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¿Cómo fue el encuentro literario del Ateneo Insular en octubre?

En el encuentro se expusieron estudios de narrativa, ensayo y poesía a la luz de la dimensión estética, la cultura literaria y la espiritualidad

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¿Cómo fue el encuentro literario del Ateneo Insular en octubre?
William Acevedo Fernández declamando su poema. (RAFAEL HERNA´NDEZ)

Para quienes preguntaron por el encuentro literario del Ateneo Insular en el mes de octubre, he aquí la hermosa respuesta: Se expusieron «estudios de narrativa, ensayo y poesía a la luz de la dimensión estética, la cultura literaria y la espiritualidad», tal como lo anunció el maestro del Interiorismo, don Bruno Rosario Candelier. La actividad tuvo lugar en el Centro de Espiritualidad San Juan de la Cruz, Las Lajas, El Caimito, La Vega, los días 28 y 29 de octubre.      

Rafael Hernández Figueroa: «La creación poética de Oscar de León»  

Uno de esos seres distinguidos por Dios con diversos dones artísticos es el interiorista Rafael Hernández Figueroa, quien es un artista plástico, narrador y poeta de La Vega. Hernández Figueroa leyó su ponencia titulada «La creación poética de Oscar de León». Así se expresó, con su dotación de maestro, como también lo ha sido durante toda su vida: «Al enfocar la obra de Oscar, veo una escritura de una criatura que nació del dolor y el sufrimiento de un ser, que, como El Pobre de Asís, supo conducir todo su caudal de torturas hacia lo sublime. Siendo un humilde poeta, con su canto adolorido, paso por paso, forjó una infinita escalera de imágenes, venció cada peldaño con su fe y tenacidad, y de tanto desearlo, sentirlo y buscarlo, llegó a Dios».  Y con su manera de poeta, expuso: «Cuando inicié la lectura, pensé: He caído en una trampa terrible, no tengo idea de quién urdió la trama, pero aquí estoy subsumido en la prisión de una mente ajena. Me he embriagado de subjetividad para intentar entenderla».  

Y es que «la obra poética de Oscar, quien es miembro fundador del Ateneo Insular, está constituida por nueve títulos espaciados en años de publicaciones. Desde 1984, da un largo salto a 2015 y 2017 y cinco publicaciones en 2022». «Dando un vistazo general a cada una, y a los contenidos de ciertos poemas, nos dimos cuenta de que había una temática común a todos, se puede decir que cada nuevo [poemario] es una continuidad del anterior; y llegamos a la precipitada conclusión de que su obra constituye una gran paradoja, que, por sus cantos de dolor y lamentos, sugieren una feliz boda entre el sufrimiento de la vida y la inevitable muerte, que, a su vez, es vida, o por lo menos una reminiscencia de vida dentro del enfoque cuántico; una temática para nosotros apasionante, y confesamos que, al tratarla, está claro que dejamos la objetividad y nos sumergimos en una total subjetividad, caminando de las manos de este destacado poeta interiorista».   

En el poemario Esta muerte es fuego que salva —consignó el analista— Oscar de León «reitera su visión de la antinomia muerte-vida, cuando se pregunta y responde: “¿Por qué ha de ser eterno este hombre / si tiene el alma convicta en el cielo / y en el juicio inefable / por ley del destiempo y de la vida? / Soy el fuego de la muerte que lo salva” (p.33)».   

Miguel Ángel Durán: «La creación poética de Leopoldo Minaya» 

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Infografía
Leopoldo Minaya, Lorenzo Araujo, Bruno Rosario Candelier, Luis Quezada y Ananías de Araujo. (RAFAEL HERNÁNDEZ)

Miguel Ángel Durán es un poeta y ensayista interiorista, dotado también con el arte de la música, en cuya presentación manifestó: «Leopoldo Minaya nació en Nagua, capital de la provincia María Trinidad Sánchez, ciudad de profundas y tibias aguas, las que miran siempre al nordeste del litoral de la costa peninsular de la bahía de Samaná. El aliento cósmico de esos lares infló de aliento poético al ángel de Leopoldo; de seguro también a otros tantos hombres de esas hermosas tierras donde nació, culpables de los arrecifes más bellos del Atlántico por el artillero pez loro, que hoy reclama sus espacios: “Entonces el bronce rodó por la pendiente / desenredando voces estridentes o / apagadas […]. / Y en un tramo del viaje que duró largas noches / unió los dos puntos del cordón, formó un círculo, / comprendió que su viaje tenía un fin: el origen».   

Explicó que, tanto «las relaciones interpersonales como las inspiraciones trascendentes; la sabiduría religiosa, así como los miedos, donde se aúna todo este esplendor con verdades que se auscultan por nuestros sentidos, son relaciones prácticas del hombre y de su intuición, pero dejan grandes incógnitas, misterios de uno mismo, entes complementarios, conductas interpersonales, temores, recelos, odio y desprecio».   

«La imagen de uno mismo puede ser reflejada en el espejo ante un espectro de multiplicidad compleja sujetada a una experiencia astral —destacó el ponente—, más que la simple imagen de una figura puramente humana y enteramente real, carente de reflexión profunda, referente frente al espejo. La verdadera imagen se proyecta continuamente dentro de uno mismo. La primera impresión del niño ante el espejo, no es reflejarse, es dividirse y multiplicarse y comenzar a entender la dualidad del ser y su proyección ante los demás: Esta verdad la cierra con un pensamiento simbólico en su poema “Acto y señal”: “Soy yo mismo, soy tú. / Y soy el otro”».   

Leopoldo Minaya: «Moral, cultura y espiritualidad: paradigma del sentido»  

Este distinguido ensayista y poeta interiorista presentó una valoración de la ponencia de Bruno Rosario Candelier titulada «El sentido moral en la cultura: lenguaje, conducta y creación». Desde una fruición intelectual y espiritual, Leopoldo Minaya expresó que «escuchar, y leer con detenimiento luego, el texto comentado», lo «hizo sumergir nueva vez en la contemplación del depurado modo de exposición de su autor: preciso, pulido, estilizado, convincente, puntual», pues «la credibilidad literaria de un escritor depende, no en poco, del esmero que pueda dejar traslucir en sus creaciones».   

Afirmó que, «ciertamente, en asuntos de ensayos, la autoridad de un argumento empieza por su modo de exposición, su sello y su tono, que deberán ajustarse con elegancia y racionalidad al valor de verdad de los asertos que se anhelan comunicar». Y apuntó que «así discurre la escritura de don Bruno Rosario Candelier: opera en el literato una avidez de perfección, una aspiración de ajustarse al orden superior de las inmanentes leyes de la Naturaleza».   

Al terminar su introducción, entró al grueso de su escritura de la manera siguiente:  «Estas palabras iniciales son más que un cumplido rutinario a la excelencia de estilo del Maestro, y son más que palabras con que un embargado expositor, como quien ahora os habla, trata de introducir un tanteador discurso ante el caudal inquietante de la expectación probable; en verdad, rebosan eso: buscan, primeramente, subrayar la tendencia hacia la perfección como categoría conceptual definitoria del Arte, y pretenden, al mismo tiempo, un parangón —ya modelado o modelador— del tema que nos ocupa».

Ponderó que «todo arte auténtico es energía espiritual impelida hacia la Perfección»: «Y la Moral, en legitimidad, es asunto que la reclama (“a la Perfección”), esta vez en la conciencia y en el accionar cotidiano del ser, con lo que ambos conceptos, arte y moral, si bien pueden hallarse separados en uno o múltiples aspectos, o ser objeto de interpretaciones disímiles en su biunívoca relación, como bien apuntara Miguel Ángel Durán en su intervención el mismo día, se unen para dejar en el sentido de la perfección el testimonio de un punto cardinal de equivalencia».    

Agregó que «la tendencia de la moral hacia la perfección del alma, perfección ejemplificada en el orden superior de la Naturaleza, es criterio que comparte Rosario Candelier». A continuación, señaló algunos de esos criterios: «“Es imperativo actuar en armonía con la verdad y el bien, base del sentido moral, para vivir y proceder en armonía con el ordenamiento del Universo”; “El concepto implicado en la moral, que no tiene una entidad física sino espiritual, es expresión de una norma para el orden protocolar y la disciplina que regula la convivencia armonizada en las relaciones de la vida social, institucional y personal”; “En tal virtud, el principio de la moralidad favorece la empatía en las relaciones, actitudes y comportamientos [...] bajo la armonía cósmica que apuntala el ordenamiento primordial […] principio de todo lo existente”».  

«Vemos entonces cómo la moral se traduce en virtud, en apelación superior». Y señaló: «Al decir “superior” presuponemos una gradación de las virtudes y de los actos humanos. A una gradación de las virtudes y de los actos humanos parece lógico admitir una gradación en la condición y la calidad de los individuos, permitiéndonos clasificarlos en función de sus criterios morales como ordinarios y de excepción. Hombres excepcionales serían, entonces, aquellos que se atengan a reglas morales (“en realidad: formas de compasión”) en la consumación de sus actos y en sus tomas de decisiones; y cuanto mayor fuese esa observancia […] aún mayor sería su excepcionalidad». [puede leerse este discurso y el discurso base de su apelación accediendo a la página de la Academia Dominicana de la Lengua: academia.org.do].                                                           

Víctor Escarramán: «La indecisa aurora, creación estética de Marco Lucchesi» 

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Ana Valdez, Yolanda de Jesús, Víctor Escarramán y Marielena Hernández de Escarramán. (RAFAEL HERNÁNDEZ)

El programa preparado por don Bruno Rosario Candelier para este encuentro literario incluyó el estudio a la obra de un escritor internacional: la del brasilero Marco Lucchesi. La indecisa aurora de su autoría la presentó, con su fina pluma ensayística, el poeta Víctor Escarramán. Don Marco Lucchesi es miembro de la Academia Brasilera de las Letras y fue su director durante el período 2018-2021, y es el actual director de la Biblioteca Nacional de Brasil.  

«La indecisa aurora, una hermosa creación que danza entre lo metafísico y lo espiritual, ha terminado impregnada de fecundidad creativa y lucidez poética, donde encontramos textos de largo aliento como lo son los poemas “Salesianos” y “Superficie del no”, escoltados por una aglomeración de poemas de construcción breves como son los titulados “Las Pléyades”, en el que reza:Se precipitan / al seno fatídico del mar / náufragos / del amor de Safo”».Y así compartió los versos del «poema “Eros”, en el que se manifiesta de la siguiente manera:Serpentean en impreciso hechizo / dos números solares / agarrados de las manos: el 220 con el 284. / Han sido suficiente con haberse encontrado y decirse / los versos que de repente los definía / yo muero en mi para nacer en ti”».   

«Como apreciamos —indicó el intérprete—, en esos poemas breves Lucchesi intenta combinar los sentimientos humanos, cuando, emocionado, versifica sobre las pléyades, incluyendo en esa mitología las manifestaciones de su lírica, la fuerza interior y la pasión erótica de Safo»: «Pero el autor acorta un poco más su distancia entre él y el talento de la mujer, cuando intenta moldear con una imagen la vivencia sensorial sobre lo que implica para un hombre naufragar en las profundas aguas de los versos y el amor de la mujer».  

Y exaltó: «El poeta nos acerca a la virtud de la razón y a la fuente de la conciencia, al conocimiento que ha puesto Dios en el ser humano cuando escribe:Serpentean en impreciso hechizo / dos números solares / agarrados de las manos: el 220 con el 284 […] /  yo muero en mí para nacer en tidemostrando su profunda sensibilidad creadora donde insinúa congregar las fuerzas del amor, la estética y la canalización de su influjo, armonizando la coexistencia del brío de lo viviente, lo enigmático del cosmos, la mitología y el saber sobre la antigua cultura griega con el comportamiento humano de hoy».   

Igualmente, desde su muy sensible analítica, el interiorista expresó que el «culto en el discernimiento de que la contemplación es el canal que enlaza al hombre con todo lo existente, incluidas las cosas inanimadas, para formar la materia prima que excitan la creación en sus variadas manifestaciones, Lucchesi utiliza la palabra como piezas de juego con las que articula ideas y expresiones que provocan en el lector una efervescencia psíquica cuando intenta lograr la interpretación de sus poemas». Y explicó lo que argumentó: «Esto se sostiene porque, al menos en esta obra, varios de sus textos concluyeron impregnados con un trasfondo fortificado por lo metafísico».  

«En el poema “Parterres(“Jardín”), colocado en el umbral de la obra, nuestro autor expresa: “En el cielo azul de Samos / vuelan impares. / Y los pares navegan / en las aguas claras de los Ilisos. / El jardín / y el bosque sombrío e ilimitado / ¿Cómo domesticar la astucia del infinito?”»Añadió que «dicho poema fue concebido bajo una lluvia de imágenes, cuyo verso final es una interrogante en la que el autor parece sugerir la hipótesis de que el mundo en el que vivimos es un enigma, donde todo se conecta con el Todo»: «Lo insinúa con los versos: “En el cielo azul de Samos / vuelan impares / y los pares navegan / en las aguas claras de los Ilisos” [‘ríos en las llanuras de Atenas’]».   

«A seguidas expresa su pesadumbre cuando describe al bosque como un lugar que, siendo parte del cosmos, lo cataloga como sombrío e ilimitado, queriendo significar que en vez de ver la esperada fusión sublime que formaría el negro de la noche con las aguas claras del río y el azul de la bóveda celestial, todo terminó en un abatimiento tétrico y melancólico que pulverizó las energías de su alma:  es la razón por la que Lucchesi concluye el poema con una pregunta inusual: “¿Cómo domesticar la astucia del infinito?”. Con elladeja en la intuición del lector una especie de ondulación o abismo emocional que provoca una maraña de interpretaciones con el llamado al infinito al que hace referencia, mismo universo donde cohabitan lo terrenal, lo espiritual y lo cósmico».    

Bruno Rosario Candelier: «Vivencias creadoras de Lorenzo Araujo: Inspiración y sentido de su obra poética» 

El escritor dominicano Lorenzo Araujo también fue distinguido con el estudio a su obra literaria en este encuentro del Ateneo Insular. Una de las hermosas ponencias que se presentaron en su honor fue la del doctor Bruno Rosario Candelier, quien, con su visión interiorista, y poniendo en práctica su adiestrada formación filológica, esculcó la palabra grave y aguda de este excelso narrador y poeta dominicano. Como bien dijo Minaya, esta pluma del maestro Rosario Candelier nos anuncia el camino de la Perfección que debe seguir toda obra dotada genuinamente con el Aliento divino:  

«Lorenzo Araujo es un fino cultor de la palabra, estudioso de la mente humana y valioso creador que ha asumido el arte de la creación verbal como base inspiradora de su talento intuitivo, veta de su inspiración estética y fuero de su vocación intelectual. Oriundo de San Cristóbal, República Dominicana, es un profesional de la medicina que ha sentido el llamado de las letras y, por tanto, ha respondido a esa apelación de la conciencia, específicamente de la conciencia estética y espiritual, para cultivar la poesía, como se puede apreciar en varios de sus libros de creación poética».  

Destacó que Lorenzo Araujo «ha publicado varios libros de poesía», por lo que «parece vivir poéticamente la vida»: «Y ya dijo Martín Heidegger que, quien vive poéticamente el mundo, vive en armonía con la naturaleza, como vivieron los antiguos pensadores presocráticos de Grecia, quienes procuraban vincularse entrañablemente al alma de lo viviente, es decir, vivían compenetrados con la esencia de la naturaleza, valoraban las manifestaciones sensibles y suprasensibles de lo viviente y sentían, desde el fuero entrañable de lo natural, lo que manaba del fluir de lo viviente, como lo vive y lo siente Lorenzo Araujo, cuya obra revela una identificación intelectual, psicológica, imaginativa y espiritual con sus vivencias entrañables. Por eso en su poema “Trópico en verano”, de su libro Poesía sin tiempo, consignó: “Cuando el calor es fuerte, aborrecible, / y en los hogares tropicales retumba el trueno / las arboledas quedan rígidas y serenas, / como una esfinge cuando sopla el viento”».  

 «Lorenzo Araujo es un poeta de la naturaleza que vibra ante el fulgor de lo viviente —afirmó Rosario Candelier—. En el poema “Temblábamos los dos”, el poeta siente el temblor de las cosas a la luz de una pasión, a la luz de un sueño entrañable con la amada que lo encadena a la misma naturaleza. El poeta piensa en la amada de sus sueños, la evoca y termina identificándola con las manifestaciones singulares de lo viviente y, entonces, mediante metáforas y comparaciones acude a las expresiones para testimoniar lo que hiere su sensibilidad, lo que concita sus emociones profundas y lo que estremece su corazón enamorado»:   

 «Ella estaba en las cosas, dice el poeta, porque su corazón hecho de espuma estaba real y virtualmente fascinado, concitado emocionalmente por cuanto procede de lo viviente, y no hay cosa más singular que las ondas estremecedoras de los efluvios sensoriales y las ondas subyugadoras de los efluvios sutiles de lo viviente que desata el primor de la creación poética cuando el poeta sabe sentir y vivir».  

«Y ya sabemos que el aliento de lo viviente determina lo que estremece la sensibilidad hasta el grado de sentir estremecimientos de fulgores, como efectivamente experimentan los poetas, para lo cual se necesita una sensibilidad profunda, empática y rotunda ante la misma naturaleza para que fluyan las emociones, para que emerjan las palabras, para que manen las intuiciones que conectamos, desde el fondo de nuestra sensibilidad profunda, con el fondo irredento y entrañable de lo viviente, como se manifiesta en “Temblábamos los dos”: “Nosotros temblorosos de sueño, / nos movíamos cadenciosos como la flor de caña. / Ya cansado de buscarla, ella loca de encontrarme. / Nos reíamos en la tarde como niños traviesos. / ¡Temblaban los estanques! / Era mi corazón hecho de espuma. / ella era solo un sueño lejano, / una ilusión remota. / Ella estaba en las cosas».   

 De igual manera ponderó la excelsitud sutil del poema «Canción de Juan Eterno»: «El poeta Araujo asume la valoración de un ser humano que le llamó la atención, a quien le llama Juan Eterno, que vincula con la naturaleza, y entre tantas verdades de su intuición profunda, expresa esta perla: “Juan era simultáneo como las cosas”. Decir que Juan era “simultáneo como las cosas”, está revelando que las personas especialmente intuitivas, como los poetas, tienen una percepción múltiple y simultánea de las cosas cuando contemplan lo viviente. Esa expresión es una manera de identificar a un genuino creador, como los poetas y los científicos, que tienen una percepción múltiple y simultánea de las cosas». 

«Y Lorenzo Araujo, al ver a Juan Eterno, tuvo esa percepción múltiple en una visión simultánea cuando supo calibrar la presencia de Juan Eterno y, entonces, da detalles sensoriales, dice cómo era Juan, señala cómo se comportaba Juan, apunta cómo eran las expresiones que procedían de las palabras y el accionar de Juan. Por eso le llama Juan Eterno, y por eso él, como poeta, se siente cautivado por esa presencia singular de Juan Eterno, sabiendo, como efectivamente sabe, que hay algunas presencias singulares en la vida».   

«De hecho, lo que llama la atención de una persona no es tanto su perfil físico, ni sus rasgos sensoriales, sino, sobre todo, su presencia, esa aura singular y peculiar que brota del alma y, entonces, esa presencia de Juan Eterno cautivó la sensibilidad de Lorenzo Araujo, como lo manifiesta en su poema “Canción de Juan Eterno”, aun con la sencillez y la espontaneidad como lo manifiesta nuestro agraciado poeta: “Debajo de las lluvias de otoño conocí a Juan Eterno. / Juan era simultáneo como las cosas. / Era ligero y mediano con su vientre de espuma. / Tenía mil años de calvicie en sus ojos. / Juan se reía con una sonrisa inmensa / que almidonaba el aire. / Juan se mecía en el aire con su abanico de voces. / Juan se dormía en el tiempo con su corazón de tierra”».   

De las otras participaciones en el encuentro  

Además de todo lo consignado, leyeron sus creaciones los poetas Ana Lucía Valdez, Oscar de León Silverio, Miguel Ángel Durán, William Acevedo Fernández, Sandra Berroa, Lorenzo Araujo y Leopoldo Minaya. Luis Quezada Pérez leyó su ponencia sobre Nostalgia de los tiempos idos, de Lorenzo Araujo, y se leyó el estudio de Miguelina Medina a Muertos que viven, obra narrativa de Lorenzo Araujo. Entre los asistentes estuvieron también la poeta Yolanda de Jesús, la doctora Marielena Hernández de Escarramán, y la señora Ananías de Araujo.     

   

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