“Iliberal America: A History”
Una lucha histórica entre las dos corrientes de identidad estadounidense
Ya lo hemos dicho en esta columna, Trump no es causa, es efecto. Es la expresión de múltiples factores, entre ellos, de una lucha histórica de dos corrientes, una filosófica y otra religiosa. Ambas subyacen en el inconsciente colectivo de EE. UU: Humanismo versus Puritanismo.
Una que viene de la antigüedad clásica, greco romano, redescubierta en el Renacimiento, con profunda creencia en Dios, pero secular. Enarbolada por los padres fundadores, evidenciada en su simbología y expresada en su arquitectura y urbanismo en Washington D.C., así como en toda la nación en su diseño institucional, constitucional, político, económico, basado, esencialmente, en fundamentos filosóficos de una profunda tradición espiritual. Es parte de lo que hoy suele llamarse el occidente político.
Versus otra, esencialmente religiosa, que importantiza la vida piadosa, una estricta adherencia a las Escrituras: supremacía de la Biblia como única fuente de verdad religiosa. Creencia en la predestinación, según la cual Dios ha elegido quienes serán salvados y quienes serán condenados, fomentando la obediencia como señales para pertenecer al grupo de los elegidos. Una moralidad estricta y una vida de santidad tanto a nivel individual como comunitario. Compromiso con un gobierno eclesiástico, para reformar la sociedad y la política de acuerdo a sus principios bíblicos, promoviendo leyes y políticas públicas que reflejen una moralidad cristiana. Una ética del trabajo como señales de la gracia divina, entre otros elementos.
Desde Oklahoma hasta New York. Ambas posturas se ven reflejada en la profunda división interna de los EE. UU, ahora bien, no seriamos objetivos sino reconocemos que ambas corrientes han influido por igual en la cultura, la estructura, la identidad y el éxito de esa gran nación.
En este sentido, el historiador Steven Hahn en su libro “Iliberal America: A History” comparte una perspectiva histórica sobre el iliberalismo en Estados Unidos, confirmando que no es una novedad reciente, sino una característica persistente de la sociedad y la política estadounidense.
Es cierto, muchos no han querido verlo así: “Esto no es lo que somos como nación”, exclaman periodistas norteamericanos de manera frecuente ante la violencia del 6 de enero de 2021. Igualmente, el presidente Joe Biden ha dicho, para intentar apuntalar esa creencia “no debemos permitirnos a nosotros mismos ni a los demás creer lo contrario”.
Pero, tal y como afirma Hahn “Lo que no han comprendido es que el iliberalismo estadounidense está profundamente arraigado en nuestro pasado y se alimenta de prácticas, relaciones y sensibilidades que han estado cerca de la superficie, incluso cuando no han estallado a la vista.”
El empeño de Trump y su movimiento MAGA (sigla en inglés de “Make America Great Again”) por construir una realidad política como ninguna otra en la historia de EE. UU, no debe interpretarse como “hierbas malas en un suelo democrático liberal”. Sino como expresión de una corriente histórica, que, sumado a los procesos sociales y económicos de los últimos 50 años, explicados en esta misma columna, son intrínsecos a la sociedad norteamericana.
Ahí están los hechos, en una entrevista reciente con la revista Time, Donald Trump prometió un segundo mandato con decisiones o tomas de poder autoritarias, clientelismo administrativo, deportaciones masivas de indocumentados, acoso a las mujeres por el aborto, guerras comerciales y venganza contra sus rivales y enemigos, incluido el presidente Biden. “Si dijeran que un presidente no tiene inmunidad”, dijo Trump a Time, “entonces, estoy seguro de que Biden sería procesado por todos sus crímenes”.
Igualmente, en su propuesta o plataforma de gobierno denominada “Project 2025”, promete una serie de políticas que convertirían los EE. UU en un estado militar religioso, el proyecto busca expandir la autoridad presidencial sobre el poder ejecutivo, basándose en la teoría del ejecutivo unitario. Esto implicaría reestructurar las agencias federales para aumentar el control directo del presidente y reducir la influencia de los funcionarios de carrera. Entre muchas otras medidas abiertamente autoritarias, clientelistas y violatorias al tradicional estado de derecho y su arquitectura institucional. Poniendo en peligro los EE. UU, tal y como lo conocemos hoy día.
Me satisface coincidir con Hahn que debemos tener una mirada profunda y crítica del proceso de los EE. UU y cómo el iliberalismo ha influido en la historia estadounidense, subrayando la importancia de reconocer y enfrentar estas tendencias para proteger los principios democráticos que fundamentan nuestro occidente político.
“Esto no es lo que somos como nación”, exclaman periodistas norteamericanos de manera frecuente ante la violencia del 6 de enero de 2021. Igualmente, el presidente Joe Biden ha dicho, para intentar apuntalar esa creencia “no debemos permitirnos a nosotros mismos ni a los demás creer lo contrario”.