Un legítimo temor
Resurgen ideas y principios del régimen totalitario de Trujillo
Unas semanas después de la extraña e irrespetuosa resolución 24-2023 de la Junta Central Electoral (JCE), que reconocía al supuesto Partido Esperanza Democrática (PED), de Ramfis Domínguez Trujillo hay quienes temen con justificadas razones un resurgimiento de ideas y principios del régimen totalitario que encabezó el abuelo del hoy líder del PED, Trujillo Domínguez.
La amenaza de tener de nuevo un gobierno como el que Rafael Trujillo impuso en República Dominicana de 1930 a 1961, es una suerte de espada de Damocles que penderá siempre sobre el país porque la fragilidad de la democracia no sabe cómo enfrentarlo y tiene que respetar, por principio vaya paradoja: ¡la libertad de expresión! En diferentes momentos después de la caída de Trujillo, la nube negra del totalitarismo ha oscurecido el paisaje político dominicano. La primera vez cuando unos irresponsables derrocaron el primer gobierno elegido democráticamente con casi 60 % de los sufragios expresados en septiembre de 1963 y que presidía el escritor Juan Bosch; o la casi dictadura que nos dejó la Pax americana en los primeros 8 años (1966-74), de los doce continuos que Balaguer se mantuvo en el poder.
Esa nube no se disipa porque la mayoría de los adultos de hoy no saben o no “recuerdan” persecuciones, prisioneros, torturados, muertos, desaparecidos ni menos aún a los exilados del trujillismo cuyo único crimen fue haber expresado sus ideas durante la oprobiosa dictadura.
Hay los que arguyen la “paz” y “tranquilidad” que reinaba en el país durante la “Era” sin detenerse a pensar a cambio de qué e ignorando adrede que entonces no se tenían en cuenta los principios fundamentales de la Declaración universal de los derechos del hombre como el respeto a la vida humana y a expresarse libremente.
Por el momento el PED no ha volteado sus cartas sobre la mesa. No conocemos su juego, pero el autoritarismo subyace en su espíritu. Es legítimo el temor de los que piensan que el trujillismo se quitará el disfraz de cordero y dejará ver sus colmillos de fiera, de lobo. No nos podemos descuidar. El peligro acecha. La JCE le ha abierto las puertas a ese animal salvaje y sanguinario.
Para memoria, recordemos que a Hitler, después de la derrota de Alemania en 1918, le faltaba poco para ser un vagabundo. Frecuentaba, como muchos excombatientes desempleados, las brasseries de Múnich después del armisticio del 11 de noviembre, pasaba de un bar a otro en donde se reunían los nacionalistas que sentían que el Tratado de Versalles había sido una humillación para Alemania derrotada en la Primera Guerra mundial.
Una tarde, en una de esas brasseries frecuentada por los susceptibles ultranacionalistas alemanes había que arengar a los parroquianos y, cosas del azar, el que debía hablar no pudo llegar a tiempo y designaron al joven austríaco Adolf Hitler que nunca había hablado en público. Esa tarde nació el orador apasionado que 15 años más tarde, precisamente el 31 de enero de 1933, sería nombrado canciller de Alemania y dos meses después se autoproclamaría Fuhrer de un Reich que, en su delirio, debía durar mil años. Una obsesión que entrenaría al mundo a otra guerra mundial que dejaría un saldo de 54 millones de muertos entre civiles y militares.
Comparar a Hitler con Trujillo podría parecer exagerado, pero el totalitarismo es el mismo en cualquier sistema; en cualquier país del primer, tercer o cuarto mundo. No hay diferencia entre el de izquierda y el de derecha: sea Trujillo, Hitler o Stalin. Hay diferencia, admitamos, pero ninguno tolera la disidencia ni respeta la vida humana.
Si he referido el azaroso inicio de Hitler en la vida política alemana es para hacer observar que sus apasionadas peroratas siempre fueron objeto de burlas. Se le veía como a un loco sin futuro político. Sin embargo, en 1920 ya había escalado a la alta dirigencia del partido nacionalista de aquella brasserie en donde pronunció su primer discurso y transformó aquel grupúsculo en el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), mejor conocido como Partido Nazi.
Pues bien en las elecciones legislativas de 1920 el NSDAP obtuvo una insignificante cantidad de voto que las estadísticas electorales de entonces no tomaron en cuenta; en 1925, Hitler y sus secuaces intentaron un golpe de Estado contra la República de Weimar y fracasaron, Hitler fue hecho preso, juzgado y condenado a 5 años de prisión. En la cárcel dictó, no escribió, a Rudolf Hess Mein Kamp esa disparatada y absurda teoría que hablaba del hombre Ario, un ser mítico y superior, del que descendían los alemanes. Lo absurdo de todo esto fue que esos conceptos de la raza superior tuvieron éxito en el país más culto de Europa durante el primer tercio del siglo XX. Lo que motivó a Sigmund Freud a decir: “¡la inteligencia tiene necesidad de la barbarie!”.
Hitler fue liberado antes de cumplir su condena. Su discurso demagógico contra la humillación de que fue objeto el pueblo alemán al aceptar el Tratado de Versalles tuvo éxito y en 1932 el NSDAP era el partido más importante de la República de Weimar y lo que sucedió en 1933 y seis años después todos lo conocemos.
El temor a lo que podría convertirse, en un futuro no muy lejano. el Partido Esperanza Democrática es legítimo porque la demagogia es un melodioso y encantador canto de sirena. No hay que minimizar a “¡Trujillo, el chiquito!”.
La amenaza de tener de nuevo un gobierno como el que Rafael Trujillo impuso en República Dominicana de 1930 a 1961, es una suerte de espada de Damocles que penderá siempre sobre el país porque la fragilidad de la democracia no sabe cómo enfrentarlo y tiene que respetar, por principio vaya paradoja: ¡la libertad de expresión! En diferentes momentos después de la caída de Trujillo, la nube negra del totalitarismo ha oscurecido el paisaje político dominicano. La primera vez cuando unos irresponsables derrocaron el primer gobierno elegido democráticamente con casi 60 % de los sufragios expresados en septiembre de 1963 y que presidía el escritor Juan Bosch; o la casi dictadura que nos dejó la Pax americana en los primeros 8 años (1966-74), de los doce continuos que Balaguer se mantuvo en el poder.