Ellas se llamaban...
Sesenta y siete vidas de mujeres han sido segadas por la violencia machista de enero a noviembre de 2019
En los extremos de la fatídica estadística, Yulissa Contreras Feliz, de solo dos años, violada y estrangulada, y Miledy Cruz Ramírez, de 63 años, muerta a puñaladas. La media de edad, 25 años. Mujeres llenas de vida y de sueños. Radiantes, pese a la violencia que marcaba sus vidas.
De una buena parte de ellas, los perfiles en las redes sociales permanecen abiertos. Cientos de fotos de mujeres hermosas, alegres, coquetas. Incontables mensajes de amor junto a las de sus hijos e hijas, casi siempre menores, rodeadas de enternecedores emojis. Son parte de los 90 niños y niñas que han quedado huérfanos a causa de la violencia extrema contra sus madres. Una cifra aproximada, además, porque no siempre la nota periodística, calco de la policial, ofrece datos sobre la maternidad de las víctimas.
Esta historia es parte del especial “Ellas se llamaban...” de Diario Libre, realizado por Margarita Cordero.
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Palabras inocentes, ajenas a la cercanía de la desgracia, como las escritas por Nayelin Estephany Margarin Medina, en las que daba gracias a Dios por la felicidad y bendiciones que llenaban su vida. Frases contra los feminicidios, como las dejadas en su muro por Glendy Esther Cedeño para condenar el de su amiga Marol Medina Salas: “Yo nuncaaaa, nuncaaaa, superaré tu muerteeeeee”, “Justicia por ti, morenita”. Un mes después, recibía ella misma un balazo en la cabeza. Palabras de determinación y fortaleza, como las escritas por Denia Lissette Báez Berroa: “Voy a luchar por mí y por mi bebé. Señor, permíteme seguir tus pasos”.
Fotos, muchas fotos y sonrisas. Fotos de mujeres sensuales, orgullosas de sus cuerpos. Niños y niñas que también sonríen y besan el rostro de sus madres. Bizcochos y globos de cumpleaños. Veladas en las escuelas. Vientres al aire para mostrar sin tapujos el embarazo. Recién nacidos que se ofrecen por primera vez al lente de la cámara. Confesiones públicas y apasionadas a sus parejas.
De las que no dejaron testimonio de sus vidas en las redes, hay que suponer que no eran diferentes. La juventud, y la mayoría de las asesinadas eran muy jóvenes, tiene la esperanza como dínamo.
Pese a las evidencias irrefutables, las autoridades persisten en su despropósito de edulcorar las cifras, como si con ella aligeraran la carga de su responsabilidad en los feminicidios. Ministerio de la Mujer, Procuraduría General de la República y hasta el presidente Danilo Medina en su discurso en su última rendición de cuenta, subestiman el número de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas. Callan la frecuente ocurrencia de feminicidios fallidos, que también de enero a septiembre suman diecinueve. No agregan tampoco las que aparecen muertas, con signos de violencia física y sexual, sobre las que nada más se sabe después, como ha ocurrido con las cuatro de este año. Pero, sobre todo, se muestran incapaces (¿indiferentes?) de ejecutar políticas públicas que contribuyan con la protección efectiva de las potenciales víctimas, a concienciar a la sociedad sobre la ideología que sirve de caldo de cultivo a los feminicidios y a hacer posible un cambio de cultura.
Las campañas conservadoras lideradas por las Iglesias contra la llamada “ideología de género”, contribuyen igualmente a enmascarar las causas reales de los feminicidios y la violencia contra la mujer. Disolviendo su especificidad en la violencia intrafamiliar (siempre masculina) o en la violencia social, y restando legitimidad a cualquier otro tipo de interpretación -- o en el mejor de los casos patologizando al feminicida--, las instituciones religiosas dominicanas se oponen de hecho al análisis ponderado que podría encaminar políticas públicas más responsables y de mayor efecto preventivo.
De su parte, y salvo dar cuenta escueta de los hechos, los medios de comunicación continúan hablando de “crimen pasional”, de “celos”, de “causas desconocidas”. Titulando “mujer muere”, “tipo mata ex jeba”, “hombre dispara”. Reduciendo a las víctimas a un nombre y a un número de cuchilladas o disparos. Despojando a las víctimas de sus historias personales, incluso cuando intentan poner de relieve la violencia de género. Para la mayoría, llamar por su nombre al feminicidio continúa siendo tabú. Desposeído de su naturaleza de violencia extrema contra las mujeres por ser mujeres, el feminicidio pasa a convertirse un delito como cualquier otro.
Mientras la mayor parte de la sociedad se desentiende de la gravedad del feminicidio, el calendario se tiñe de rojo. El machismo siega vida de mujeres jóvenes y deja un reguero de huérfanos, a los que no responden ni la sociedad ni el Estado.
Enero 2019
Ella se llamaba Esperanza Martínez.
Tenía 33 años. La mató de varias puñaladas en el cuello el hombre con quien mantenía una relación, aunque no convivían bajo el mismo techo. De ella apenas se publicó nada en los medios, salvo que su cadáver apareció en el baño de la casa del feminicida. Ocurrió en el municipio Santo Domingo Este el 18 de enero.
Ella se llamaba Dahiana Durán Bonilla.
Tenía 17 años. La estranguló su expareja. Conforme los familiares, el feminicida visitó la casa de su víctima para pedirle la reconciliación, pero la joven persistió en su negativa. De alguna manera, la convenció de acompañarlo hasta donde abordaría un vehículo del transporte público. Desde entonces sus familiares, que al pasar las horas sin que regresara denunciaron su desaparición, no supieron de ella hasta que su cadáver en descomposición apareció abandonado en la casa del feminicida el 25 de enero. Dahiana tenía planes de regresar a la escuela que había abandonado. Quería ser abogada. Ocurrió en el sector Las Cañitas, Distrito Nacional, el 21 de enero.
Ella se llamaba Ana Isaura Pimentel.
Tenía 31 años. La mató de varios disparos de escopeta su expareja, con quien convivió durante quince años y procreó cuatro hijos, dos hembras y dos varones. Una de las niñas la acompañó al lugar de trabajo del feminicida, donde supuestamente este le entregaría el dinero de la manutención. Siete meses antes, decidió abandonar el hogar huyendo de los malos tratos y las amenazas de muerte. Cansada de esperar, decidió marcharse, pero recibió una llamada del hombre pidiéndole bajar al parqueo de la empresa, donde la mató y se suicidó. Un hermano del feminicida declaró a la prensa que éste le había dicho que se “sentiría bien” quitándole la vida a Ana Isaura. Ocurrió en el Distrito Nacional el 29 de enero.
Febrero
Ella se llamaba Paola Rojas Santana.
Tenía 32 años. Era periodista. Deja dos hijos huérfanos, de 12 y 13 años. La mató de un puñetazo un hombre, sargento de la Policía, que la asediaba de manera constante y al que ella rechazaba. Nunca lo denunció por miedo. La noche de los hechos, el feminicida le arrebató antes el celular y lo estrelló contra el suelo. Cuando la joven le reclamó por su actitud, la golpeó provocándole la muerte. El feminicida pretendió la complicidad de una amiga de la víctima, pidiéndole declarar a las autoridades que esta había sufrido una caída. Ocurrió en el sector San Carlos, del Distrito Nacional, el 9 de febrero.
Ella se llamaba Yery Lachapel.
No se publicó su edad ni si tenía hijos, pero a juzgar por las fotos era muy joven. Tampoco se ofrecen otros detalles. La ahorcó su pareja con una correa, quien había llegado borracho a la casa en horas de la madrugada, por lo que habrían discutido. Ocurrió en Los Alcarrizos, Santo Domingo Oeste, el 18 de febrero.
Ella se llamaba Andreina Nivar (Coraima).
Tenía 25 años. Deja un niño en la orfandad. La estranguló su pareja en la habitación de hotel. Al ser apresado cuatro meses después de cometer el feminicidio, el hombre confesó que mientras su víctima se bañaba, un hombre llamó a su celular. Discutieron y la mató. Se deshizo de los documentos personales de la víctima para que no pudiera ser identificada. El teléfono lo vendió por 700 pesos. Ocurrió en el sector Herrera, Santo Domingo Oeste, el 6 de marzo.
Ella se llamaba Nairoby Nathaly Pérez Reyes.
Tenía 33 años. Era licenciada en Educación. Deja en la orfandad a tres hijos. La mató a puñaladas su pareja, con quien tenía 18 años casada. Conforme las autoridades, el feminicida llamó por teléfono a una hija adolescente para decirle que había matado a su madre y pedirle que cuidara de sus hermanos. Aunque allegados dijeron no saber que la pareja tenía problemas, en la Unidad de Violencia de Género de la Fiscalía de Valverde reposan dos denuncias interpuestas por la víctima contra el feminicida en los años 2016 y 2018. El feminicida se suicidó. Ocurrió en el distrito municipal Maizal, de Esperanza, en la provincia Valverde, el 26 de marzo.
Abril
Ella se llamaba Wanda Francisca Espinal.
Tenía 40 años. Era enfermera. Tenía tres hijos de una relación anterior. Su pareja la mató de varios picazos en la cabeza. Durante nueve días, el cadáver de la mujer permaneció oculto entre los manglares del río Salado. El feminicida tenía un historial de violencia contra ella; en una ocasión le infirió una puñalada que la llevó al borde de la muerte. Sus amigos y amigas señalan que en los últimos tiempos ella se había retraído y lo atribuyen a la situación de violencia en que vivía. Al ser detenido, el feminicida condujo a las autoridades hasta el lugar donde ocultó el cuerpo de su víctima. El cadáver fue encontrado en Boca de Chavón, La Romana, el 1 de abril.
Ella se llamaba Yarinelis Domínguez Rijo.
Tenía 12 años. Antes de estrangularla, la violó el hombre del que su madre se había separado y con quien se rehusaba a volver. Según testimonios de parientes, el feminicida maltrataba a la niña cuando aún convivía con la progenitora de esta. En una ocasión, la castigó hincándola sobre tapas metálicas de botella. También maltrataba a la mujer, quien presentó una denuncia por violencia de género ante el Ministerio Público. El feminicida dejó escrito en la puerta de la vivienda un mensaje para la madre de la niña: “Me duele que no estaré para verte sufrir también, pero me voy feliz porque te la hice”. Ocurrió en el municipio Villa Hermosa, en La Romana, el 5 de abril.
Ella se llamaba María Esthefani Ferreira Reyes (Yuli).
Tenía 23 años. Estudió en la UASD. La estranguló su expareja, con quien había procreado dos hijos. Intentando poner distancia entre ellos a causa de los maltratos, la víctima se fue a trabajar a la zona de Bávaro. Volvió a su antigua casa tras recibir una llamada donde le informaban que el hombre había intentado suicidarse deprimido por la ruptura, lo que era incierto. En la madrugada posterior a su regreso, el feminicida cumplió su cometido. El hombre fingió nuevamente un intento de suicidio infiriéndose una herida leve en el cuello. Ocurrió en el sector Los Platanitos, en Bonao, el 12 de abril.
Ella se llamaba Yajaira de los Santos.
Tenía 37 años. Deja tres hijos huérfanos. La mató su pareja de un disparo con un arma de fabricación casera. Familiares y allegados de la víctima señalan que el feminicida llegó borracho a la casa, rompió a patadas la puerta de la casa donde ambos vivían, discutió con la mujer y le disparó. Agregan que sus amenazas de muerte a su pareja eran frecuentes, así como los insultos con palabras descompuestas. Habían aconsejado a la víctima terminar con la relación. Incluso, el casero les había reclamado la vivienda en varias ocasiones, molesto con el comportamiento del feminicida cuando bebía. Ocurrió en la comunidad de Los Jovillos, Azua, el 27 de abril.
Mayo
Ella se llamaba Génesis Morales.
Tenía 19 años. La mató su expareja de un disparo en la cabeza delante del hijo de ambos, de tres años de edad. La joven había regresado una semana antes al país desde Estados Unidos, donde residía, con la intención de iniciar los trámites de divorcio del feminicida, al que este se oponía. Tras cometer el feminicidio, el hombre llamó a un taxista para que recogiera al niño y se suicidó. Ocurrió en Jarabacoa, el 25 de mayo.
Ella se llamaba Aleydi Ureña Peña.
Tenía diez años. La estranguló un vecino después de violarla. El infanto-feminicida aprovechó que la niña se encontraba sola para llevarla a su propia casa y cometer el doble crimen. Ocultó el cuerpecito debajo de su cama. Cuando fue hecho preso, alegó haber actuado bajo los efectos del alcohol y las drogas. Tenía solo dos meses viviendo al lado de su víctima. Ocurrió en Villa Progreso, Cienfuegos, en Santiago, el 5 de junio.
Ella se llamaba Johanna Mercedes Guillén Guillén.
Tenía 30 años. Era abogada de profesión y también vendía productos cosméticos. Su expareja la mató de varias puñaladas frente al hijo de ambos de cinco años. Precisamente por su hijo, dicen los familiares, la víctima nunca se querelló por violencia contra el feminicida. Una cámara de vigilancia captó los detalles del feminicidio. En la fílmica se ve a la víctima, ya en el suelo, intentando defenderse de su agresor, al niño llorando desesperado y al feminicida que huye. Los familiares de la víctima afirman que la relación fue siempre violenta. Ocurrió en San Cristóbal el 15 de junio.
Ella se llamaba Desrivieres Olchine.
Tenía 23 años. La mató de ocho puñaladas su pareja. Al momento de ser atacada en plena calle por su feminicida, lleva en brazos al hijo de ambos, de apenas un año de edad. Un grupo de personas lo persiguió y lo golpeó, pero logró escapar. Posteriormente, habría intentado suicidarse ingiriendo veneno. La Policía lo condujo al hospital. Ocurrió en el sector Los Charamicos, municipio de Sosúa, Puerto Plata, el 30 de junio.
Julio
Ella se llamaba Milady Cruz Ramírez.
Tenía 63 años. La mató a puñaladas su pareja, quien habría intentado suicidarse con la misma arma. La prensa ofreció escasísimos datos sobre este feminicidio. La hipótesis de las autoridades judiciales es que se trató de “un crimen pasional”. También conjeturaron que el feminicida, de 68 años, sufre de Alzheimer. Ocurrió en el sector La Luisa, del municipio de Constanza, el 3 de julio.
Ella se llamaba Floridania Javier.
Tenía 38 años. Trabajaba en el ayuntamiento de Santo Domingo Norte y era estudiante de término de la carrera Psicología Escolar. Murió tras una semana de agonía a consecuencia de las ocho puñaladas que le infirió su expareja, con la que se negaba a reanudar la relación a causa de sus celos y su violencia. El feminicida contó con la complicidad de un hermano. La familia se enteró de la tragedia por una llamada del 911. El apuñalamiento se produjo el 30 de junio y el deceso, el 7 de julio. Ocurrió en Villa Mella, Santo Domingo Norte.
Ella se llamaba Karina Francesca Silfa.
Tenía 26 años. Deja en la orfandad un niño de tres años. La mató a puñaladas su expareja, del que tenía siete meses separada. El feminicida declaró a la Policía que llegó a la casa de la joven a las seis de la mañana y se “recostó” de ella, por lo que discutieron. El niño, hijo de ambos, fue testigo del feminicidio. En varias ocasiones, los vecinos denunciaron los abusos cometidos por el feminicida contra su víctima. Ocurrió en el sector Alto de Villa Verde, en Manoguayabo, el 15 de julio.
Ella se llamaba Nayelin Estephany Margarín Medina.
Tenía 25 años. Deja en la orfandad a un niño y una niña de cinco y tres años. La mató su pareja de disparo en el pecho. De acuerdo con declaraciones de un vecino, el feminicida y su víctima llegaron poco antes a la vivienda que compartían. El 27 de marzo, ella subió un mensaje en su perfil de Facebook donde decía: “Que soy muy feliz, gracias a mi papito Dios por tantas bendiciones que ha traído a mi vida”. Tras cometer el crimen, el feminicida se dio a la fuga. Ocurrió en el sector Pueblo Nuevo, en San Francisco de Macorís, el 23 de julio.
Ella se llamaba Noemí de los Santos Morera.
Tenía 27 años. Deja cuatro hijos huérfanos procreados en una primera relación. La mató a tiros su pareja, con la que solo llevaba cinco meses de relación. Dos de sus hijos, de siete y dos años, fueron testigos del feminicidio. Los otros dos residen en el exterior con su padre. El sueño de la víctima era terminar una casa que construía en el empobrecido sector Ponce de los Guaricanos. Entre los vecinos se rumoreaba que el padre de los niños la ayuda con la construcción, lo que molestaba al feminicida. Ocurrió en Los Guaricanos, municipio Santo Domingo Norte, el 26 de julio.
Ella se llamaba Dariza Paulino Suarez.
Tenía 17 años. Era estudiante de bachillerato. Desapareció mientras se dirigía a casa de su abuela. Su cadáver, con signos de violencia, fue encontrado dos días después en las aguas de un arroyo. El feminicida le introdujo un palo en la vagina. Al ser apresado por la Policía, el feminicida admitió haberla estrangulado. Ocurrió en el sector Cabirmota, La Vega, el 28 de julio.
Agosto
Ella se llamaba Aimeé Rowland.
Tenía 33 años. Era visitadora a médico. Deja huérfanos una niña de siete años y un niño de tres. La mató a martillazos su pareja. La trabajadora doméstica relató que en la madrugada, la menor la despertó, visiblemente asustada por la discusión que sostenían sus padres. El feminicida, con la ropa ensangrentada, le pidió esperar unos minutos para llamar a su madre y salió del apartamento. Se suicidó. Ocurrió en el sector Villa Hermosa, Santo Domingo Este, el 7 de agosto.
Ella se llamaba Anabel Paulino (Anny).
Tenía 25 años. Deja huérfanos a una niña y un niño de cuatro y seis años. La estranguló su expareja y padre de los menores. Acompañada de sus hijos, fue a la casa del feminicida a buscar el dinero de la manutención, como él le había pedido. Fuera, le esperaba el hermano de su nueva pareja quien narró que, transcurridos alrededor de 20 minutos, los niños salieron de la casa llorando. El mayor gritaba que su padre había matado a su madre. El feminicida se suicidó. Ocurrió en el paraje Loma los Ángeles, del Santo Cerro, La Vega, el 23 de agosto.
Ella se llamaba Anibel González Ureña.
Tenía 30 años. Era abogada con maestría en asuntos migratorios. Deja en la orfandad a tres niñas de doce, nueve y tres años de edad. La mató de varios disparos su expareja, que dos años antes intentó matarla de siete puñaladas, por lo que fue condenado a cinco años de prisión. Un espurio acuerdo entre el feminicida y la Fiscalía de San Pedro de Macorís, hecho a espaldas de la víctima, lo devolvió a la calle. Pocos días después, el feminicida consumó su propósito. Su agonía duró hasta la mañana del día siguiente al ataque. Su caso es la dolorosa prueba de la indefensión de las mujeres. El feminicida se suicidó. Ocurrió en San Pedro de Macorís, el 31 de agosto.
Septiembre
Ella se llamaba Yulissa Contreras Feliz.
Tenía solo dos años de edad. Fue violada y estrangulada. Varios días después del infanto-feminicidio, las autoridades no habían identificado al culpable. Su cuerpecito fue lanzado desnudo a una zanja en las proximidades de su vivienda. El día de su desgracia quedó al cuidado de una hermanita de ocho años y una persona adulta que no estaba con ella al momento de su desaparición. Ocurrió en el empobrecido sector de Palavé, Manoguayabo, Santo Domingo Este, el 26 de septiembre.
Octubre
Ella se llamaba Edelin Batista.
Tenía 17 años. La mató a golpes su pareja, con quien tenía cuatro meses de convivencia. La abuela de la joven víctima declaró que ésta llegó a su vivienda quejándose de tener una pierna fracturada, por lo que fue trasladada al hospital, donde falleció. La autopsia reveló que había muerto a causa de una violenta golpiza. Amigas de la víctima dijeron saber que el feminicida le pegaba con frecuencia. El feminicida huyó, y a mediados de noviembre no se había informado de su apresamiento. Ocurrió en Cansino Adentro, Santo Domingo Este, el 12 de octubre.
Ella se llamaba Esmeralda Hoguistén Marte.
Tenía tan solo 9 años. La violó y posteriormente la mató un vecino de 21 años. El día del feminicidio-infanticidio, la niña no asistió a la escuela porque debía cuidar de sus hermanos más pequeños. Su madre estaba en el trabajo y su padre, en la Capital. Cumpliendo las tareas encomendadas, salió a un colmado cercano y ya no regresó. Su cuerpecito, con signos de violencia, fue encontrado tres días después entre los matorrales en la parte trasera de la vivienda del feminicida-infanticida. Cuando sus progenitores denunciaron la desaparición a la Policía, les dijeron que debían esperar 72 horas. Ocurrió en la Caleta, Boca Chica, el 21 de octubre.
Ella se llamaba Glennys Suero Piñeyro.
Tenía 41 años. La mató de tres disparos su pareja, delante de un hijo de ambos. Deja en la orfandad a cuatro hijos. El feminicida se suicidó. Licenciada en Contabilidad, la víctima administraba un pequeño salón de belleza de su propiedad. De acuerdo con los vecinos, la víctima y el feminicida sostuvieron una discusión momentos antes del hecho. Dicen, sin embargo, que ambos “se llevaban muy bien”. Ocurrió en el sector Alto Velo, del municipio de Barahona, el 30 de octubre.
Noviembre
Ella se llamaba Leónidas Mueses.
Tenía 39 años. Deja tres hijos huérfanos. Era empleada en un “picapollo”, donde hacía un horario de diez de la mañana a diez de la noche. Un tío la acompañaba para prevenir lo que finalmente sucedió: la mató de once puñaladas su expareja, que ya lo había intentado en una ocasión anterior. Ella se querelló entonces, pero él la convenció de desistir. Según versiones, el feminicida intentó suicidarse al verse acorralado por una multitud. Ocurrió en el sector Pueblo Nuevo, Los Alcarrizos, el 8 de noviembre.
Ella se llamaba Gladys Alvarado.
Tenía 47 años. La mató su pareja de 24 puñaladas. Los gritos desesperados de la víctima pidiendo socorro, no lograron que los vecinos la protegieran. La única testigo fue su nieta, de dos años. Murió poco después de llegar al hospital. Ella había decidido separarse del feminicida, a quien pidió abandonar la casa. Tras el hecho, el feminicida trató de suicidarse. Ocurrió en el sector Villa Blanca Primera, en Sabana Perdida, Santo Domingo Norte, el 11 de noviembre.
Ella se llamaba Monina Josep.
Tenía 18 años. Fue encontrada muerta de varios machetazos en el cuello y ambos brazos. Dejó huérfana a una bebé de cuatro meses. Las autoridades detuvieron por sospechas de feminicidio a la pareja de la víctima. Ocurrió en el paraje Los Alemanes, Boca Canasta, provincia Peravia, el 12 de noviembre.
Ella se llamaba Yasmín Hurtado Contreras.
Tenía 24 años. Deja dos hijos huérfanos. La estranguló su expareja, que simuló un intento de suicidio ingiriendo una sustancia tóxica, sin mayores consecuencias. La víctima se había querellado contra el feminicida por violencia de género. Ocurrió en Loma de Cabrera, provincia Dajabón, el 19 de noviembre.
Ella se llamaba Emili Tomas Peguero.
Tenía 16 años. La mató su novio de tres disparos. La adolescente agonizó durante una semana. De acuerdo con los familiares, ella había decidido romper la relación, pese a que el feminicida la había amenazado con que “sería de él o de nadie”. Ocurrió en el sector Villa Pompa, Sabana Perdida, la baleó el 14 de noviembre y la muerte se produjo el 21 de noviembre.
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