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De soledades, compañía y otras incomprensiones

Tal vez la búsqueda irreflexa de la compañía, y la soledad reclamada desde nuestro interior, sean, al perseguir ambas, el numen que causa nuestra infelicidad

Pocas cosas en el mundo busca el humano con tanta persistencia que su infelicidad.

Esta disyunción de buscar a otros y sentirnos solos en la más abigarrada y entusiasta compañía, en algunos de los sucesivos tramos de nuestra personal existencia, y curiosamente en otros, estar a gusto en soledad, acompañados únicamente por recuerdos, libros o reflexiones, es una constante insoluble de esta no desentrañada vida.

¿Por qué y cómo pugnan nuestros sentidos gregarios, nuestras emociones en procurar la búsqueda del ´otro´ con la demanda interior de soledad? Difícil pregunta; tal vez inescrutable respuesta.

El instinto gregario, de necesitar compañía, la otredad de la que bien tratara Miguel de Unamuno, es propia de nuestra condición humana: Mamíferos que desarrollamos una extraordinaria conexión parental en nuestra vida intrauterina, robustecida por el pecho alimentador, el cariño, afecto, cuidado de nuestros padres y parientes. Otras especies en nuestro mundo poseen esta vinculación progenitor-descendencia, mas, ninguna tan intensa, prolongada y permanente como la nuestra.

Pero la mente que habita en las pequeñas criaturas que fuimos tiene voluntad y funcionamiento propios y más temprano que tarde, ya mostramos nuestras interesantes, exquisitas y a veces desconcertantes diferencias.

Una de ellas es la búsqueda, a veces frenética, de encontrarse y conectarse con otras personas -encontrarse a sí mismo en otros- y otra la de buscar permanentemente entornos, lugares y estados de soledad.

Monjes, budistas, védicos, ascetas, anacoretas o personas marcadas por alguna motivación o trauma existencial han asumido la soledad como estilo de vida, muchos de ellos en lugares apartados. También habitantes urbanos -no pocos- llevan sus existencias en el más bajo perfil social, prefiriendo el mínimo o cero contacto con sus congéneres y optando por responder a ese llamado que nos impele a buscar, pensar y estar acompañados solo de nuestro 'yo' o de los 'yoes' que cohabitan en nuestra incomprendida íntima naturaleza interior.

En la realidad, los más de nosotros convivimos en esta disquisición compañía-soledad y experimentamos ambas, sin tomar bando definitivo en ninguna de las dos.

¡Cuántas veces deseamos y a veces anhelamos con fruición reproducirnos en otros humanos! No solo los artistas del sonido, la visual, la estética, los que escriben, los que componen sus odas, poemas, canciones, modas, obras, proyectos, ideas, ideologías, creencias, informaciones, investigaciones, descubrimientos, inventos y productos, -también sus odios, patologías, y aberraciones- sino también cada uno de los ya más de ocho mil millones que poblamos el planeta, provistos de mentes en las que habita un universo individual y personal, tan vasto y diverso que la física aún no lo hace concordar con el reducido espacio en que asombrosamente opera. Queremos colocar o dejar una porción de ese universo de nosotros mismos en otras mentes.

Entre los muchos modos y calidades de compañía como las del amor, amistad, pasión, fascinación, odio y sus muchas contradicciones, queda invicta la genial afirmación poética de Antonio Machado al declamar: “Ni contigo ni sin ti, mis males tienen remedio, contigo porque me matas, y sin ti porque me muero”.

Y al estar conscientes de que esta inexplicada existencia es temporal, que tenemos límites para ella y que prescribe naturalmente, en calculada estadística de rango de vida, o inesperadamente por interposición de lo imprevisto, aprender que el tiempo es la mercancía más cara, nos permitiría encontrarnos a nosotros mismos y mejor valorar las escasas perlas de conocimiento y opinión que surgen o podemos adquirir en nuestra cortedad biológica.

Tal vez la búsqueda irreflexa de la compañía que no nos corresponde ni nos plena, y la soledad reclamada desde nuestro interior, que nos extingue, sean, al perseguir infructuosamente ambas, el numen que causa nuestra infelicidad.

Aunque en esta incertidumbre moramos y transcurrimos, en aparente desconsoladora irreconciliación, existe empero, una certera esperanza, que nos puede traer solución y paz, ante la paradoja compañía-soledad que experimentamos, y es la de recordar en presencia de mente, que otros nos necesitan, que somos parte importante de su constructo emocional, más por lo que irradiamos como personas, y no por lo que representamos con nuestros cuerpos, nuestros haberes y ni siquiera por nuestros decires.

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