Una vida poco interesante
La tecnología empuja a la sociedad a una velocidad difícil de seguir.
La tecnología empuja a la sociedad a una velocidad difícil de seguir. En el camino, las Humanidades pierden espacio e importancia en la educación, trasformando la sociedad y la convivencia en algo que todavía no sabemos cómo resultará.
Así, vivimos en la contradicción. Ciudades de vanguardia como Nueva York, infestada de ratas. Como en la Edad Media. Alarma en París por plagas de chinches. Como las que se vivían después de la Segunda Guerra Mundial. Un mundo real en decadencia conviviendo con la irrealidad maquillada del metaverso.
La Inteligencia Artificial, (aunque inteligente es el que la programó, no la máquina) alimentada de los contenidos que personas reales crearon. La tecnología ha venido a quitarnos trabajo, nos dicen. Tendremos más tiempo para otras actividades, repiten. No lo hemos logrado por el momento. No tengo tiempo es una frase que se escucha a personas de cualquier condición y edad.
Infravaloramos lo que nos hace humanos y pasamos de pantalla en pantalla relegando la vida real a un papel secundario. Nuestra propia vida ya no nos parece tan interesante.
La tecnología reducirá la pobreza, estrechará la brecha social, insisten. No ha ocurrido: más bien al contrario. El uso mecánico e hipnotizado de la tecnología frente al uso inteligente y cultivado de la misma ensancha la brecha, separando a las élites de la masa consumidora.
La educación en retroceso. No solo aquí, en Estados Unidos, en España, en Francia... los estudiantes saben menos de sí mismos, de su historia, de arte, literatura o escritura. Pensar es una pérdida de tiempo. Los conocimientos que alimentan el alma, son los que nos hacían progresar como grupo humano. (¿Hay ratas en el metaverso?)
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