Irrevocable, relato breve de Rafael Andrés Guzmán
Después que Porfirio Veras se recuperó, tenía varios días encerrado en su casa y optó por salir a distraer su mente. No bien iba a cruzar la calle cuando se quedó pasmado: estuvo a punto de
ser embestido por un conductor imprudente que ni siquiera redujo la velocidad al verlo.
Todavía impresionado por el temor, caminó algunos pasos y se sentó reflexivo en el parque. No transcurrió un minuto cuando un individuo de aspecto desgarbado se sentó a su lado a fumar.
El ruido de los altoparlantes era infernal.
Regresó a su hogar y se quedó en un largo soliloquio, cenó algo ligero, y antes de acostarse ya había tomado una irrevocable decisión.
Al otro día, muy temprano, Porfirio Veras abordó un taxi y se dirigió al consultorio del eminente psiquiatra Arturo Fuentes.
–Buenos días, doctor.
El doctor le da los buenos días y le expresa su alegría al verlo satisfactoriamente bien.
–Sabe, doctor, estoy aquí por primera vez y vengo bien decidido.
–No comprendo nada –dijo el doctor. –Esta no es la primera vez, usted había venido antes donde mí. Yo fui el psiquiatra que lo atendió.
–No– replicó Porfirio, callando un instante como para permitir que el doctor lo entendiera.
–Aquella vez a mí me trajeron. Pero ahora en esta situación soy yo quien he venido por mi propia voluntad.
El doctor no quería insistir más, pero la inquietud y la curiosidad pudieron más que él.
–Comprendo –dijo de nuevo el doctor, pero ya usted no está sometido a tratamiento. Lo veo bien y hasta anda solo por la ciudad.
–No, doctor–dijo Porfirio Veras, apesadumbrado –. Es que así no puedo seguir, esto es insoportable.
–Sí, pero es que ahora usted me confunde, don Porfirio, no lo entiendo, dígame de una vez qué es lo que quiere usted de mí.
–Que me devuelva mi locura.