Domingo Marte, apoteosis del agua dulce

Moreno era un creador incesante y la naturaleza hacía germinar en él, el aliento poético, la enmarañada ocasión en que llega el verso a realizar su acarreo en el abierto crepitar de las mudanzas humanas.

Me contaba el poeta Domingo Moreno Jimenes, en aquellas tardes de mediados de los setenta, en su hogar del Barrio de Mejoramiento Social, que en sus viajes de evangelización poética por todos los rincones del país acostumbraba sentarse frente al río Soco, en medio de una vegetación tan abundante entonces que podía decirse que se estaba en un bosque amazónico.

Allí pasaba horas nuestro poeta mayor, ensimismado, observando el verde paisaje que se mostraba a todo su alrededor, y escuchando el rumor de aquel río de aguas profundas, de gran extensión, de discurrir sonoro, como eran para la época de su juventud casi todos los ríos de la isla. En ese lugar -entre el Seibo y San Pedro de Macorís- descansaba el guerrero de su misión como trotamundos lírico, único en nuestra historia literaria. Andariego, solitario y pobre, el “viejo profeta” como le llamó Manuel Rueda, se sentaba a la vera del río para hacer pausa en sus largas caminatas, absorber el aire que llenaba sus pulmones y su cabeza para continuar la travesía de difusión de su obra y de búsqueda del alimento de sus hijos y de la vieja Emelinda.

Pero, allí también creaba. Moreno era un creador incesante y la naturaleza hacía germinar en él, el aliento poético, la enmarañada ocasión en que llega el verso a realizar su acarreo en el abierto crepitar de las mudanzas humanas. El río era un afluente que serenaba los caminos para que el poeta se hundiera en su cauce y recibiera los dones que la poesía otorga a quien la habita. Y en ese lugar, descansando, hechizado, embebecido, el poeta cantó su poema al Soco, antes de dejarlo escrito para la posteridad:

Vas corriendo, alegre río,

Vas corriendo y vas dejando

Un recuerdo en cada espuma

Y una espuma a cada paso.

Y al mirarte correr, pienso

Que Manrique comparara

Tu corriente con la vida,

Pues cual tú, voluble, pasa.

 

Y cual rosas tiernas se abren

Las sonrisas en mis labios,

Pues, figúrome la muerte

Un gran mar inmenso y raro.

Mientras suenan a lo lejos

Las brumosas campanadas

Del crepúsculo, y la luna

Nos contempla muda y pálida.

El Soco sigue moviéndose, enriquecido por sus aguas que llegan desde el corazón de la cordillera Oriental, entre las lomas Cuarón, Cabeza de Toro y El Coamo, donde nacen otros ríos y acuíferos del Soco, cuya fuente principal es el río El Seibo que nace próximo a la loma La Herradura de la provincia del mismo nombre, según me enseña el maestro Domingo Marte.

El Soco, como el Ozama, deben ser de los pocos ríos caudalosos que aún existen en el país nuestro, desde que comenzara el proceso de extinción de nuestras cuencas. El Yaque del Norte, por ejemplo, que identificó por décadas largas a la Ciudad Corazón, ha visto descender sus aguas dormilonas y abandonar su rol de cinturón santiaguero. Contaba Cunito Cabral en sus célebres memorias que conoció joven aún a un hijo de un Santiago manso, “de un pueblo que se iba en sonrisa…musculoso, tímido, discreto…”. Se llamaba Joaquín Balaguer, de quien decía era “buen nadador de un río donde las piedras eran tan abundantes que más que entre las aguas, nadaba sobre cráneos”. Había mucha agua todavía en aquel Yaque de los poetas, pero hoy solo parecen quedar los cráneos. Sigue corriendo, entre piedras, por los más de siete mil kilómetros que cubre, desde La Vega hasta la Bahía de Manzanillo, y no ha dejado de ser, a pesar del áspero descenso de su cauce, el abastecedor del líquido para Santiago, Moca y la línea Noroeste, y de los canales de más de un millón de tareas que sirven al progreso de unos 15,000 productores agrícolas.

Domingo Marte es autor de tres libros que constituyen uno de los mayores homenajes didácticos de nuestra naturaleza: el primero, que nos permite descubrir todas nuestras playas, muchas desconocidas para otras personas que no sean las que viven próximas a esos mares pródigos y vírgenes; el segundo, que abre el conocimiento hacia las frutas de este paraíso, incluyend algunas que ni siquiera habíamos escuchado mencionar; y, este, el tercero, más reciente, que redescubre nuestros afluentes de agua dulce, cubriendo una geografía isleña donde mares, océanos y ríos nos rodean, junto a espacios ensoñadores, muchos, en el caso de los ríos, lamentablemente, desabastecidos, dormidos, extinguidos, a causa de la fiera presencia del hombre que ha talado la foresta, que ha entumecido la fuerza de los caudales, que ha herido de muerte nuestra naturaleza a causa de hábitos prohijados por la dolorosa sustentación. Holocausto de la miseria galopante, del desconocimiento del valor de las aguas, hoy contaminadas, desamparadas, casi inertes.

El Masacre se sigue pasando a pie enjuto. La Confluencia, en Jarabacoa, -allí donde se unen desde siempre los diezmados Yaque del Norte y Jimenoa- no es ya la que conocimos cuando niños. Vimos morir, ante nuestros ojos, el río Yuna, que ha corrido la misma suerte que el Camú, que tantas veces enloqueció de cansancio cuando las lluvias irrumpían en su cauce de forma abrupta y él dejaba, furioso, que se esparcieran embravecidas sus aguas por el contorno, como si se vengara de la iniquidad que ha significado el vertedero de aguas negras de viviendas y de industrias instaladas en sus alrededores. ¿Y Bayacanes, que fue río de juventud? Al pasar por sus orillas, rumbo a Jarabacoa, siempre trato de ver lo que otrora fue un río de caudal limpio y generoso, que en algunos lugares se apelaba a su peligrosidad por la profundidad de sus aguas.

Domingo Marte ha escrito el libro de nuestros ríos. No están todos, porque muchos han perdido ya sus copiosas maneras; algunos, están desolados sin árboles que le sirvan de protección, con sus asientos desvertebrados, sus cursos averiados, sus corrientes y manantiales en deriva; y los que quedan, no son los tantos de antaño, siguen ahí, indomables, dando el frente siempre a los depredadores, necesitados para resurgir, de la siembra de árboles y, sobre todo, de cariño y veneración.

Aquí pues, está la apoteosis del agua dulce dominicana. El autor ha caminado por todo el país para redescubrir nuestros ríos, para conocer su situación actual, para inspeccionar sus cauces y sus cuencas, y el resultado es una obra única, como sus dos anteriores; contribuciones sin precio al conocimiento de áreas relevantes de la vida natural del país, en pro de su valoración y cuidado. Voz de alerta para crear conciencia, si aún es posible, a fin de regresar al tiempo en que un río se cuidaba, servía al disfrute de sus visitantes o de los aldeanos que eran sus vecinos y se otorgaba valor a estas esenciales fuentes de vida.

Son veintisiete ríos los que muestra Domingo Marte en una formidable panorámica, a fondo, de estas cuencas. No es sólo un estudio geográfico de los ríos dominicanos, es también una galería fotográfica donde el propio autor hace su montaje, que nos permite visualizar cada uno de estos cursos fluviales. Son estas fotos, precisamente, las que nos revelan cómo van perdiendo nuestros ríos su identidad acuífera para convertirse en lagunas, en riachuelos, en pedregales, en tristes balnearios entre piedras, en deprimidos espacios de agua herida. Ahí están. Para conocerlos y rehabilitarlos, para valorarlos y detener la deforestación y la contaminación. Ojo de fotógrafo certero, las fotografías de Domingo, como siempre sucede, hablan más que mil fonemas. Todas, impresionantes, aún aquellas “penosamente dramáticas” como advierte Frank Moya Pons al prologar este gran libro. A sus 82 años de vida, este hombre extraordinario que no me canso de admirar, ha terminado de recorrer el país para mostrarnos playas, frutas y ríos, como una llamada de atención a fin de que nuestra naturaleza reviva, evitando que estas aguas rumorosas se extingan por completo, para que sigan corriendo alegres, dejando -como cantó el poeta al Soco- “un recuerdo en cada espuma y una espuma a cada paso”. Corrientes de vida, por la vida.

El libro -traducido al inglés y al francés- se completa con una serie documental de cuatro episodios y la aplicación móvil “Ríos dominicanos”, productos multimedia a los cuales se accede en la web www.popularenlinea.com/riosdominicanos.

LIBROS

  • Agua

    Joaquín AraújoCírculo de Lectores, Barcelona, 2007245 págs.Entre los libros de lujo –textos e imágenes- deténgase en este. La condición líquida: el agua esencial, las edades del agua, el agua emboscada, las aguas heridas.

  • Mar Azul

    José Alejandro ÁlvarezBanco Popular, 2011324 págs.En la línea de estos cinco libros, he aquí otro volumen impresionante. Las imágenes de este fotógrafo submarino santiaguero sobre la vida en el fondo del mar y los océanos.

  • Maravillas naturales de nuestra tierra

    Carlos de Soto Molinari et al.Ministerio de Medio Ambiente RD, 2012181 págs.Recorrido fotográfico por las grandes riquezas naturales de República Dominicana, abarcando 21 provincias, acompañada de buenos textos y con la colaboración de diversos especialistas.

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.