Crónica posible de la cena de Pascua
Aquel jueves, ya avanzada la tarde, Jesús pudo al fin tomar su almuerzo con un grupo de amigos
Aquel jueves, ya avanzada la tarde, Jesús pudo al fin tomar su almuerzo con un grupo de amigos en casa de Simón el Leproso, en Betania, mientras María Magdalena perfumaba los pies de su líder, por última vez. Era el día 13 del mes de nisán. Conforme el calendario judío, nisán es un mes que abarca fechas del mes de marzo y del mes de abril. Siempre que María Magdalena ungía con perfume a Jesús, Judas se molestaba. Por eso, esta vez, sin pedir permiso, se ausentó incómodo del lugar.
Cuando concluyó la comida, Jesús decidió pasar por la casa de Lázaro, adonde llegó Nicodemo, discípulo clandestino del hijo de María y José, quien pidió permiso a los presentes para hablar a solas con su íntimo amigo. Dialogaron por largo rato, sin que se conociese el tema. Y al finalizar, Jesús encomendó a Pedro, a Santiago y a Juan que subieran al monte Sión, ubicado detrás de las murallas de la ciudad, y buscaran a un hombre que llevaba un cántaro de agua. Cuando los apóstoles lo encontraron le reconocieron de inmediato, puesto que él se había encargado de organizar la cena de Pascua para Jesús el año anterior (“El Maestro dice: mi tiempo está cerca, en tu casa celebraré la Pascua con mis discípulos”). Helí, como se llamaba, les dijo que ya Nicodemo se había adelantado y que él se encontraba en los preparativos de esa cena, solo que no sabía que era para Jesús. Salió sin mediar más palabras con los tres apóstoles para enseñarles el cenáculo, donde tendría lugar la cena. Los romanos construían sus viviendas con una buhardilla dedicada exclusivamente para cenar, que era la comida principal del día, o simplemente para tomar vino, conversar y divertirse con la familia y amigos. Le llamaban cenáculo. En este caso, el lugar era propiedad de Nicodemo y de José de Arimatea, los dos hombres de empresa que atendían las necesidades de Jesús, reconociéndolo como el Mesías, a pesar de ser judíos de prestancia y miembros del Sanedrín. De Arimatea se supo luego que era el dueño del sepulcro donde colocarían el cadáver de Jesús. Nicodemo y Arimatea se habían asociado en varios negocios, como la venta de plomo y estaño, alquileres de hospedajes para los peregrinos que iban a Jerusalén y la explotación de canteras ubicadas en distintos puntos de Israel.
Mientras tanto, Pedro, Santiago y Juan seguían laborando en la preparación del cenadero donde tendría lugar la actividad; Helí había pedido ayuda a su único hijo, un levita que era amigo de Marcos, el futuro evangelista, con la finalidad de que le ayudara en los preparativos; Nicodemo dirigía a un grupo de obreros en la colocación de grandes piedras que impidieran el paso de personas al lugar, en especial de judíos curiosos que podrían denunciar el encuentro. Y dos primos de Arimatea, Aram y Tameni, preparaban el cenáculo, organizando los muebles, colocando las lámparas y adornando el espacio que, en este caso, no era el piso alto de la vivienda, sino que era una construcción aparte ubicada en el patio.
Pedro, Santiago y Juan, se despidieron de Helí, bajaron del monte Sión y caminaron por un bosque hasta llegar a la casa de Simeón, el anciano profeta que cuando el niño fue presentado en el Templo lo reconoció como el Mesías (“Ahora, Señor, tu promesa está cumplida: ya puedes dejar que tu siervo muera en paz”). Los hijos de Simeón, pasados los años, pasaron a ser discípulos de Jesús. Uno de ellos, acompañado de Juan y Pedro, voló una cerca donde pastaban unos corderos, escogió cuatro de ellos y los llevó al cenáculo para prepararlos. Los apóstoles se dirigieron a la casa donde solían reunirse los doce. Allí vivía Serafia, la que luego pasaría a la historia con el nombre de Verónica, la que enjugó el rostro de Jesús cuando iba camino al calvario. Verónica o Serafia no era una discípula cualquiera de Jesús. Ella fue quien lo alimentó por tres días cuando Jesús niño se quedó entre los doctores de la ley en Jerusalén, mientras sus padres le buscaban ansiosos. Además, en su casa se guardaba el cáliz que sería utilizado en la cena de Pascua.
Ese cáliz fue encontrado abandonado en el Templo, de donde lo sacaron un par de sacerdotes y lo vendieron en un mercado de antigüedades. Verónica lo compró y Jesús lo había utilizado varias veces en distintas celebraciones. Se decía que había sido propiedad de Abraham y que Melquisedec lo tuvo consigo por mucho tiempo. Era un cáliz con otro pequeño cáliz dentro, cubierto con una tapadera, con una cuchara y dos asas para sujetarlo. Era de oro fino en sus bases y tenía incrustadas la figura de una serpiente, un racimo de uvas y varias prendas preciosas. Al paso del tiempo, muerto Jesús, este cáliz fue custodiado por los primeros cristianos, y luego fue pasando a las iglesias de Antioquía, Éfeso y Jerusalén.
En la mañana del viernes, día 14 del nisán, Jesús se quedó a solas con su madre y hablaron largamente. Le contó todo lo que iba a suceder. Luego se despidieron con un largo abrazo y un beso. María no lloró, sólo le pidió acompañarlo, mientras su hijo sonreía, en el calvario que iba a padecer. También se despidió de las mujeres que siempre acompañaban a Jesús y que acostumbraban quedarse con María. Mientras Pedro y Juan preparaban la cena de Pascua, Judas había salido de Betania hacia Jerusalén, aduciendo que debía pagar unas deudas. Jesús lo miraba siempre sonriente. Sólo él conocía su destino. A Judas, quien había creado fama con milagros y curaciones de enfermos, como los demás apóstoles, lo arropaba el interés del dinero y una extrema ambición. A las doce del mediodía salió Jesús de Betania rumbo a Jerusalén. Le acompañaban siete discípulos jerosolimitanos, otros dos más: Natanael y Silas, Marcos, el hijo de la viuda que dio lo que tenía en la ofrenda del Templo, y más atrás, las mujeres que siempre les fueron fieles. Las últimas orientaciones sobre su rol humano y divino, las dio Jesús a quienes les acompañaban mientras iban camino a Jerusalén. Llegando al valle de Josafat, Pedro y Juan lo alcanzaron para informarle que todo estaba listo para la cena. Jesús llegó al cenáculo junto con sus discípulos y los dos apóstoles. Los demás fueron llegando, poco a poco.
Como era costumbre judía, los corderos de la Pascua eran sacrificados en el Templo. Uno de los cuatro corderos que había atrapado un hijo de Simeón, fue sacrificado en el mismo cenáculo. De éste fue que comieron Jesús y los apóstoles. Al momento del sacrificio, los invitados a la cena cantaban el salmo 118 (“Bienaventurados los que proceden sin mancilla, los que caminan según la ley del Señor”). Parte del cordero fue enviado a María y a las mujeres, para su consumo. Las puertas estaban cerradas. El camino bloqueado con las piedras colocadas por Nicodemo y sus obreros. Jesús dijo a todos que confiaran, que oraran y cenaran tranquilos que nada sucedería en ese lugar. No sólo los doce apóstoles le acompañaban. También, asistió un grupo de doce discípulos capitaneados por Natanael, y otro grupo de doce que dirigía Eliaquim, que había sido discípulo de Juan el Bautista y era nieto de Helí. La estrecha mesa que usaban Jesús y sus apóstoles estaba apartada de las de los demás. A modo de un semicírculo, a la derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor, en el extremo de ese lado, Bartolomé, al frente Tomás y Judas. A la izquierda, Pedro, Andrés y Tadeo, y luego Simón, Mateo y Felipe.
Fue colocado el cordero en una fuente acompañada de ajos. En otro plato estaban las verduras y lechugas, en otro más los manojos pequeños de hierbas aromáticas, y en otro plato una salsa espesa típica de los judíos. Unos panes sin levadura, redondos y planos, servían a los comensales de platos, acompañados de cuchillos de marfil. Seis copas y una jarra de vino completaban el escenario de la cena. A razón de una copa por cada dos comensales. Jesús hizo la invocación y todos se sirvieron de pie. Luego, se sentarían sobre cojines, como era la costumbre, para comer. La fuente con las lechugas Jesús la pasó a los que estaban a su lado y ordenó a Judas dirigir la distribución. Fue entonces cuando Jesús habló de un traidor (“Un hombre que mete la mano conmigo en el mismo plato, ése me ha de entregar”). ¿Por qué siendo tan claro, nadie se dio cuenta de quien metía la mano en el plato de las lechugas que le pasaba Jesús era Judas? Pues, porque en la tradición judía “meter la mano en el mismo plato” era una expresión utilizada para decir que era alguien de su intimidad. Judas se enteró al instante que Jesús ya conocía lo que haría, y Pedro hizo señas nerviosas a Juan para que indagara con Jesús. Fue cuando Juan se recostó en el hombro de Jesús, otro aspecto de la tradición, y le preguntó: “Señor, ¿quién es?”. Jesús mojó un pedazo de pan y se lo dio a Judas. Entre los judíos esta era siempre una prueba de amistad. Vio de lado a Juan y pareció susurrarle algo. Cuando Pedro insistió en conocer la respuesta, Juan sólo le hizo alguna mueca buscando transmitirle que no era él ni ninguno de ellos. Pero, Juan sí pareció entender lo sucedido. Todos siguieron consumiendo la comida en el cenadero. Entre risas, vino (Jesús sólo bebió una copa) y palabras de afecto de Jesús. Menos Judas que salió del lugar sin dar explicaciones y que todos volverían a verlo colgado de un árbol o, tal vez, también, en el fondo de un barranco.
- Vida de Jesús
Francois Mauriac, Plaza & Janés, 1985, 249 págs. La célebre biografía de Jesús escrita por este aclamado escritor francés, Premio Nobel de Literatura en 1952.
- El alimento de la palabra
Scott Hahn, Rialp, 2014, 141 págs. Nuevo Testamento y Eucaristía en la Iglesia primitiva. El uso de la Biblia para la oración y para aplicaciones en la vida moral.
- 50 preguntas sobre Jesús
Juan Chapa, Rialp, 2006, 170 págs. ¿Tuvo hermanos? ¿En qué idioma habló? ¿Cuáles eran sus afinidades políticas? ¿Por qué lo rodeaban tantas mujeres? Cuatro de las 50 preguntas sobre Jesús cuyas respuestas el lector apreciará.
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