##ctrlheadscriptsanalytis## Árabes de Cestero - Diario Libre ##ctrlhtmlheadnota## ##ctrlbodyscriptsanalytics##
×
##ctrlheadermenu##

Buhoneros Árabes de Cestero

Cestero desenvaina su pluma punzante para batirse en duelo retórico con un contradictor C.C.

Expandir imagen
Buhoneros Árabes de Cestero

Ubíquese el lector 120 años atrás. Asegúrese el cinturón de seguridad, porque realizaremos un breve viaje por el Túnel del Tiempo. Convidados por Manuel F. Cestero, quien discurre en las páginas amables del Listín Diario en septiembre de 1903 en defensa del comercio practicado por los inmigrantes árabes en nuestros campos y ciudades. Cuando el gremio de comerciantes establecidos reclamaba su expulsión del territorio nacional bajo alegato de competencia desleal. En reacción similar a la que motivara en Haití una legislación del 13 de agosto de 1903 que perseguía el comercio ambulante y a sus operadores.

“La inmigración árabe, que de algunos años a esta parte viene invadiendo la República, la estimamos, si no excelente, tampoco indigna de que se le conceda la hospitalidad que al llegar a nuestra tierra solicita. Que hace daño al comercio porque contribuye con mercadería de inferior calidad a rebajar los precios establecidos por el comercio dominicano? Esto es incierto. Tan buena batistilla vende Juan E. Elmúdesi como Arias Gómez.

Lo que sucede es otra cosa que no ha de escapar al observador interesado y que fácilmente descubrirá cualquiera que no sea tonto, si se toma el trabajo de hacer cálculos y confrontar las mercancías de unos y otros y ver los aforos y sumar los gastos que su importación ocasiona. Sí, al punto quedará descubierto el porqué los árabes venden más barato siendo sus mercancías de igual calidad a las que expende el comercio dominicano. Y en este caso no serían ellos los culpables porque cada quien, en materia comercial, se vale de todos los medios posibles para adquirir la ganancia más ventajosa.

Y esto es lo que da lugar a que la clase proletaria resulte beneficiada al comprar a los árabes dichas mercancías. Preguntadlo si no a las familias pobres, quienes de comprar a plazos largos y a precios baratos encuentran gran alivio en proporcionarse todo lo que necesitan o a muchas familias acomodadas que también gustan de estos gajes y de la comodidad con que les surten los árabes las mercancías que ellos necesitan.

Esto en cuanto al bien general que reporta la inmigración árabe a las familias pobres; y en cuanto al bien que deja al país, si no es muy estimable, tampoco le hace daño alguno; pues en un país como el nuestro, despoblado por completo, donde no viven ni 600 mil habitantes, pudiendo haber 10 millones; donde no hay recursos para fomentar buenas inmigraciones, en un país así, cualquiera inmigración que trabaje en tal o cual sentido resulta buena (menos la de los chinos y la de los cocolos). Pues cuando menos contribuyen a aumentar el consumo y a hacer producir más al fisco.

Por todas estas razones estimamos que la inmigración árabe no hace daño a la República y que sería una injusticia tamaña la que el Gobierno Dominicano cometiera si tratara de imitar al Gobierno Haitiano en su disposición de referencia. Los árabes, no solamente respetan nuestras leyes y nuestra sociedad observando vida honesta y honrada sino que se adaptan y se identifican con nuestras costumbres y forman familia y envían sus hijos a la escuela y estos terminan a veces hasta casándose con nuestras dominicanas. Tal es nuestra opinión desinteresada sobre el asunto, que hemos tratado de conformidad con nuestro modo de pensar.”

En segunda columna, Cestero desenvaina su pluma punzante para batirse en duelo retórico con un contradictor C.C., procedente de S.P. de Macorís.

“Dice el articulista a quien impugnamos ´que la colonia árabe, desde hace tiempo, viene acabando con todas las energías y todos los esfuerzos del anémico comercio dominicano, que va paulatinamente caminando a su ruina porque a tiempo no se aplicó a la enfermedad que le consume el único remedio que puede destruirla como ha hecho nuestra vecina, la República de Haití´. Se necesita estar verdaderamente falto de todo principio de equidad y de justicia, y no saber siquiera lo que es de derecho natural para sustentar tan peregrina idea, propia de cafres o de semisalvajes. ¡Quiere mi inteligente contrincante que se echen afuera los árabes que residen en la República, porque perjudican al comercio dominicano!

Echarlos afuera por el delito de que venden sus mercaderías a precios módicos porque no explotan al pueblo y sí lo benefician, porque son equitativos y no estafan al comprador; por el único delito de trabajar honradamente, humildemente, sin escarnio del derecho ajeno ni de la moral pública; por esto que es esfuerzo digno de encomio; por esto que es justo y digno y honrado propone C.C., ¡asómbrate, abísmate lector! ¡Propone que sean echados mar afuera los árabes! ¿Queréis nada más bárbaro e impío? Y agrega luego, para afirmar su petición, ´que en Cuba, Puerto Rico y otros países de América y Europa les está prohibido entrar´. Esto, como lo de Haití, es una solemne mentira.

Este país, amigo mío, es esencialmente republicano democrático; sus leyes son amplias y puras; no tenemos en pie ni las toleramos tampoco, las tiranías estúpidas y groseras. El extranjero, en esta tierra, goza de los beneficios de esa libertad bien entendida. Aquí no se le impide a nadie absolutamente trabajar ni mucho menos moverse en tal o cual sentido; se tolera la inmigración árabe porque es inmigración trabajadora, no holgazana, porque si en verdad no es ella todo lo útil que deseamos, tampoco perjudica nuestras costumbres y nuestra raza.

Fisiológicamente son los árabes mejor constituidos que casi todos los dominicanos; gente de buena estatura, complexa, blanca, y de buena índole. No tienen vicios: ni juegan, ni beben, no roban, ni coartan las facultades de nadie para el trabajo. Si entre ellos hay algunos que se han inmiscuido en nuestra política es porque antes han sabido hacerse dominicanos, y en tal caso tienen derecho para hacerlo.

No trabajan la tierra, no son agricultores y de ahí la antipatía que inspiran a sus colegas los comerciantes dominicanos; antipatía porque compadecen al comprador, conformándose con poca ganancia. No pretendemos que los dominicanos copien las costumbres árabes. Lo que pretendemos es que la libertad sea verdad indestructible entre nosotros; que el derecho sea; que la justicia sea; y no se lleve a cabo lo que C. C. y otras yerbas proponen.

Respecto a la clase de inmigración que se señala en el artículo que dejamos triturado en mil pedazos, y que dice, es lo que le conviene a la República, no lo dudamos; pero esas inmigraciones cuestan muchos cientos de miles de pesos; obedecen a principios económicos, y según esos mismos principios no está la República en condiciones de fomentarlas; y si pudiera hacerlo acabarían indudablemente con el comercio dominicano si fuera de comerciantes, y con nuestros agricultores, si fuera de agricultores por su propia superioridad. Y en este caso C. C. escribiría otro mamotreto igual pidiendo que esas inmigraciones, como la árabe, fueran expulsadas del territorio.

En columna siguiente, recarga su tinta Cestero. “Una comisión de San Pedro de Macorís ha llegado a esta ciudad con el encargo de solicitar del Ejecutivo inicie una medida que prohíbe se expida la patente de buhonero, comisión que ha sido designada por los gremios de comerciantes de aquella plaza. Y se dice que en el Congreso cursa una instancia de varios Ayuntamientos de diferentes puntos del Cibao en que se excita a favorecer el comercio nacional de un modo que aniquile el de los árabes o que obligue a estos a abandonar el país.

Ambas peticiones no pueden ser más desprovistas de verdaderos fundamentos justicieros; están reñidas en absoluto con el derecho natural, con el derecho común, con la justicia, con la equidad. Ni el Ejecutivo ni el Congreso podrán apartarse de la razón y de la verdad para complacer a sus peticionarios dictando medidas prohibitivas que coarten facultades adquiridas y apoyadas por las mismas libertades que sirven de base al programa democrático que informa los actos del Gobierno Dominicano.  Ambas peticiones son contrarias a la justicia y no han de aceptarse.

El comercio libre existe dondequiera que la libertad sea verdad incontrovertida; donde exista y gobierne la razón, la justicia, no la tiranía, la verdad, no el sofisma. ¿No es un derecho natural que nace con el hombre, moverse? No tiene H. derecho para salir a la calle o al campo a buscar el modo de sostener su vida proponiendo a Z o a X sus frutos si es agricultor, o sus mercaderías si es comerciante? Y en tal caso, ¿no sería lo justo que ese comerciante ambulante pagara, lo mismo que el comerciante que vende en punto determinado, una patente al Ayuntamiento de la localidad en donde ejerza tal negocio?

Pues esto es lo que vienen haciendo los Ayuntamientos; y esto es lo justo, y esto es lo equitativo; pero nunca castigar y aniquilar y arruinar esa clase de comercio por el hecho tan solo de que el egoísmo del comercio dominicano crea perjudicarse con la competencia en esa forma. Por qué nuestros comerciantes dominicanos, en lugar de emplear individuos para que expandan sus mercaderías detrás de un mostrador, no los emplean también para que, como los árabes, se echen al campo o a las calles de la ciudad en busca de la oferta y la demanda?

Por qué en lugar de ganarse sobre la mercancía un 50% no se avienen a un 10%, que es lo honrado y lo que está conforme con los principios de la moral social? Nada, que se quiere hacer riqueza de un solo golpe aunque se haga negocio de estafa, aunque la conciencia se retuerza, y grite la razón y se remuerda el sentimiento! Nada, que se quiere el exclusivismo, no la competencia; que se quiere la absorción, no la expansión; que se quiere lo injusto, lo ilegal, la sinrazón aunque estos traigan por consecuencia la ruina moral y material de aquellos contra quienes se pide el imperio de la arbitrariedad.

El Ejecutivo, compuesto de jóvenes dignos y de principios honrados, jóvenes esencialmente liberales, no mirará con buenos ojos lo que les piden los comerciantes aludidos, y sabrá, conforme a moral y a derecho, acoger nuestras razones, y de conformidad con sus conciencias y con la ley misma dictar medidas equitativas que favorezcan a unos y a otros.”

120 años después regresamos…

Ubíquese el lector 120 años atrás. Asegúrese el cinturón de seguridad, porque realizaremos un breve viaje por el Túnel del Tiempo. Convidados por Manuel F. Cestero, quien discurre en las páginas amables del Listín Diario en septiembre de 1903 en defensa del comercio practicado por los inmigrantes árabes en nuestros campos y ciudades.

TEMAS -

José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.

##ctrlbloqueenportada##
##ctrlhtmlbodyendnota## ##ctrlloginmodalscripts##