Vete a picá o sembrá hielo pa’ Baní
La forma de hablar de las provincias
El hecho ocurrió en la tarde de un domingo cualquiera del año 1991, en la playa”Quemaíto”, allá, en la lejana ciudad de Barahona. Las olas rugían cual león embravecido, y como serpientes si rumbos se desplazaban raudamente por la pista sin límites de la marítima ruta, al mismo tiempo en que expulsaban hacia las arenas encendidas todo aquello que encontraban a su paso.
Los rayos del sol parecían descender más verticales o candentes que de costumbre, y asociados a una seca brisa que en el ambiente azotaba, quemaban y ennegrecían el rostro de los alegres bañistas. Y en medio del agua refrescante, una pareja de jóvenes de ambos sexos, banilejo él y barahonera ella, escenificaban el más ardiente y cloacal de los enfrentamientos verbales; pero a pesar de la verbal contienda , el mundo, a su alrededor, se comportaba con la más fría indiferencia, vale decir, cada quien parecía estar concentrado en sus privativas acciones y particulares intereses : unos nadaban sin parar, otros jugaban con la arena, un borracho ordeñaba la última botella, dos adolescentes pescadores se zambullían hasta lo más profundo del mar detrás de la presa deseada, mientras que un tanto apartado de los demás, una pareja de novios intercambiaba besos de amor, los cuales generaban un tenue sonido que en ocasiones se confundía con el eco rumoroso de las olas.
Yo, en cambio, le di seguimiento al otro intercambio (de insultos e improperios), que nada tenía de amoroso y tierno. El intercambio de palabras llevado a cabo por el banilejo y la barahonera. Ella, la barahonera, una rubia gordiflona de inconfundible perfil prostibulario, exhibía en la parte delantera e interior de su diminuto bikini un “pote” de ron Brugal recién encetado, del cual tomaba al mismo ritmo en que se desarrollaba la encendida discusión. El, de mundano y “tigueril” aspecto, apenas podía hablar. Los signos de la embriaguez yacían plasmados en su rostro de libador sin tregua.
La batalla verbal comenzó, como reza la frase popular, «tú me dices y yo te digo». La rubia parecía una metralleta. De su boca, más que sonidos articulados, lo que verdaderamente salían eran proyectiles convertidos en palabras. Y entre disparo y disparo, levantaba su codo para impulsar hacia su estómago un sorbo del espirituoso líquido poéticamente calificado por el gran poeta José Martí como «la dulce maldición de las Antillas».
Frente a cada andanada, el banilejo temblaba de rabia, muy especialmente cuando ella lo mandaba a “picá o sembrá hielo pa’ Baní.”:
-«Vete, vete, a sembrá hielo pa’Baní…» - repetía con inocultable sarcasmo, al mismo tiempo que en sus labios se dibujaba una irónica sonrisa.
La furia del hombre era incontenible. El fondo semántico del denostador mandato atrapó mi atención, y despertó la curiosidad propia de mi formación lingüística. De ahí que muy pronto entendí que no podía regresar al Cibao sin saber por qué el banilejo que nos ocupa se molestaba tanto cuando lo mandaban a «sembrá hielo pa’ Baní»
¿Qué significado soporta semejante expresión en esa parte de nuestro país?- me pregunté y pregunté. Y la respuesta no se hizo esperar, ni pudo ser más folklórica:
«Desde hace mucho tiempo - respondió un moreno y barrigón barahonero con aire de versado dialectólogo- ha circulado por estas zonas la versión que los hombres banilejos son fríos en la cama, esto es, en las relaciones sexuales. Y por esa razón-continuó – la mejor manera de ofenderlos o molestarlos es mandándolos a sembrar hielo»
La respuesta me pareció un tanto ligera, falsa, impresionista, subjetiva y carente por completo de fundamentación científica. De ahí que la escuché; pero no logró convencerme. Sin embargo, sirvió para que posteriormente decidiera investigar la raíz de tan pintoresca y regional unidad fraseológica. Y el resultado de esa investigación me pareció más apegado a la verdad histórica y lingüística.
En tal virtud, prefiero conferirle valor a la historia según la cual existía en Baní un señor acaudalado llamado Tomás Velásquez que solía comprar hielo en la capital para ser utilizado en las fiestas que se celebraban en su residencia. Que para conservar o evitar que el hielo se derritiera, don Tomás lo enterraba en el patio de su majestuosa casa. Merced a esta experiencia, los capitaleños que asistían a dichas fiestas, propalaron la noticia de que habían visto en Baní a alguien sembrando hielo.
La expresión «siembra hielo», de acuerdo con los resultados de la ya referida investigación, constituye una marca o sello de identidad de la cultura banileja, tanto que hasta un periódico digital, fundado por nativos de la provincia Peravia, existe en Nueva York con el nombre del «El Siembra Hielo»
Sin embargo, oída la pintoresca y nada creíble explicación que me ofreció el fortuito informante barahonero antes citado, sólo me limité a comentar:
«Cosas de nuestra lengua. Cosas de nuestras variantes regionales. Cosas de nuestras variaciones diatópicas. Cosas de una lengua, la española, la cual si bien posee rasgos comunes que permiten la intercomunicación entre usuarios residentes en regiones y comunidades diferentes, también posee rasgos particulares que definen las variantes propias de una comunidad lingüística determinada»