Vulnerabilidades y evidencias
Prevención y acción ante los desastres naturales en el país
Cuando los fenómenos atmosféricos se presentan la vulnerabilidad queda al desnudo. La pobreza y la miseria dejan de estar escondidas en las riberas inmundas, colinas y cañadas. Se muestran impúdicas y crudas.
En esos momentos las pantallas de televisión muestran, tal si fuera espectáculo, la desgracia y el atraso que aflige a los lugares desguarnecidos, expuestos sin rubor, casi como algo natural e irremediable.
Esa visión rompe el espejismo de los cuadrantes prósperos encerrados en el Distrito Nacional. Y nos hace comprender que hay otro país menos visible, dejado ir a su propia suerte.
Durante el paso de la tormenta Franklin se ofrecieron mensajes de orientación a la ciudadanía. En una de esas intervenciones surgió una frase lapidaria pronunciada por el general Juan Manuel Méndez, director del COE: “La naturaleza no causa los desastres. La vulnerabilidad la construye el ser humano.”
Es cierto. La construyen los humanos. Pero ¿por qué lo hacen? Probablemente por cálculo en espera de algún beneficio futuro. Es una apuesta de probabilidades.
El reto que enfrenta el Estado es desincentivar la construcción de esas vulnerabilidades mediante acciones institucionales enérgicas. Y a través de políticas que diluyan la exclusión, la desigualdad y promuevan una sociedad más participativa e integrada.
En otras palabras, no se trata de desalojar en medio de las inundaciones a la población sumida en la marginalidad, sino de impedir que los eventuales damnificados se ubiquen en lugares de riesgo (laderas, cañadas, ríos) y facilitarles que puedan vivir en condiciones dignas y seguras.
El dejar hacer lo que cada cual desee hacer tiene un costo muy alto para el país. Frena el desarrollo económico y social. Se requiere de la acción firme del Estado para ordenar, dirigir, y hacer cumplir las normas y regulaciones aplicando el peso de la ley a todos, por igual.
El fenómeno atmosférico dejó evidencias a ser tenidas en cuenta.
Primero: la prevención resultó determinante para no tener que lamentar mayor cantidad de víctimas. Ante la incertidumbre causada por los movimientos erráticos de la tormenta lo acertado era, tal y como se hizo, no titubear ni tentar la suerte sino proveer seguridad a los ciudadanos.
Segundo: se notó mejor coordinación y solidez en los organismos públicos encargados de proveer información, prevención y socorro, al tiempo que los entes privados de comunicación estuvieron a la altura de los acontecimientos brindando informaciones oportunas.
Tercero: la mayoría de la población reaccionó con madurez y siguió al pie de la letra las recomendaciones de las autoridades. Esto es muy alentador.
Cuarto, se comprobó que la ocupación de terrenos y construcción de viviendas al pie de cañadas y lugares frágiles es un hecho rutinario, estimulado por la creencia de que cuando ocurren estos fenómenos y se producen arrastres por las aguas y el lodo, los damnificados serán dotados de apartamentos de construcción pública.
Quinto, es perceptible que somos un país colocado en el trayecto del sol, atrapado por el torrente de basura. De ahí que no funcionen adecuadamente los desagües y se dé una imagen de tierra sucia, descuidada, impresentable, atrasada. No se ha podido resolver ese problema por falta de medios y de campañas intensivas y masivas de educación, acompañadas por sanciones severas a quienes tiran los desperdicios a las calles y cañadas.
Sexto, el ruido se ha convertido en la otra gran plaga. En medio de las inundaciones se escuchaba el estruendo incesante de la música colocada a altos decibeles, el escándalo, reflejo de la mala educación, inconciencia e irrespeto de muchos, sin que las autoridades pongan freno a tanta agresión a los sentidos.
Séptimo, los teteos multitudinarios se multiplicaron en medio de aguaceros y alertas de peligro y de suspensión de actividades laborales. No pueden tolerarse. Hay que ser más firmes en su contención.
Octavo, fue notoria la imprudencia de algunos pobladores, los menos, cuya inconducta solo se corrige con fuertes medidas punitivas.
Noveno, se hizo notoria la fragilidad de nuestra infraestructura, sobre todo eléctrica, acueductos, caminos y puentes. Y el funcionamiento apropiado del plan social de respuesta ante contingencias severas.
Décimo, se comprobó que faltan medios, radares y otros instrumentos para enfrentar los retos planteados por la naturaleza. Hay que agradecer el auxilio del Centro de Huracanes de Miami, lo cual no nos exime de mejorar los recursos propios para atender a tiempo nuestras contingencias inmediatas y urgentes. Y monitorear los aspectos específicos que urja conocer.
El balance es positivo por los avances logrados en algunos aspectos, aunque hace falta corregir problemas recurrentes.