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Síndrome de fatiga democrática

Estamos frente a un contingente sustantivo y persistente de ciudadanos que prefieren el autoritarismo

Según el informe de la Corporación Latinobarómetro del año 2023, “la ola de recesión democrática tiene ahora un componente adicional a las crisis económicas y las presidencias corruptas: el aumento del autoritarismo.” Destaca el informe que “desde el inicio de las transiciones de la ‘tercera ola’ de democracias, América Latina mantuvo un contingente minoritario, pero estable, de ciudadanos que prefieren un régimen autoritario. Esto se manifiesta en la tercera alternativa de la pregunta, donde se observa un aumento significativo desde el 13% en 2020 al 17% en 2023.” 

Nótese que en el hemisferio se produjo un aumento promedio de cuatro puntos porcentuales entre 2020 y 2023. Ante esta realidad, concluye el informe: “estamos frente a un contingente sustantivo y persistente de ciudadanos que prefieren el autoritarismo.” 

En el caso de República Dominicana, el indicado incremento es especialmente significativo: entre 2020 y 2023, pasó de un 13%, a un 21%., lo que nos coloca un 4% por encima de la media hemisférica. Esta creciente preferencia por el autoritarismo se produce en paralelo a una disminución del apoyo a la democracia en dos puntos porcentuales, pasando del 50 % al 48 %, así como a la indiferencia hacia el tipo de régimen, renglón en el que pasamos del 25 % al 27 %.

Según el mismo estudio de 2023, en nuestro país, el nivel de satisfacción ciudadana con la democracia como sistema de gobierno es del 36%: un punto por debajo de Argentina y México, siete por debajo de Costa Rica, y considerablemente por debajo de Uruguay (59%) y de El Salvador (64%). En resumen, en este renglón, cinco países cuentan con un nivel de satisfacción ciudadana con la democracia superior al nuestro, mientras que once se encuentran por debajo, en un hemisferio donde la media, en este indicador es de apenas un 28%. 

Pongamos esta cuestión en perspectiva. Según el informe Latinobarómetro 2018, el año 1997 marcó el más alto nivel de apoyo ciudadano a la democracia en un lapso de 23 años en el hemisferio: alcanzó un 63%. Las repercusiones hemisféricas de la crisis asiática de 2001 indujeron un descenso de ese apoyo, llevándolo a un 48%, su punto más bajo hasta entonces. Para el año 2010, se consolidó una recuperación de ese apoyo al alcanzar un 61%, en gran medida por efecto del “rezago de la bonanza del quinquenio virtuoso que siguió a la crisis asiática” y por las “políticas contracíclicas que se aplicaron al inicio de la crisis del subprime en 2008/2009.” 

Pero a partir del año 2010, empieza un proceso de sistemático declive del apoyo ciudadano a la democracia que, para el año 2018 nos retornó a la media hemisférica de 17 años antes: un 48%. Esa suerte de “síndrome de fatiga democrática”, como denominó en 2013 a este fenómeno el arqueólogo belga David Van Reybrouck (Contra las elecciones, Taurus, 2017), era apenas el síntoma de una enfermedad que el informe de 2018 calificaba de “diabetes democrática”. Y en su pronóstico, se trataba no solo de una crónica anunciada, sino de una crónica “que lamentablemente continúa su escritura.”

República Dominicana, que empezó a ser medida en los estudios de Latinobarómetro en 2004, alcanzó su pico de apoyo ciudadano a la democracia en 2008, con un 73%. En los diez años transcurridos entre 2010 y 2018 ese apoyo declinó a 44%, es decir: i) 29 puntos porcentuales menos que en 2008 y, ii) un 4% por debajo que la media latinoamericana, que era de 48%. 

Mientras tanto, en paralelo al declive del apoyo a la democracia, en América Latina se evidenció, durante el período 2010-2018, un aumento sistemático la población que se declaraba indiferente: pasó 16% a 28% en ese lapso. Entre el declive democrático y el correlativo aumento de la indiferencia ciudadana, se puso de manifiesto un hecho políticamente significativo por la aparente paradoja que encerraba: el porcentaje de quienes prefieren un régimen autoritario “no presenta variaciones muy significativas a lo largo del tiempo, permaneciendo entre un máximo de 17% en siete años diferentes a un mínimo de 13% en 2017, recuperándose a 15% en 2018.” 

Al decir de los analistas que trabajaron el informe, lo que se estaba produciendo era una especie de “declive por indiferencia”, no tanto por la búsqueda preponderante de una alternativa autoritaria. Esto se ha expresado en un movimiento pendular del comportamiento del voto, en la correlativa disminución de las lealtades partidarias, en la profundización de la búsqueda de opciones y soluciones individuales a cuestiones eminentemente colectivas, entre otros fenómenos.

Pero según la radiografía del informe 2023, parece que repunta la inclinación ciudadana por los regímenes autoritarios. El 8% de incremento en nuestro país, respecto de 2020, es más que significativo. Este resultado debe llamarnos a una reflexión seria

Paradójicamente, según el último reporte de Latinobarómetro, el 48% de la ciudadanía en nuestro país apoya la democracia como forma de gobierno. Si bien este dato representa un 2% menos que el 50% de 2020, mantiene cuatro puntos porcentuales por encima del 44% a que llegamos en 2018. Pero lo cierto es que entre 2008 y 2023 el apoyo a la democracia ha perdido un robusto 25% de apoyo democrático, mientras en paralelo crecen la indiferencia y la inclinación al autoritarismo que, en conjunto, suman un 48% de nuestros ciudadanos. 

Ante esta realidad, uno de los grandes desafíos que señalan los analistas para conjurar esta situación, apunta a la necesidad de combatir la cruda realidad de privaciones materiales objetivas que supone la enorme brecha de la desigualdad y la consiguiente exclusión social. Pero como señalan los profesores Roger Eatwell y Matthew Goodwin, esas privaciones no se refieren solo a realidades objetivas como “vivir con unos ingresos bajos, perder el trabajo o sobrellevar un crecimiento económico lento.” Tiene que ver, en su manifestación extrema, con los “grandes temores entre las personas que, tanto ellas como su grupo, salen perdiendo en comparación con los demás en la sociedad, para quienes un mundo de prosperidad en aumento y una movilidad social ascendente ha llegado a su fin, y con ello no solo la esperanza, sino también el respeto” (Nacionalpopulismo. Porqué está triunfando y de qué es un reto para la democracia. Península, 2019).

La historia política está llena de lecciones sobre la fragilidad de construcciones institucionales como la democracia; la facilidad con que, en una circunstancia de crisis, el espectro político pasa de un extremo a otro; y la frecuencia con que los eventos críticos detonantes de esos saltos mortales se materializan o, al menos, amenazan con hacerlo.

Ojalá podamos hacer consciencia de la magnitud de lo que está en juego, y tomar las medidas correspondientes para intentar conjurar los peligros que nos asechan, antes de que la siempre tozuda realidad nos imponga la tarea de rescatar la democracia de las fauces de un autoritarismo de cualquier signo que pueda sobrevenirnos. 

La historia política está llena de lecciones sobre la fragilidad de construcciones institucionales como la democracia; la facilidad con que, en una circunstancia de crisis, el espectro político pasa de un extremo a otro; y la frecuencia con que los eventos críticos detonantes de esos saltos mortales se materializan o, al menos, amenazan con hacerlo.

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