La sequía en la Amazonía de Brasil agudiza los temores para el futuro
Los niveles de agua históricamente bajos han afectado a cientos de personas y vida silvestre
Comunidades que dependen de las vías fluviales de la selva de la Amazonía están aisladas, sin recibir suministros de combustible, alimentos o agua filtrada. Decenas de delfines de río murieron y fueron arrastrados a la orilla. Y miles de peces sin vida flotan sobre la superficie del agua.
Estas son sólo algunas de las primeras imágenes sombrías de la extrema sequía que se extiende por la Amazonía de Brasil.
Los niveles de agua históricamente bajos han afectado a cientos de personas y vida silvestre y, luego de que los expertos pronosticaron que la sequía podría durar hasta 2024, los problemas parecen encaminados a intensificarse.
Raimundo Silva do Carmo, de 67 años, se gana la vida como pescador, pero en estos días ha batallado simplemente para encontrar agua. Al igual que muchos residentes rurales de la Amazonía de Brasil, Silva suele sacar agua no tratada de las abundantes vías fluviales del bioma. El jueves por la mañana hacía su cuarto viaje del día para llenar un balde de plástico de un pozo cavado en el lecho agrietado del lago Puraquequara, al este de Manaos, la capital del estado Amazonas.
“Es un trabajo terrible, incluso más cuando el sol calienta tanto”, dijo Silva a The Associated Press. “Usamos el agua para beber, bañarnos, cocinar. Sin agua no hay vida”.
Joaquim Mendes da Silva, un carpintero de embarcaciones de 73 años que ha vivido junto al mismo lago durante 43 años, dijo que esta sequía es la peor que recuerda. Los niños de la zona dejaron de ir a la escuela hace un mes porque se volvió imposible llegar por el río.
Ocho estados brasileños han registrado las lluvias más bajas en el periodo de julio a septiembre en los últimos 40 años, según el Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales (CEMADEN, por sus siglas en portugués). La sequía ha afectado a la mayoría de los principales ríos en la Amazonía, la cuenca más grande del mundo, donde se encuentra el 20% del agua dulce del planeta.
Para el viernes, 42 de los 62 municipios en la Amazonía habían declarado un estado de emergencia. Hasta el momento, unas 250,000 personas han sido afectadas por la sequía, y ese número podría duplicarse para finales del año, según la autoridad de defensa civil del estado.
En la Reserva Extractiva Auati-Paraná, a unos 720 kilómetros (450 millas) al oeste del lago Puraquequara, más de 300 familias de las riberas batallan para conseguir alimentos y otros suministros.
Sólo pequeñas canoas con carga reducida pueden lograr efectuar el viaje a la ciudad más cercana, y elegir una ruta a través de aguas poco profundas aumenta el tiempo de recorrido de 9 a 14 horas. Además, se secaron los canales que conducen a los lagos donde pescan pirarucú, el pez más grande de la Amazonía y su principal fuente de ingreso, y transportar peces que pesan hasta 200 kilogramos (440 libras) a lo largo de senderos sería extremadamente pesado.
“Corremos el riesgo de pescar peces en el lago y que lleguen echados a perder. Así que no hay forma de que pesquemos”, dijo Edvaldo de Lira, presidente de la asociación local.
Los periodos de sequía forman parte del patrón climático cíclico de la Amazonía, con menores lluvias de mayo a octubre en gran parte de la selva. Esa precipitación ya de por sí baja se redujo más este año debido a dos fenómenos meteorológicos: El Niño —el calentamiento natural de la superficie del agua en la región del Pacífico ecuatorial—, y el calentamiento de las aguas en el norte tropical del océano Atlántico, dijo Ana Paula Cunha, investigadora del CEMADEN.
El calentamiento global, impulsado por la quema de combustibles fósiles, es el telón de fondo de estos fenómenos intensificados. El incremento en las temperaturas aumenta la probabilidad de que haya climas extremos, aunque la atribución de eventos específicos al cambio climático es compleja y requiere estudios a profundidad. Aun así, a medida que las temperaturas globales aumentan y los efectos del cambio climático se vuelven más severos, la sequía y sus devastadoras consecuencias podrían ser un anticipo de un futuro sombrío, dicen los expertos.
Las temperaturas globales promedio se dispararon a un nivel récord en septiembre. Abrumadoras olas de calor se han extendido a lo largo de extensas franjas de Brasil en los últimos meses, pese a que era invierno. En el estado de Río Grande do Sul, en el sur del país, inundaciones devastadoras provocaron la muerte de decenas de personas.
Las sequías se han vuelto más frecuentes en el río Madeira de la Amazonía, cuya cuenca se extiende unos 3.200 kilómetros (2,000 millas) de Bolivia a Brasil, con cuatro de los cinco niveles de ríos más bajos registrados en los últimos cuatro años, señaló Marcus Suassuna Santos, investigador del Servicio Geológico de Brasil.
El nivel del Madeira en Porto Velho es el más bajo desde que se comenzaron a llevar registros en 1967. Cerca de ahí, la cuarta represa hidroeléctrica más grande de Brasil, la planta Santo Antonio, suspendió sus operaciones esta semana por primera vez desde que fue inaugurada en 2012.
Más al norte, en la cuenca del río Negro, surgió otro patrón. El principal afluente de la Amazonía ha sufrido siete de sus inundaciones más grandes en los últimos 11 años, de las cuales la peor fue en 2021. Pero también el río Negro se encamina este año hacia su nivel de agua más bajo.
“Ya vivimos un escenario de un clima alterado que oscila entre eventos extremos, ya sea sequía o fuertes lluvias. Esto tiene consecuencias muy serias no sólo para el medio ambiente, sino también para las personas y la economía”, dijo Ane Alencar, directora de ciencia en el Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonía (IPAM, por sus siglas en portugués), un organismo sin fines de lucro.
“Creo que hay una probabilidad muy alta de que lo que vivimos actualmente, la oscilación, sea la nueva normalidad”, agregó Alencar.
El gobierno de Brasil ha creado una fuerza especial para coordinar una respuesta. Ministros del gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva visitaron Manaos el martes. El vicepresidente Geraldo Alckmin prometió alimentos, agua potable y combustible a las comunidades aisladas, y dijo que los pagos del programa social Bolsa Familia se adelantarían. Se está trabajando en el dragado de tramos de dos ríos —el Solimoes y el Madeira— para mejorar la navegabilidad.
Se sospecha que el calor, junto con los bajos niveles de agua de los ríos en descenso, fueron la causa de que murieran más de 140 delfines en el lago Tefe, a unos 480 kilómetros (300 millas) al este de Manaos. Las imágenes de ese hecho ocuparon los titulares en Brasil y otras partes junto con las de buitres picoteando sus cadáveres varados. El calor excesivo podría haberles provocado fallo orgánico, dijo Hayan Fleischmann, hidrólogo del Instituto de Desarrollo Sostenible Mamirauá.
Otra hipótesis es que se haya debido a bacterias, con las aguas anormalmente cálidas fungiendo como un factor adicional de estrés.
“Es una tragedia sin precedentes. Aquí en la región, nadie había visto nunca algo así”, dijo Fleischmann. “Fue un shock para todos”.
Se pronostica que las lluvias estén por debajo del promedio hasta finales del año entrante, según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales. El impacto de la sequía ya se extiende más allá de las vías fluviales de la Amazonía, y está llegando a la selva.
Áreas boscosas a lo largo de las márgenes de los ríos acumulan una espesa capa de hojas secas en el suelo, lo que las vuelve particularmente susceptibles a incendios, comentó Flávia Costa, una investigadora en el Instituto Nacional de Investigación Amazónica.
En el estado de Amazonas se reportaron casi 7,000 incendios tan sólo en septiembre, la segunda cantidad más elevada en el mes desde que se empezó a llevar monitoreo satelital en 1998.
El humo resultante está asfixiando a los más de 2 millones de habitantes de Manaos, quienes también experimentan un calor sofocante. El domingo pasado, la ciudad registró su temperatura más alta desde que se iniciaron las mediciones constantes en 1910.
El incremento en la frecuencia de eventos climáticos extremos intensifica la necesidad de coordinación entre los gobiernos federal, regional y municipal para preparar y crear un sistema de alertas con el fin de mitigar los impactos.“De ahora en adelante”, advirtió Alencar, “las cosas empeorarán”.