Thais Herrera: Pasé por Ecuador antes de ir al Everest
La tricolor está en la cumbre
"Mi mayor debilidad es la altitud y yo vivo al nivel del mar. Si no me aclimataba, me arriesgaba a coger mal de altura, náuseas…" (Parte 2 de 12)
El 29 de marzo de 2024, tomé un vuelo desde el caluroso aeropuerto de Las Américas, en Santo Domingo, y me dirigí a Panamá. Volé de Panamá hasta Quito, la capital de Ecuador. El objetivo era pasar unos días en el país, ganando altura y entrenando antes de viajar a Katmandú. Mi mayor debilidad es la altitud y yo vivo al nivel del mar. Si no me aclimataba, me arriesgaba a coger mal de altura, náuseas, migraña… Por esto me fui una semana a Ecuador: para llegar a cinco mil metros, preparar mi cuerpo, crear más glóbulos rojos y estar lista para la montaña.
Allí viajé junto a mi pareja y nos recibieron unos amigos y mi compañero de viaje, la persona que iba a subir conmigo al Everest. Nos quedamos en la casa de Carolina y de Frank, unos viejos amigos alpinistas con los que ya había escalado mucho. A partir de ahí empezamos a hacer ganancias de elevación paulatinamente.
Seguía con molestias en la espalda, por lo que adaptamos todos los planes de escalada. Cada vez que salíamos a entrenar, yo no llevaba mochila. No podía caminar con peso. Es curioso: estaba a unos días de viajar a Katmandú y ni siquiera podía cargar con el agua. ¿Dónde se ha visto un alpinista que no puede hacerse cargo de su mochila? Veo las fotos de Ecuador y todo el mundo aparece cargando mi equipaje.
Mi compañero y amigo de aventura
Nunca estuvo en mi cabeza ir sola al Everest. Esa no habría sido una decisión responsable. Sabía que tenía que ir con alguien experimentado. Una persona de plena confianza a quien poder confiar mi vida si fuera necesario. El Everest, como dije antes, no perdona. Por este motivo es muy importante tener un aliado en esa montaña.
El mío era Paul Guerra: mi guía y gran amigo. Él contaba con una larga experiencia como guía de montaña. No tenía el Everest en su lista de cimas, sin embargo, había coronado muchísimas veces el Aconcagua, la montaña más alta de América. Se ubica en Argentina, en los Andes, y cuenta con una altura de 6,961 metros… Un reto difícil. Además, con él ya había escalado muchas cumbres y teníamos plena confianza. Me iba a acompañar a la montaña más alta del planeta, uno de los sitios más peligrosos de la tierra, y me iba a ayudar a documentarlo todo en foto y vídeo. Siendo sincera, Paul fue vital para que yo estuviera tranquila, confiada en que tenía la capacidad de hacerlo. Él me presionaba en los momentos que tenía que presionar, a veces un poco más de lo que yo hubiera querido, pero sé que lo hacía con toda la intención de que lográramos el objetivo.
Junto a Paul, mi pareja y mis amigos, fuimos a Rucu Pichincha, una montaña de 4,784 metros de altitud, para caminar por la “ruta de la muerte”. También fuimos a Cayambe e Illinza. Siempre dormíamos en refugios. La idea era que no me doliera la cabeza, que fuera sintiéndome bien y que me adaptara a la altura. En uno de esos días, fuimos a una laguna que hay en la ruta de Illinza y empezó a nevar. Entonces, en la ida vimos pura tierra negra y, al regreso, lo vimos todo blanco, lleno de nieve. Fue una preparación bonita y buena.
Empecé a llamar a alpinistas para pedir consejos
Durante mi estancia en Ecuador, me fui recuperando de mis dolencias en la espalda, pero aún me acompañarían unas semanas más. Allí, junto a mi guía Paul Guerra y mis amigos alpinistas, hicimos entrenamientos para ganar altura. Cuando volvíamos de las excursiones, me sentaba en la casa y contactaba con diferentes personas para pedir consejos. Antes de una aventura siempre busco las tácticas que me pueden ayudar en el camino, así que empecé a llamar a escaladores experimentados.
Contacté con Rafa Jaime, un amigo alpinista mexicano que es ciego, y hablamos de algunas cosas importantes que debía tener en cuenta. Luego intercambié mensajes con Viridiana Álvarez, una mexicana que tiene el récord de subir las tres montañas más altas en menos tiempo. También hablé con Karl Eglof, un alpinista ecuatoriano-suizo con mucha experiencia en la montaña. Además, escribí también a algunos amigos que ya habían escalado el Everest. Me pasaba las horas de descanso buscando consejos en otras personas. “La garganta te sufre mucho, sobre todo cuando tienes la máscara de oxígeno. Come siempre una menta”, me dijo uno de ellos. “Cuando estés en Nepal, el agua siempre de botella, si no te puedes enfermar y es horrible”, me advirtió otro. “Cómprate unos guantes que sean de piel completos”, me dijo uno de forma muy acertada. Me indicó hasta la marca, y fue una compra que luego agradecí mucho. Todos esos consejos que recopilé desde Ecuador, los anoté y los apliqué en mi aventura. Siento que eso me ayudó mucho durante el viaje.
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