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Literatura
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El maestro y el discípulo: de Juan Bosch a Enriquillo Sánchez

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 El maestro y el discípulo: de Juan Bosch a Enriquillo Sánchez
Enriquillo Sánchez, en una versión del pintor Dustin Muñoz.

Desde que el Partido de la Liberación Dominicana tomó el poder, no pocos de los discípulos de su fundador, el profesor Juan Bosch, hicieron una mala lectura de su ideal. Lejos de emularlo intelectual y éticamente, usaron las instituciones para resarcir su culpabilidad moral, haciéndole culto a la personalidad de su líder. Sin embargo, esa práctica está muy lejos de encarnar el espíritu humanístico de las enseñanzas y las prédicas de Bosch. Algunos han querido sacralizar su dimensión intelectual y canonizar su doctrina. Un apóstol de la democracia y un guardián de la libertad, como Bosch, cultivado en la lectura de Martí, Bolívar y Hostos, desde luego que asumió la convicción de que el culto a la personalidad es una práctica propia de las tiranías y de los totalitarismos. Cuando regresó de su largo exilio, tras denunciar la dictadura de Trujillo, pudo ver como se derribaron estatuas, borraron símbolos y destruyeron las efigies del perínclito. De modo que Bosch combatió ese rasgo inherente a los regímenes militares y totalitarios, con su pluma y sus escritos.

Todos los que estudiamos la historia del arte antiguo sabemos que el culto a la personalidad de los emperadores fue un rasgo peculiar de la escultura romana, que hizo que fuera más monótona que la griega. Los anónimos escultores romanos solo se limitaron a esculpir estatuas y bustos de Calígula, Nerón, Trajano, Octavio Augusto, Julio Cesar, Marco Aurelio o Adriano. Mientras que los griegos, fueron más variados, y por tanto cultivaron temas como la representación de dioses, de seres mitológicos y atletas. De ahí que fueron más artistas y superaran con creces la escultura romana. Por eso no sabemos quiénes fueron sus escultores, en cambio, sí conocemos a Fidias, Mirón, Milo, Prexísteles, Policleto y Lisipo.

Quien no actúa en consonancia con el pensamiento de Bosch, traiciona su legado y se revela en discípulo espurio e ilegítimo. Y de ahí la mala interpretación, desde el poder, de muchos de sus discípulos y seguidores, no del ideólogo, escritor y teórico de las ciencias sociales, sino del líder político.

Este exordio viene a cuento, a raíz de la decisión, a todas luces desacertada y oblicua, del actual ministro de Cultura, el arquitecto Eduardo Selman, de reemplazar el nombre al auditorio del Ministerio de Cultura, Enriquillo Sánchez, por el del profesor Juan Bosch, tras 16 años de haber sido instituido por el ex ministro de Cultura, licenciado José Rafael Lantigua, en 2004, en ocasión de la muerte del destacado poeta, ensayista y cuentista de la generación de Postguerra.

Indigna e irrita esta herética y errática decisión porque revela ignorancia, insensatez, arrogancia, insensibilidad y estulticia, y a la vez expresa un irrespeto a la memoria y al legado literario de Enriquillo Sánchez. Y porque ofende la sensibilidad de su familia, amigos, admiradores y lectores de su obra. Pero también hiere y agrede la memoria de Juan Bosch, al poner a competir a ambos escritores, al maestro y al discípulo, que se admiraban y elogiaban recíprocamente, y cuya medida habría rechazado porque no era su estilo. Bosch ya tiene con su nombre: calles, edificios, una biblioteca, una ciudad, un auditorio (el de la Biblioteca Nacional), un aeropuerto, un puente, un hospital, escuelas... Enriquillo Sánchez es lo único que tiene para honrar su memoria, y aun eso el ministro Selman quiere usufructuar. Una designación que se tomó durante el Gobierno de su Partido, que ya es una tradición --y cuya inauguración fue memorable, que incluyó un documental producido por Luis Martín Gómez y lecturas de fragmentos de la poesía de Enriquillo.

El mejor homenaje que pudieran hacerle a Bosch sus discípulos, y los (hasta el 16 de agosto) incumbentes del actual Gobierno, es leer, difundir y estudiar su obra, y seguir su ejemplo, con su ética y su conducta. Además, investigar, leer y escribir con tanta disciplina y constancia como lo hizo Bosch. Convertirse en sus exégetas y hermeneutas, y no en sus apologetas fanáticos, que quieren transformar su doctrina en una religión política, y su pensamiento, en un dogma. Este duelo simbólico y jerárquico con la memoria histórica de dos pilares de las letras nacionales, constituye un espectáculo cursi y de mal gusto, que pone en tela de juicio la noción de gratitud y admiración del ministro Selman a su maestro. Si quiere mantener viva la llama de su memoria debe hacerlo con el ejemplo ético y el talante intelectual que le dejó Bosch. Y promoviendo sus obras, no con un culto sesgado y miope a la personalidad literaria de su mentor. Algún complejo de admiración subyace en la conciencia de Selman, y un gran desconocimiento del arte de la prudencia y un proverbial desconocimiento de la obra literaria de Enriquillo Sánchez. Solo así se explica este desacierto, apenas a una semana de salir del poder y de entregar su cargo que, lejos de hacerle bien a su breve gestión, la empobrece y ensombrece. Esta actitud refleja incomprensión de su función como agente cultural, falta de conciencia de la continuidad del Estado e ingenuidad sobre el potencial de las palabras en manos de los intelectuales. Desconoce que los ministros y funcionarios son los pararrayos del presidente de la República, que evitan que caigan sobre la responsabilidad del mandatario, las acciones que afectan y hacen ruido al Gobierno. No pocas de estas medidas ocurren porque algunos funcionarios públicos no consultan a consejeros ni a sus amigos cercanos, y porque desde hace varios años, no existe el Consejo Nacional de Cultura. La conciencia crítica de los intelectuales caerá sobre su paso por el Ministerio de Cultura, si no se retracta. Las redes sociales arderán y arden por esta errática y extemporánea decisión, que refleja una adulación innecesaria e inútil.

Escribo estas líneas desde la cólera y la rabia no contra Bosch --a quien todos admiramos y estudiamos--, sino en defensa del legado y la obra de un amigo que me quiso y a quien quise, de quien aprendí mucho, de sus libros, de sus artículos y de sus conversaciones, que continuo de modo silencioso en mi memoria, y cuya admiración fue recíproca. Hablo de Enriquillo Sánchez, de quien tuve el honor de prologar y editar algunas de sus obras póstumas en el Ministerio de Cultura, como Palotes y Devoraciones --y a quien se le dedicó la Feria Internacional del Libro de 2012, amén de la publicación de los libros: Oferta de empleos y otros cuentos y Bojear (Poesía reunida), y la Biblioteca Nacional, Rayada de pez como la noche (Cuentos completos) y Poesía bisoña (Poesía dominicana 1960-1975). Se trata pues de un autor prolífico, culto, talentoso, discípulo aventajado de Bosch y poseedor de una prosa lúdica y de un estilo muy peculiar, como lo revelan sus graciosos y espléndidos artículos, que fundaron una escuela en el diarismo de opinión. Son artículos enjundiosos, poéticos, seductores y fascinantes, además de sus cuentos, donde exhibió maestría técnica y destreza imaginativa, y de sus poemas, en los que espejeaban el humor y la pasión, el erotismo y la magia verbal.

Este agravio y este despropósito deben ser resarcidos urgentemente. Esta acción es una desconsideración a Enriquillo, a su generación y a las letras dominicanas. No se reivindica con el nombre de un salón de reuniones, sino con la idea original del auditorio, que lo dignifica y le hace justicia.

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