En conversación con Jimmy Carter sobre las elecciones de 1996
El expresidente de EE.UU., fallecido el pasado 29 de diciembre, estuvo de visita en el país como observador electoral y el autor de este artículo recibió una invitación para intercambiar con él impresiones fuera de récord
Eran meses en que los ojos del mundo estaban volcados sobre la República Dominicana, embarcada en un nuevo proceso electoral apenas dos años después de unas votaciones traumáticas y de la reducción del período presidencial.
Sin aún saber por qué y por recomendación de quién, recibí una invitación para un intercambio de impresiones fuera de récord con el expresidente Jimmy Carter, recién llegado al país como observador electoral del centro que lleva su apellido. Abundaban las sospechas y el medio que dirigía y creé, la revista Rumbo, alimentaba semanalmente la conversación pública con una carga de informaciones y análisis políticos por reputados periodistas e intelectuales.
Joaquín Balaguer agotaba su último tránsito por el poder, reducido a la mitad por la crisis que colocó el país al borde del caos en 1994. Fueron unas elecciones amañadas para impedir que el candidato del poderoso Partido Revolucionario Dominicano (PRD), José Francisco Peña Gómez, se ciñera la franja presidencial. Su ingenuidad política y bonhomía se habían sobrepuesto a sus ambiciones en un pacto que a la larga tronchó la llegada a la meta: la poltrona en el Palacio Nacional.
Una campaña caliente en desarrollo
La campaña electoral estaba al rojo vivo cuando Carter realizó la primera de dos visitas en 1996. Se repetían los epítetos racistas contra el candidato del PRD, enfrentado esta vez a una joven promesa, Leonel Fernández, por el Partido de la Liberación Dominicana. Balaguer parecía haber aceptado la candidatura de Jacinto Peynado por su Partido Reformista Social Cristiano, pero el viejo zorro se reservaba más de una carta en la manga. Dos de los líderes políticos tradicionales, Balaguer y Juan Bosch, habían dado paso al relevo, forzado el primero por las circunstancias; y el segundo, por la inevitabilidad de la biología.
Sin embargo, las tretas y jugarretas estaban a la orden del día. De las propias filas reformistas emergían las zancadillas contra Peynado y su vice, Maribel Gassó. Fernández, por su lado, sufría la frialdad de la vieja guardia peledeísta que lo veía con insuficiencia de credenciales para la boleta morada. A su favor contaba con el apoyo discreto de otra vieja guardia, pero la reformista del entorno de Balaguer.
Las encuestas de Rumbo no daban muchas esperanzas a los reformistas y la segunda vuelta estaba planteada. El balotaje era uno de los cambios que dejó el desastre de 1994, pero no en la versión acordada en una cumbre del liderazgo político con Agripino Núñez Collado como mediador. Se había acordado un 40 % más uno como mínimo para ganar las elecciones; el Congreso aprobó el 50 % más uno.
Carter como garantía
Vistos los resultados de 1994 y la conformación de un frente silencioso pero sólido contra la candidatura de Peña Gómez, la atmósfera política estaba cargada de nubarrones y presagios. La presencia de Carter en el país, reconocido demócrata y ficha clave para que Balaguer entregara el poder en 1978, importaba.
Éramos solo dos invitados a la reunión con Carter. A la entrada del hotel Sheraton, en la avenida George Washington, me encontré con Juan Bolívar Díaz, amigo querido desde mi bautizo periodístico, destacado comentarista político y columnista de Rumbo. Intercambiamos saludos y quizás algún comentario sobre la hora de la cita, las dos de la tarde.
Alguien nos aguardaba y nos acompañó hasta lo alto de la suite presidencial, vigilada la puerta de acceso por unos fornidos agentes del Servicio Secreto norteamericano. Franqueada la entrada, nos acomodamos en un salón con la majestad del mar Caribe al fondo y el sol despiadado de abril.
Carter no nos hizo esperar. En mangas de camisa, nos saludó con su sencillez proverbial y sin muchos preámbulos entramos en materia.
Pregunté si quería tradujera para Juan Bolívar pero respondió en inglés que no hacía falta, que entendía español y mejor aún si hablábamos un poco lento.
Muy lejos ya aquellos años de su presidencia, que viví como estudiante fuera del país. Mientras repasaba mentalmente mis puntos de conversación, me vino a la mente aquel reportaje brillante en el magazine dominical del New York Times, que narraba detalladamente la fracasada operación de rescate de los rehenes en la embajada de Estados Unidos en Teherán. Las arenas del desierto se impusieron a la tecnología de los helicópteros norteamericanos.
Aquel hombre humilde frente a los dos periodistas de un pequeño país caribeño había reescrito su historia de vida con su trabajo, dedicación y fe inquebrantable tras abandonar la Casa Blanca. De pronto recordé aquella entrevista en Playboy, en medio de la campaña electoral de 1976, en la que ingenuamente confesó que había “pecado” muchas veces en su corazón al haber mirado muchas mujeres con lujuria. Delante teníamos a un expresidente norteamericano de un solo periodo y triste ejercicio, pero a un ser humano movido por ideas nobles. Esos ideales lo habían traído a Santo Domingo.
La conversación
Con más experiencia que yo y nutrido con sus averiguaciones para su libro sobre las elecciones de 1994, mi amigo y colega hizo un análisis acabado sobre la situación, la complejidad del momento y la desconfianza que generaba Balaguer como presidente y, en consecuencia, seguro árbitro del certamen electoral.
Repasábamos los incidentes en la campaña electoral, la represión y dificultades de la oposición cuando se produjo un fuerte temblor de tierra. En el último piso del Sheraton, el movimiento telúrico se sentía con intensidad y advertí preocupación en el rostro de Carter. Luego supe que el sismo había alcanzado 5.1 en la escala de Richter.
Apaciguada la tierra, inmediatamente Carter se excusó y se marchó a su habitación mientras Juan Bolívar y yo permanecíamos a la espera, un tanto perplejos. Lo vi marcharse pálido y no recuerdo si le hice algún comentario al respecto a mi compañero de profesión.
Carter tardó unos 15 minutos en regresar y nos comentó que había llamado a su esposa, Rosalynn, cuyas memorias, First Lady from Plains, había leído y disfrutado grandemente. Continuamos la conversación, convencido yo de que Carter no era el mismo después del temblor. Si fue a la habitación a algo más que a una llamada, nunca lo sabré.
Mi segundo encuentro con Carter fue en febrero del 2014, en Atlanta, siendo yo embajador dominicano ante la Casa Blanca. Pero es otra historia y otros son los detalles.