Samaná en tiempo de anexión
De lo que llevamos dicho, se desprende el valor que tiene para España la posesión de Samaná
En Breves Consideraciones sobre la Bahía de Samaná, editado en Puerto Rico en plena Anexión y reimpreso en Santiago de Compostela (1864), el teniente de navío español José Varela Recamán, al ponderar opciones para desarrollar dicha península, propuso asentar allí una colonia de laboriosos canarios. Ya a mediados del siglo XVIII, se había fundado la villa de Sta. Bárbara con familias canarias procedentes de Sto. Domingo, que en 1783 registraba unos 215 habitantes y 49 casas. En el XIX nuestro paradisíaco cocodrilo verde recibiría contingentes de colonos franceses, haitianos y negros americanos libertos, a los que se sumarían otros inmigrantes.
Nuestro autor, hijo de prominente médico y catedrático gallego a quien dedica su ópera prima, abunda en alcances acerca del valor geoestratégico de la codiciada bahía y su entorno. “Vamos a dar nuestra humilde opinión sobre los medios que nos parecen indispensables para hacer explotable y productiva la Península de Samaná: pero permítasenos antes de entrar en cuestión, examinar, aunque superficialmente, las ventajas que nos produjo por el momento la anexión de esta parte interesante de la provincia española de Santo Domingo.
La costa de la Isla de Santo Domingo desde el cabo de Rafael hasta el cabo Francés, que distan como setenta millas, forma una grande y profunda ensenada del centro de la cual se lanza hacia el mar y en dirección algo inclinada hacia el primero de estos cabos, la Península de Samaná; formando a ambos lados y con la costa respectiva de este semicírculo dos grandes bahías. La que queda a la parte del Oeste llamada «la Escocesa» es sumamente abierta, y es muy poco conocida y apenas visitada; y la del Este es la de Samaná que aunque muy extensa también, no lo es tanto como la anterior y tiene la ventaja de ser de más fácil defensa por los peligros naturales que cierran la mayor parte de su entrada.
Colocada esta hermosa bahía entre nuestras Islas de Cuba y Puerto Rico, y en el punto más general de recalada para los buques que vienen de Europa con destino a Cuba, Méjico y las repúblicas de Centro América, su posesión ha sido ambicionada por todas las potencias que tienen algún interés en estas regiones, y en especial por los Estados Unidos que llegaron a creer como artículo de fe, que les pertenecería brevemente. Cualquiera que fije su atención sobre un mapa, deducirá al momento lo que interesaba a España esta cuestión.
Los Estados Unidos avanzaban cada día un paso en su designio; y en su confianza en el logro de su empresa habían establecido ya en el país mil colonos de la Florida. Vieron a la República Dominicana exánime, pobre y destrozada por una larga guerra con sus vecinos, y por la lucha civil de dos partidos que se odiaban de muerte, y que ellos mismos quizá hicieron más terrible ayudando a unos para destrozarlos a todos, según su política proverbial en todas las repúblicas Hispano-Americanas; y en tal estado de cosas, la posesión de Samaná fue considerada por ellos como cosa segura, y en disposición la más conveniente para tratarla como un negocio que era preciso hacer lo más ventajoso posible.
En esta inteligencia mandaron sus comisionados a la capital de la república, y con el cinismo que les es propio, hicieron sus proposiciones para la compra de la Península, esperando los mismos resultados que obtuvieron en Méjico en semejantes circunstancias y por iguales medios. Pero el patriotismo de los dominicanos no había disminuido en la desgracia, como lo creyó el positivismo Yankee, y fueron desechadas sus proposiciones sin lugar a discusión.
Mas no desmayaron por esto los Estados Unidos, que creyeron que tal negativa no podría sostenerse por mucho tiempo; y en el caso de que así fuese, no habría que hacer otra cosa, según ellos, que aumentar la oferta en algunos miles de pesos; y si tampoco de este modo se conseguía, no faltarían medios de promover disturbios en el país y elevar al poder a quien fuera menos escrupuloso que el honrado general Santana.
En tal situación, los dominicanos se acuerdan de España, su antigua patria; y se echan en sus brazos y a los pies del Trono de la II Isabel. La hidalga nación española, no podía desecharlos; y la augusta nieta de Doña Isabel la Católica los recibió gozosa. Se verificó pues, la reincorporación de la más antigua e importante colonia española; y la ambicionada Península de Samaná, vino por el patriotismo del General Santana y de todos los dominicanos, a formar parte de la Monarquía española.
De lo que llevamos dicho, se desprende el valor que tiene para España la posesión de Samaná. Este punto en poder de los Estados Unidos sería para nosotros un vecino por demás incómodo y detestable. Ellos son, nuestros más crudos enemigos; y las Islas de Cuba y Puerto Rico sentirían en breve y fatalmente su vecindad. Pero ni a esto solo estaba reducido nuestro interés. Las repúblicas Hispano-Americanas de todo el mar de las Antillas sufrirían igualmente los efectos de su falaz política; y España no puede, ser indiferente al dominio de sus antiguas colonias, y al destrozo de su misma raza; por más ingratas que las dichas repúblicas, se muestren a las veces con su antigua patria.
Bajo tal punto de vista, la posesión de Samaná era para España, más que una conveniencia, una absoluta necesidad. Si nosotros, pudiendo leer en lo futuro, tuviéramos la seguridad de que esta Península no habría de ser nunca de los Estados Unidos, su posesión nos hubiera sido casi indiferente: pero como eso no podía preverse, como hubiera sido muy posible lo contrario, Samaná fue para nosotros de un valor inmenso, y merece todos los sacrificios que se deban hacer para su fomento y progreso.
Hace poco más de dos años que se verificó la reincorporación de Santo Domingo a la madre Patria, y en este corto tiempo se han sentido ya los saludables efectos de la paz, del orden, la seguridad individual y la confianza en el porvenir. En su capital, es donde más notables se han hecho las mejoras verificadas en este tiempo. Pocos días antes de la anexión, era una ciudad muerta, y en sus aisladas calles, crecía la yerba con la misma libertad que en el más abandonado campo. ¡No había una casa en construcción pues sobraban las existentes para su disminuida población: y no se veían más establecimientos de comercio que algunas miserables tiendas!
El magnífico palacio de las antiguas autoridades españolas amenazaba arruinarse: su bella catedral, que era lo único que se conservaba en buen estado, de aquellos antiguos tiempos, estaba desierta y como olvidada del clero; y el hermoso cuartel llamado «la fuerza» y del tiempo también de nuestra pasada dominación no conservaba más que las paredes que recordaban su grandeza: Todo era ruinas y miseria; consecuencia natural de largas guerras extranjeras y de sangrientas luchas civiles.
Hoy, por el contrario, se nota un movimiento que anima. Se abrieron multitud de establecimientos de varias clases: por todas partes se notan obras nuevas de construcción y reedificación: las casas antes tan tristes han sido pintadas haciendo variar repentinamente el aspecto entonces lúgubre de esta preciosa ciudad; se ve circular el oro en abundancia, cuando antes no se veía más que papel (de procedencia dudosa) y por último el país, halló la paz de los partidos uniéndose todos bajo el glorioso pabellón de su antigua Patria, y vieron orgullosos a la vecina República de Haití, su constante enemiga, inclinar con humildad la frente ante el digno y elevado poder de su nueva bandera.
Y no podían ser otros para los dominicanos los resultados de su unión a España, porque nuestra generosa nación no los admitía en su seno para utilizarse de ellos, sino para proteger y elevar su nueva provincia al rango que se merece y que ocupó en otros tiempos. Por esto se dotó a Santo Domingo de un cabildo digno de su antigua Catedral, se instaló una audiencia, se creó y regularizó el servicio de correos y se señalaron sueldos a los jefes y oficiales del valiente ejército dominicano; sin examinar lo mucho a que montaban estos costos, y conociendo que el presupuesto no podría cubrirse con las pequeñas rentas de la extinguida república.
Pero Samaná, que es el objeto único que nos hemos propuesto examinar, no sintió los efectos del nuevo gobierno como le sucedió al resto del país; y permanece hoy en el mismo estado que en tiempo de la extinguida república. La condición de sus habitantes, por sus diferentes procedencias e indolentes costumbres, ha sido el primer obstáculo para la inauguración de su fomento. La Administración militar ha hecho algunas obras, pero están bien lejos de corresponder a los gastos y al tiempo que se emplearon en ellas. Dos barracones para cuarteles, otro para hospital y tres casitas para los jefes, todas de madera y techadas con yagua, he aquí a lo que se reducen las obras verificadas y que han costado algunos miles de pesos.
No sabemos por qué, pero nos parece que el gobierno ha de estar confiado en que se hicieron mayores adelantos y es que tenemos motivos para creer que también él está o ha estado hasta hace poco alucinado con respecto a esta Península. La Marina es la única que ha hecho algo, y no lo decimos por lo que valgan sus obras, sino porque nada han costado al gobierno. Ella montó los cuatro cañones a que se reduce la débil defensa actual de la bahía; cubrió con un gran techo el depósito de carbón que está establecido en un pequeño islote a la boca del puerto de Santa Bárbara, construyó en este mismo punto un extenso muelle a donde pueden atracar los buques del mayor calado, y un gran almacén para depósito y repuesto de efectos navales, trabajando en la actualidad en la formación de un varadero para la carena y construcción de embarcaciones menores. Todo ello sin otros recursos que las tripulaciones de los buques de estación sucesiva en esta bahía, por disposición del General de la Escuadra.”
Varela levantó un plano para fortificar el puerto e hizo planes para desarrollar Samaná, como garantía para su “perpetuidad bajo el pabellón de España”. Que el fuego restaurador disipó.
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