundamentales para el desarrollo de una comunidad en los campos de la construcción, el vestuario, la alimentación y otros servicios.
Apellidos como Guibes, Clanda, Sidney, King, Kingsley, Michel, Williams, Moore, Davis, Darrell, Charles, Curtin, Crush, Chaste, Galem, Smith, Silver, Bain, Billson (probablemente una corruptela de Wilson), Mestre, Phillip, Morris, Thompson, son sólo algunos de los que identificaban a los miembros de esta laboriosa comunidad. Entre ellos encontramos a la bibliotecaria Dorislit Fabalt, al cocinero Samuel Welcom, a la costurera Susana Alick, al carpintero Jhim Silver, y al pintor Rufino Adveri.
El otro grupo de inmigrantes de gran peso demográfico registrado por el Censo fue el de los cubanos, integrado por unas 307 personas (7.8% de la población y 25% de los inmigrantes). Entre los cuales figuraban educadores del calibre de Federico García Copley y Úrsula Godoy, quienes en 1873 fundaron en esa ciudad la Academia de Niñas Santa Rosa. Padres de Federico García Godoy, quien nació en Santiago de Cuba y llegó a Puerto Plata en 1868 a la edad de 11 años, uno de los cerebros mejor amueblados con que contó el país. Autor de una trilogía de novelas fundamentales (Rufinito, Alma Dominicana, Guanuma) y de ensayos históricos como El Derrumbe. Crítico literario erudito, educador consagrado, periodista de pluma responsable director de varios órganos de prensa, fue una vigorosa y progresista figura cívica, aposentado en La Vega donde fue munícipe distinguido hasta su fallecimiento en 1924.
Otras familias procedentes de la Isla Fascinante, como Bosch le llamara a Cuba -"un largo lagarto verde con ojos de piedra y agua", al decir poético geográfico de Nicolás Guillén-, que recalaron en la falda marinera de Isabel de Torres, consignadas en el Censo de 1879, eran las del Risco, Milán, Castellanos, Hurtado, Asencio, Saldívar (seguramente Zaldívar), Camacho, Porros, Zedeño (luego Cedeño), Varona, Guillén, Portuondo, Catalá, Mauricio, Molina. También José Guerra y Pedro Montejo, ocupados en comercio, Arjilago (dependiente), Catalina (costurera), junto a Alpasia Castellano y Rosa Escobal, aplicadas a los quehaceres domésticos.
Muchas de estas familias fueron empujadas hacia las costas dominicanas por las duras condiciones imperantes en Cuba bajo la guerra de los Diez Años (1868-78) que se inició como teatro de armas en la provincia de Oriente con el Grito de la Demajagua, ingenio azucarero de Carlos Manuel de Céspedes donde éste proclamó el alzamiento por la independencia y procedió a liberar sus esclavos. Patriotas como Gregorio Luperón encabezaron en Puerto Plata la acogida y solidaridad tanto a los cubanos como a los puertorriqueños que propugnaban por la independencia de las Antillas frente al dominio español todavía enraizado en esta cuenca americana. En los 70 coincidieron aquí Hostos, Betances y Baldorioty.
Llegados de Cuba destacaría Carlos F. Loinaz con su ingenio pionero La Isabel en Cafemba y más adelante el catalán Andrés Brugal Montaner, quien incursionaría en la industria azucarera y el destilado de ron, marcando huella imborrable en 1888.
El tercer grupo migratorio de importancia establecido en esa época en Puerto de Plata eran los daneses, quienes sumaban unos 134 (3.4% de la población y 11% de inmigrantes). Con familias como la Knapp (Agueda, Belén, Carlos), las Kiq, Pardo, y Mayeston, dedicadas al comercio. Aparecía en este grupo el sastre Jaime Canals, la costurera Josefina Mesques, el carpintero Agustín Montemar, y la cocinera Petronila Ureña. Como daneses figuraban empadronados apellidos como Pereira, Fabián, Toledano, Sasso, Rymer, Andrés, Folch, Madero, Gabriel, Comprés, Wells, que se repartían entre las actividades comerciales y los oficios.
En un cuarto lugar encontramos a los puertorriqueños, alcanzando unos 72 (1.8% y 6%), algunos de ellos identificados con la causa de la independencia de Puerto Rico. Entre estos inmigrantes estaban comerciantes como Casiano Estrada y Jesús Ficol. Una gran cantidad de amas de casa, junto a albañiles, lavanderas como Isidra Menard (conocí con José Augusto la hermosa residencia de las Menard), empresarios industriales como Cominje Capestani y Miguel Clavel. Asimismo tabaqueros como Julián Scarfuller, profesionales como el abogado Rodolfo Gautier, el curandero José Martés, el zapatero Juan Palicir. Igualmente las familias Oller y Pecunia formaban parte de esta comunidad.
Otro segmento de inmigrantes era el integrado por los americanos. William Lithgow, dedicado al comercio y casado con la dominicana Ana Alonso, de cuyo encaste derivaron Arturo, Ana, William, Federico y Washington. Figuraban los Banks, James (sacerdote), Roberto (sastre), Alonso Boné (sastre). Mery Connel (planchadora), Julian y Juan (marino y carpintero). Como alemanes se empadronaron los apellidos Maatch (planchadora), Manecke, Heinsen (comercio), y Cristi (criada). Como franceses: Victoriá, Lemar (costurera), Devilon. Españoles: José Ginebra (comercio). Italianos: Pedro Rossi, dedicado al comercio. Holandeses: Félix Numar (plomero).
Como bien señala en su enjundioso trabajo el Dr. Puig Ortiz -un consagrado profesional de la medicina, patriota antitrujillista, fundador de Unión Cívica Nacional compañero de fórmula presidencial del Dr. Viriato Fiallo y guardián del patrimonio histórico de su urbe-, el cosmopolitismo de Puerto Plata no sólo deriva de las corrientes migratorias captadas a partir del registro censal de 1879.
El activo tráfico comercial de su puerto con las Islas Turcas, Saint Thomas, Curazao, Norteamérica, Alemania, Inglaterra, Francia y otros destinos europeos mediante las exportaciones de caoba, tabaco y otros renglones, y su condición de puerta de entrada de las importaciones procedentes de esos orígenes, ofrecía una vía dinámica a la presencia de comerciantes (como los alemanes y holandeses detrás del tabaco), empresarios innovadores (cubanos y otros extranjeros en el fomento de ingenios), técnicos, profesionales y operarios.
La primera vez que estuve en Puerto Plata por una temporada -invitado por quien sería mi cuñado, el Dr. Luis Rojas Franco, Lichy, entonces estudiante de medicina- pude notar el cosmopolitismo referido en los amables intercambios entre los jóvenes en el parque central. Descendientes de alemanes, italianos, franceses, ingleses de las islas, curazoleños, puertorriqueños, norteamericanos, junto a otros dominicanos, compartían el orgullo de saberse puertoplateños multiétnicos. Miembros de una comunidad polifónica. Educados por entrañables maestras caseras prestigiosas, "inglesas" o "americanas", por "francesas" de Guadalupe o Martinica, quienes les enseñaron con amor y disciplina el dominio de otras lenguas. El camino a otras culturas.
Descubrí la multiplicidad de iglesias y logias, todas respetables y apreciadas. El añil cultural de una ciudad marinera y abierta que se congrega en torno a sus entidades venerandas. Amante de su arquitectura victoriana y sus casas estilo gingerbread, que también José Augusto Puig se ocupó de inventariar y luchó por preservar desde la Oficina de Patrimonio Cultural.
Sonreída con ese rostro de montaña capitana siempre verde y esa boca de puerto proletario. Revestida de lomas y lometas suaves coronadas por palmeras –captadas magistralmente por las acuarelas mágicas de Rafi Vásquez-, de campos simétricos sembrados de caña, ingenios humeantes, emblemáticas fábricas de ron y chocolate, cooperativas de productos lácteos y cárnicos como aporte judío en la Colonia de Sosúa. Playas kilométricas de plácida arena blanca.
Gente plural y seria. Dominicanos del “Sur de la Florida”. Cantados, lar natal y pueblo, por unos poetas musicales Lockward y Solano en franco trance de juglaría. Encantados por el aleteo libertario de la paloma marinera en su vuelo atlántico.
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