Thais Herrera: así me preparé para subir al monte Everest
La tricolor está en la cumbre
La preparación para subir al Everest fue complicada: el entrenamiento, las despedidas y una lesión en la espalda. (Parte 1 de 12)
La primera vez que vi el monte Everest en persona fue a las semanas de llegar a Nepal. No fue desde Katmandú, porque desde allí aún no se ve la montaña. Es una ciudad que está al nivel del mar y no ayuda a los alpinistas a aclimatarse. La primera vez que vi esa montaña tan imponente fue desde un helicóptero de camino al campamento base, el primero del ascenso al Everest.
Pero antes de eso ocurrieron muchas cosas. Tuve que tomar la decisión, preparar el viaje, conseguir el dinero, despedirme de mi familia y amigos, y, por supuesto, entrenar mucho. Unos caminos que me llevaron por Santo Domingo, Ecuador y Nepal. Soy dominicana y me embarqué en la misión de finalizar el “Exploratory Grand Slam”. Esto consiste en subir la cumbre más alta de cada continente y alcanzar el Polo Norte y el Polo Sur. Además, si lograba escalar el Everest, me convertiría en la primera mujer dominicana en hacerlo. De estos retos, solo me faltaba Oceanía, el Polo Norte y el Everest.
El dos por ciento de las personas que intentan hacer cima en la montaña más alta de la tierra, mueren en el intento. Es una aventura peligrosa, y más para la gente que no está habituada al frío y la altura. Yo lo sabía. Conocía mis capacidades y debilidades, por eso tenía muy claro que tenía que ir preparada.
La semana antes de la aventura
El primer contratiempo llegó unos días antes de tomar el avión. Tenía mucho estrés. La preparación me pasó factura mentalmente: el equipaje, el papeleo, la búsqueda de patrocinadores, las despedidas… Marzo de 2024 fue difícil. Mis hijos, que estudian fuera (uno en Canadá y otro en Italia), vinieron a visitarme antes de mi salida. El apoyo de la familia ha sido importante en cada uno de mis viajes. Por desgracia, uno no sabe si va a volver de la montaña, y menos de esta. Hay muchas cosas que no dependen del escalador, como los cambios del clima, los desprendimientos de nieve y hielo, el mal de altura, edema pulmonar, edema cerebral… El cuerpo humano no está hecho para esos ascensos. Intentarlo es ir contra natura. Cuando una persona se expone a esa altitud, su cuerpo empieza a morir. El Everest no perdona.
El día antes de tomar el avión que me sacaría de la República Dominicana, salí a entrenar. Todo fue fenomenal, seguí la dinámica de siempre. Cargaba con una mochila de 40 o 50 libras para acostumbrarme a llevar peso. En uno de esos entrenamientos, cuando regresé a casa y abracé a uno de mis hijos, un músculo de la espalda se tensó. Ni siquiera podía cargar la mochila. No me refiero a la de montaña, sino a la que iba a subir al avión. Tuve que llamar a un terapeuta y ponerme ventosa. Ese día pasé de sentirme lista para escalar el Everest a no poder ni levantarme del sofá. Pero en ningún momento me planteé poner fin a la aventura.
Durante esos días también recibí muchos mensajes de apoyo de amigos y familiares. Había de todo. Algunos, confiados, me decían que lo iba a lograr. “Tú estás preparada, yo confío en ti”. Luego, había otros que estaban estresados. “Ten cuidado, Thais, allí muere gente”, me advertían. Mis mejores amigas me hicieron una reunioncita privada, un desayuno de despedida. Insistimos en que no era un “adiós”, sino un “hasta luego”. Me dieron unas medallitas para que las subiera y bajara del Everest, para devolvérselas. El apoyo de mi familia, sin embargo, era distinto: mi mamá, mis hijos y mi pareja sabían que iba a hacer las cosas bien y de forma segura. Había un ambiente de tranquilidad.
Mi coach no decía nada; él entendía que estábamos preparados. Tenía plena confianza. Sin embargo, antes de salir al aeropuerto, apareció allí y me dio también un objeto para que se lo trajera de vuelta. Era una medalla que le dieron cuando su hijo nació, 21 años atrás. De repente, vi que la expedición no era solo cosa de una persona, de Thais Herrera, sino de toda la gente que me rodeaba.
Tenía claro que no iba a subir sola al Everest, llevaba a toda mi gente conmigo. Y ese avión que iba a coger no se dirigía a Nepal, sino a Ecuador, donde, aún con molestias en la espalda, me reuní con viejos amigos para coger altura antes de la peligrosa aventura. Sabía que en mi vida quería ver nietos, y mis hijos aún no tenían novia… Debía regresar con vida.
El año pasado viajé al Polo Sur. Ese es el sitio más frío en el que he estado. Nunca en mi vida pensé tanto en la playa como cuando estuve allí. En ese momento, rodeada de nieve y hielo, en un lugar donde el horizonte era blanco y gélido, pensaba en Las Terrenas, en Samaná…, en las playas de República Dominicana. Qué irónica puede ser la vida a veces. Esquié 111 kilómetros y escalé el Vinson, la montaña más alta de la Antártica. Cuenta con 4,892 metros de altitud, y me sirvió como preparación o preámbulo para el Everest. Al exponerme a ese frío extremo, junto con la dureza de la expedición, vi que estaba preparada.Tenía ganas, energía, preparación física y mental. Mi única limitación era presupuestal. Es por esto que, como en las anteriores expediciones, me puse a buscar patrocinadores para costear el viaje.
Un relato de Thais Herrera tal como se lo contó al periodista Miguel Caireta Serra.
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