La Navidad y el Grinch

Entre tradición, humor y contradicciones

Poner el Nacimiento, montar el Belén. Hermosas misas en viejas iglesias. El árbol con luces y regalos. Turrón, buen pan, lechón y ensaladilla rusa (con o sin remolacha. Esa no es una cuestión menor.)

Pierna de cerdo o pollo asado, están igual de buenos. Pasteles en hoja. Cuidado con el ponche, que da seguidilla. Ya no hay “asaltos”, hasta la palabra asusta.

Llegan cargados de regalos Santa Claus, Papá Noel, el Niño Jesús o Los Reyes Magos. Y los emigrados que mandan remesas y regalos. ¿Obligados comprar? Ni tanto. La Vieja Belén merece un revival, no es justo que solo los ancianos del lugar se sepan la historia porque es una bella historia.

Permiso gubernamental para beber a deshoras (como si hiciera falta). Muertos en carretera, borracheras épicas, turnos en la oficina que nadie quiere. Fiestas de empresa que a veces hasta salen muy bien.

Listas de propósitos para el Año Nuevo divertidas de hacer y tan utópicas que nadie espera que se cumplan. Se vale mentir.

Viajeros cuyo regreso se anhela todo el año o familiares que no apetece ver pero ahí están. Una vez al año sonreírles no cuesta tanto. A veces sí.

Soledad inevitable o soledad elegida. El silencio también se agradece. Hay quien dice que viaja y se queda en casa como un refugiado del resto del año.

Navidad de limosnas oficiales. O de regalos generosos envueltos en cariño personal con lazo de aprecio genuino. Felicitaciones sinceras por haber sobrevivido el 2024, un año raro. Tan raro como todos los demás.

Se pierde el sentido religioso transformado en una versión frívola de buenas intenciones que no engaña a nadie pero une a todos.

Creyentes no practicantes y agnósticos que rezan. La Navidad es para todo el mundo: sin ella no existiría el Grinch.

Inés Aizpún es una periodista dominicana y española. Ha recibido el premio Caonabo de Oro, el Premio de la Fundación Corripio de Comunicación por su trayectoria, y el premio Teobaldo de la Asociación de Periodistas de Navarra.