El mítico Café Moro de la Casba de Rabat, reducido a polvo y escombros
Javier Otazu
Rabat, 17 jul (EFE).- El mítico Café Moro de la Alcazaba (o Casba) de los Udayas de Rabat, un café centenario y visita obligada de todo viajero en la capital de Marruecos, ha quedado reducido a polvo y escombros. No queda en pie sino la higuera que daba sombra al público.
El alcalde de la capital, Mohamed Sadiki, dice a Efe que el lugar 'amenazaba ruina' y que será reconstruido 'de forma idéntica' a como estaba en un plazo 'de doce a quince meses'.
El Café Moro existía desde hace cien años y representaba para Rabat lo mismo que el Haffa de Tánger, el Café Loti de Estambul o el Fishawi de El Cairo: esos lugares añejos que guardan la memoria de una ciudad y que han sido tan fotografiados a lo largo de su historia que su imagen se confunde con la de la urbe.
Es comprensible: colgado en un promontorio, sus terrazas daban sobre el estuario del río Buregreg, y desde sus mesas se podía ver el Océano Atlántico, la playa de Rabat, el cementerio de la vecina Salé y la imponente Torre Hasán, otro monumento emblemático de la capital.
No era lo que se dice cómodo -los asientos eran de dura piedra adosada a la pared- ni tampoco ofrecía grandes cosas, salvo el sempiterno té con hierbabuena y los pastelitos de almendra servidos por unos camareros con babuchas y zaragüelles. No importa: hoy todo el mundo llora su pérdida.
Todo era perfectamente 'oriental' en el café. Incluso el nombre, un tanto curioso, pero todo tiene su explicación.
UNA CREACIÓN DEL GUSTO COLONIAL
La Alcazaba de los Udayas fue construida por los moriscos expulsados de España y desde ella salían las expediciones de los piratas que en el siglo XVII saqueaban los barcos españoles cargados de oro de las Indias y los llevaban a la efímera república corsaria que tuvo su diwan o gabinete en plena alcazaba.
Aquella fue su época más próspera, pero luego entró en decadencia hasta que llegó el protectorado francés (1912-56).
Fue el mariscal Hubert Lyautey, auténtico virrey francés en su cargo de Residente General de Marruecos entre 1912 y 1916, el que fijó la capital marroquí -hasta entonces itinerante- en Rabat, emprendió la construcción de una ciudad nueva para los europeos y se esforzó por preservar tal como estaban la ciudad antigua y la alcazaba, en un empeño obsesivo de no alterar la tradición.
Idea suya fue el Jardín Andaluz de la alcazaba, creado en realidad por un paisajista francés inspirado en los jardines de Sevilla, así como el café, que llamó 'moro' porque según él reproducía el ambiente local que tanto admiraba Lyautey, y porque la palabra francesa 'maure' nunca tuvo la connotación racista de la española 'moro'.
La idea de Lyautey tuvo un éxito inmediato: ya en los años veinte del siglo pasado, las primeras guías turísticas de Marruecos, las luego famosas 'Guides Bleus', recogían el jardín andaluz y el café moro como lugares de imprescindible visita. Hasta se imprimieron postales con el Café como tema.
Las postales que se conservan de aquella época dan cuenta de lo poco que el lugar cambió en su siglo de existencia: los clientes se sentaban alrededor de unas mesitas pequeñas, en taburetes o en bancos de piedra pegados a la pared para sorber despaciosamente su té con hierbabuena.
Un siglo después, aquel seguía siendo parte de su encanto: sentarse en el café era como entrar en un tiempo suspendido bajo la higuera.
VÍCTIMA DE LAS RESTAURACIONES
Es paradójico que el café haya sido víctima del gran proyecto de restauración de la parte antigua de la ciudad, llamado 'Rabat, capital de las luces' y que quiere adecentar las partes más degradadas de la medina y la casba.
Todo comenzó hace un año, con la reforma integral del Jardín Andaluz y su entorno: aparecieron entonces graves fallos estructurales en los propios cimientos del café y sus paredes que ponían en peligro su estabilidad en la punta del despeñadero.
Tal vez aprovechando que no había turistas por culpa de la pandemia del coronavirus, la demolición del café comenzó hace varias semanas, pero transcurrió casi en secreto hasta que esta semana alguien publicó las primeras fotos y se propagó la alarma.
Sostiene el alcalde Sadiki que la reconstrucción del café va a costar 12 millones de dirhams (1,1 millones de euros), y que la Unesco -que en 2012 dio a Rabat el título de ciudad Patrimonio de la Humanidad- ha sido avisada y ha dado su acuerdo 'porque confía en que la reconstrucción será idéntica'.
Sin embargo, la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura desmiente al alcalde: en una declaración escrita a Efe asegura que 'Unesco no ha sido informada ni consultada sobre este proyecto hasta el momento', aunque ahora se encuentra 'haciendo seguimiento con las autoridades marroquíes para examinar el asunto y establecer cualquier impacto potencial sobre el valor universal excepcional, la autenticidad y la integridad del lugar'.
Esta polémica promete dar que hablar, pues se añade a la que ya arrastra la Unesco con el Gobierno de Marruecos por cuenta de los proyectos megalómanos de Rabat: la futura Torre Mohamed VI, llamada a ser la más alta de África, y un imponente centro comercial ultramoderno que se está tragando la coqueta estación de tren de la capital, ambos criticados por el organismo de la ONU.
En lo que fue el Café Moro, solo quedan gatos paseando entre los escombros. Preguntados los vecinos del lugar, repiten como un mantra lo que les han dicho: que todo volverá a ser igual. Pero no se olvidan de añadir, un tanto escépticos: 'In sha allah' (si Dios quiere). EFE