Encuentro literario en honor de Víctor Escarramán: "Excelente maestro, excelente alumno"
Crónica de un tierno encuentro literario del Ateneo Insular
El Movimiento Interiorista del Ateneo Insular celebró un encuentro literario en honor del escritor dominicano Víctor Escarramán. Fue celebrado el 27 de abril del presente 2024 en el Centro de Espiritualidad San Juan de la Cruz, Las Lajas de El Caimito, La Vega.
«El arte narrativo de Víctor Escarramán: historia y sentido de la novelación» es el título del estudio que presentó el maestro del Interiorismo, don Bruno Rosario Candelier, en honor de este destacado discípulo. «De rodillas lo reverencio, maestro», le dijo con exclamación en calma.
«Y yo a ti», le respondió don Bruno con ternura. La fruición espiritual nos refrescó el alma, mientras la humildad nos invadía llenándonos de admiración hacia los protagonistas de tan alta manifestación de la divina ternura.
En el mes de julio el Interiorismo cumplirá 34 años de su fundación, y una de las altas expresiones soportes de esta instancia cultural y literaria que instituyó don Bruno Rosario Candelier, dice:
- «Todos tenemos un punto de contacto en el universo del cual solo nosotros podemos dar cuenta», y con esta convicción aplica sus conocimientos al plasmar lo que cualquier texto literario le comunica en todas sus facetas.
Esa fue la razón por la que Víctor Escarramán explosionó en reverencia a este gran maestro y crítico literario de la lengua española: todo lo que Rosario Candelier descubrió que él decía, incluyendo lo que él mismo no sabía que decía. He aquí un resumen de esta y de las demás ponencias presentadas en este encuentro del Interiorismo.
En su discurso, Bruno Rosario Candelier manifestó: «El arte literario conjuga belleza y sentido, pues se trata de una obra que ha de concitar formación literaria, emoción estética y fruición espiritual. Con ese fin, las novelas narran historias conflictivas protagonizadas en diversos escenarios cuyos personajes procuran una solución honrosa».
Agregó que este escritor «enfatiza el predominio del sentido sin obviar la faceta descriptiva de la belleza sensorial, atributo de la creación verbal de una obra atractiva y edificante desde el punto de vista literario, pues toma en cuenta los aspectos cardinales de la literatura, como se puede apreciar en esta novela de Víctor Escarramán, La venganza del obispo (Santo Domingo, Santuario, 2017, 3ª. Ed, 312pp.)».
Explicó que «al abordar el estudio de una novela, hemos de privilegiar la atención en la narración de las acciones que conforman las historias, puesto que ha de prevalecer la relación de hechos, peripecias y conflictos con la participación de los personajes que protagonizan los acontecimientos en ambientes y escenarios o en situaciones específicas, con un propósito enmarcado en los hechos que acontecen y que inspiran al novelista a crear su obra, aunque la novelación ostenta siempre un carácter ficticio»:
- «Esos atributos se manifiestan en esta obra narrativa de Víctor Escarramán, que es un narrador consciente del arte de la novelación sin obviar el encanto de la creación verbal».
«La realización de una novela suele constituir un testimonio de lo que sucede en la vida —apuntó—. Desde luego, contar lo que sucede en la vida significa abordar variados aspectos vinculados con la realidad natural, la realidad social, la realidad cultural y la realidad peculiar de la obra a la luz de las historias que centran la novela, porque una novela se caracteriza por la narración de varias historias siendo, naturalmente, una de ellas la principal, y ocurre que en esas historias hay lugar para contarlo todo, abordarlo todo, ponderarlo todo en función de la intención del narrador, de la realidad sociocultural que determina hechos y personajes y, desde luego, de la intención y la orientación del autor».
Señaló: «Al decir que la novela es un eco de la vida o un reflejo de la realidad social, estamos diciendo que el novelista es un notario de la sociedad, y que lo que sucede en la vida es fundamental para el curso de la novelación y, desde luego, al narrador le corresponde conocer la realidad para testimoniarla como es».
Ponderó que «un escritor poco interesado en la realidad no es un buen novelista, porque el novelista ha de dar cuenta de lo que sucede en el mundo social y cultural; ha de dar cuenta del trasfondo de las historias que cuenta y tiene que conocer esas historias para relatarlas como las concibió en su imaginación, como lo ha hecho Víctor Escarramán en esta novela, que revela lo que conoce y lo que piensa, lo que motiva su creación, lo que concitan las historias que articulan su ficción y, desde luego, el propósito creador que anima su talento literario».
«En La venganza del obispo la realidad social está presente, como también, y es lógico que así fuere, hay diversas manifestaciones vinculadas al mundo de la religiosidad y al ámbito del ambiente clerical ya que hay diferentes personajes relacionados con la iglesia que motivan la conformación de esta novela».
«Arrodillada frente a la imponente imagen de Jesús en la cruz, delicadamente colocada en el centro de la capilla, la oración que susurra María Fermina traslada su imaginación por desconocidos mundos. Sus temblorosos labios se agitan a medida que su concentración va ganando espacio en la herida de Jesús. La larga y negra mantilla cubre por completo su cara y parte del cuello, el vestido de mangas y talle largo, cruza las rodillas y llega casi a los tobillos. Las brillosas puntas de sus zapatos en posición militar. Con la fuerza del Divino, sus manos sostienen el rosario, y los codos fijos sobre la parte superior de la barnizada banqueta, de forma accidental, forman un corazón, donde el crucifijo de oro, con la imagen de Jesús, hace un lento vaivén, como péndulo calculando el tiempo. Interioriza tanto que el murmullo de su oración no es suficiente para romper el silencio sepulcral que embarga el ancho espacio de la iglesia” (Víctor Escarramán, La venganza del obispo, p. 19)».
Por su parte, Miguelina Medina, al abordar «La estética en La venganza del obispo», explicó: «Desde el título llegamos a creer que es un hombre que realizará la venganza que el mismo alude, un hombre que es obispo; pero esta no es más que la manera que Víctor Escarramán escogió para expresar lo que vive en su interior como una esperanza sostenedora de la fe en Dios que lo ayuda a transitar los caminos de la vida, de esta vida llena de injusticias, aunque también llena de ensueños».
Destacó que «esta simbología de la venganza, que se devela solo al final de la obra, en las últimas tres páginas, la dio a entender este fabuloso autor de tres maneras:
- La primera, introduciendo al hombre de la sotana en la debilidad de la carne de una mujer y es esta quien —en un momento íntimo y aprovechando su poder sobre él— le ofrece su ayuda para “asustar” a quien ha sido el verdugo de su familia durante más de 40 años (fue, entre otras cosas, el asesino de sus padres). Pero resulta que era a través de un efectivo de la mafia y este mató al ancestral asesino y verdugo, su primo, con las consecuencias de que la mujer echó despiadadamente la culpa a su “amado”.
- La segunda fue después de que Joaquín, el personaje principal, muere. La obra da a entender que él fue quien realizó la venganza, pese a que él jamás supo claramente que este obispo y amigo de la familia estuviera detrás de toda esta hazaña asesina, junto con el que sí había dado la cara en el asunto, el que mató con sus manos a sus padres durante la lectura del testamento de la herencia, con el cual no estuvo de acuerdo —un acto ocurrido en la era de Trujillo—: lo que en vida no pudo realizar, lo hizo desde su materia espiritual, otra forma que utilizó el autor para conducir al lector y su obra por donde quiere, pues fue después de que su madre-abuela lo condecoró como “obispo” de su propia iglesia, que realizó la venganza de matar al verdugo que quedaba vivo, el obispo, el cual lo invistió alegremente como sacerdote.
- Y tercero, que es la verdadera venganza o justicia expuesta por el autor, la esperanza de fuego, que es la esperanza ante las injusticias, las grandes injusticias de los hombres y de la vida: la justicia divina, la justicia de Dios, ‘la venganza de Dios’. No es por nada, entonces, que en la portada la obra contenga un gran ojo encima, a la izquierda —simbología visual de un término político de aquel tiempo—, representando la vigila de Dios desde su eminencia superior a todas las de la tierra. Este es, por tanto, el Obispo que realiza la justicia a los que sufren, y sufrieron sin esperanzas durante la negra era de la dictadura del sátrapa Rafael Leónidas Trujillo», puntualizó, desde su visión, Miguelina Medina.
Merecido tributo a Máximo Avilés Blonda
La sesión para la poesía, que siempre tiene lugar en estos encuentros del Interiorismo, se dedicó al excelso poeta dominicano Máximo Avilés Blonda. «Cuando nos referimos a Máximo Avilés Blonda, estamos ante uno de los gigantes del parnaso dominicano», expuso con reverencia el teólogo e interiorista Luis Quezada Pérez.
«Por su obra poética titulada Los Profetas, le fue otorgado el Premio Nacional de Poesía “Salomé Ureña de Henríquez 1977”, por un exigente jurado conformado por Héctor Incháustegui Cabral, Aída Cartagena Portalatín y Manuel Rueda González, quienes en su veredicto expresaron que escogían para el Premio Nacional de Poesía 1977 la obra Los Profetas, “por considerarla un verdadero aporte para la actual poesía dominicana, además de representar el punto más elevado en el quehacer poético de su autor, en cuanto a depuración de los elementos técnicos y verbales”.
“Los profetas presentan una unidad trascendente a lo largo del libro. Junto a la unidad temática y la madurez alcanzada por su autor, estos poemas muestran una fina sensibilidad social que corren parejas con un profundo fervor religioso”», consignó.
Expuso, además: «En su discurso de aceptación del Premio Nacional de Poesía 1977, Máximo Avilés Blonda expresó que “la creencia más importante del hombre es la esperanza” y considera a los profetas como los artífices de la esperanza humana, los constructores “de un mejor mundo hecho de carne sin tropiezos, ni amenazas”, fruto de una esperanza “alimentada con el buen pan de la tahona, heñido con las manos del trabajo justo, un mundo sin el repetirse de choques con las piedras, con los cascajos de pequeños y grandes historias que arrastramos todos los hombres como prueba o comienzo de prueba del Aguardo”.
Nuestro autor considera a los profetas como “grandes artistas, embellecedores de la vida, duros decidores de la Verdad, preocupados por la justicia, la equidad y la paz”». Y destacó: «Avilés Blonda resalta en su discurso de aceptación que “los profetas eran hombres libres, los únicos hombres libres que ha habido en el mundo… y no hablaron nunca de “Libertad”, pues la tenían ya desde su nacimiento como un patrimonio inalienable”. Yo agrego: los profetas eran hombres insoportablemente libres».
Alternando con una canción cantada por él mismo, apuntó que Avilés Blonda señala que los profetas “fueron duros críticos sociales de su realidad, realidad repetida, por desgracia, todavía en muchos puntos de esta rodante bola que pisamos, y fueron también seguros creyentes en un cambio posible y necesario”».
A su vez, Bruno Rosario Camdelier ponderó sobre la poética de este autor: «Son variados y apropiados los procedimientos estéticos y los recursos técnicos y estilísticos que el poeta emplea para retrotraernos al pasado bíblico y, con pertinentes formas verbales, logra el dejo de la expresión testamentaria mediante el empleo de imágenes y personificaciones, prosopopeyas y símbolos en procura de la identificación y la compenetración intelectual, imaginativa, moral, afectiva y espiritual con la realidad que vivieron esos antiguos barbados del ayer.
Con ese fin hace uso de la imagen visionaria en “Jeremías”: “Y vi entonces que las aves quedaron / sin plumilla suave en florida estación, / que sus alas se cortaron / con el parar del viento, / que sus picos se secaron por ausencia / de agua y de frutillas, / que el paso del molino se detuvo, / que no mordió la muela ningún grano, / que el arroyo se perdió en vueltas y recodos, / que nadie alimentó la llama de la lámpara / y que se hizo la luz en el aire y la noche”».
Explicó que «quizás el rasgo más importante en la lírica estética y simbólica de Los Profetas, de Máximo Avilés Blonda, sea la expresión del amor y la sabiduría que rebosan sus piadosas composiciones quejumbrosas»:
«Avilés Blonda poseía un corazón sacerdotal, vale decir, un alma impregnada de la sagrada llama del amor divino, el ágape fecundo que nutría la llama de su ternura espiritual de la cual emanaba una disposición amable y generosa y dulce con la capacidad para apreciar el valor de la persona y la sensibilidad para sentir el dolor del mundo, talento con el cual sentía una cordial actitud para valorar la dignidad humana y el sentido de fenómenos y cosas, ponderando su rol y su destino en el puesto que le fuera asignado por el Dador de todo bien».
«El amor se expresa, en este grandioso y ejemplar poeta, hacia las criaturas de la tierra y hacia el Creador del mundo —valoró este ponente—. Es un amor universal y cósmico, religioso y místico, dirigido a exaltar lo sagrado como expresión de lo viviente y como signo inequívoco del Padre de la Creación.
El amor universal se concretiza en las criaturas tangibles y tiene como destino final al Ser que todo lo sustenta, según proclama en “Ezequiel”: “Fue junto / al agua el llamado, / fue junto al río que la mano se posó / con viento huracanado, / con apretados nubarrones, / llenos de fuego y ruido… / Para mover la lengua / y alborozar los labios de verdad”».
Y exaltó que «ese cálido acento emocional de la sensibilidad amorosa de este ejemplar poeta lo desplaza hacia los personajes que le sirven de sostén a su creación poética, atribuyéndoles virtudes y valores con afecto tierno, no como recurso literario, sino como una forma genuina de identificación afectiva y espiritual, según ilustran estos versos de “Daniel”:
- “Hijo de pastores, / supo hablar / a las bestias con ternura / y adivinar por el correr de las estrellas / el crecer de la hierba / y el murmurar del agua”»: «Y con actitud comprensiva y empática, prevalido de la sabiduría mística, el poeta descubre verdades que la observación de la realidad le inspira como fruto de la percepción individual y prístina de un costado del mundo: “Esperaba la sombra, pero el corazón sólo da luz cuando es verdadero, brindando olvido al recuerdo de lo malo…” (“Oseas”).
En “Samuel”, el poeta escucha una voz, la Voz de lo Alto, que lo apela para testimoniar la Presencia que alienta todo lo viviente:
Una voz en la noche me llamaba.
(Yo era germinada semilla de un oscuro padre
en un vientre sin luz por mucho tiempo
ofrecida tardíamente a la alabanza del Grande).
Una voz en la noche me llamaba con dureza, con fuerza.
(Dormía cerca de la gloria, pero no lo sabía).
Una voz en la noche me nombraba,
tiraba al viento las letras de mi nombre.
Yo escondía asustado mi verdadero oído
en los pliegues del sueño,
en la tibieza blanca de la arena y la paja.
Una voz en el templo, entre telas, cortinas y arder de aceite,
me decía: Samuel, Samuel.
(Era decirme: Escuchado de Él).
(Era decirme: Óyeme en la noche).
Y respondió tres veces mi garganta joven todavía».