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El traguito del presidente

De todas formas, me queda invitar al presidente a meditar su decisión en un retiro de silencio en las montañas, en la convicción de que ellas hablan. No sin antes escuchar la opinión de tres personas ajenas al partido, al gobierno, a la familia y a la prensa.

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El traguito del presidente

Ese día había atendido trece citas, según el testimonio de una de sus secretarias. Con mi reunión, convocada para las 8:30 p. m., pretendía cerrar el despacho. Después de una espera de veintitrés minutos entré a su oficina, desconociendo todavía los motivos de la invitación. 

Extrañamente, el escritorio estaba desordenado. Una pila de carpetas le quitaba espacio para mover en libertad sus manos. Retiró el asiento hacia atrás, procurando estirar las piernas y recostar la espalda. Ya acomodado, aspiró aire para sacarle palabras a la fatiga. 

El agotamiento del día no proponía una plática relajada, así que fue directo. Entre una y otra explicación surgió el tema de Pedernales, y entonces su abatida expresión mutó por otra: viva, luminosa y resuelta. Ya no hablaba el presidente, lo hacía el hombre. 

“Mira, JL, mi gran sueño será sentarme en el bar de uno de los hoteles de Pedernales y celebrar, copa en mano, un legado de dimensión regional”, opinaba, mientras su mirada perseguía un punto impreciso del espacio. Ninguna determinación lucía tan concluyente como la luz que en ese instante vi en sus ojos. 

El proyecto de desarrollo turístico de esa zona apenas arranca, de manera que mi morbo no demoró en aparecer: “Entonces este hombre va a reelegirse”, me dije. No lo dudaba antes, pero a partir de esa noche lo di como una decisión sin regreso. 

A casi un mes de ese encuentro, Abinader le concedía una entrevista a la comunicadora Mariasela Álvarez. En ella volvió a suspirar con Pedernales, solo que esta vez habló de un trago de celebración, y no precisamente en uno de sus hoteles, sino en un evento más reciente: la llegada del primer crucero turístico a la zona, prevista para las próximas semanas. Entonces supuse que el hombre todavía se batía en una tormentosa duda y que la vacilación no era un gesto políticamente aparentado. 

En la misma entrevista, el presidente listó las grandes obras que pretende concluir antes de la clausura de su mandato. La fluida mención de cada una de ellas me hizo sospechar que ese balance lo había manoseado otras veces, como forma de convencerse o darse por descargado con su gestión, pero es indudable que le provocan otras, aún pendientes, en las que ha puesto caras expectativas personales. Quizás la más emblemática sea precisamente el desarrollo turístico de Pedernales, un megaproyecto en el que el presidente quiere dejar su marca y memoria. 

Luis Abinader recibió un país clausurado, en un estado de emergencia sanitaria y con una industria turística rendida. No bien logró recuperar los índices anteriores a la pandemia, ha tenido que lidiar con los efectos de la inflación global derivada de la guerra euroasiática. Internamente su gobierno ha tenido dificultades de entendimiento. La Administración del PRM no se percibe como un cuerpo homogéneo, armónico ni coordinado. Los funcionarios manejan tiempos distintos. Todavía se observan debilidades en el seguimiento metódico a los proyectos anunciados. Tal asincronía le agrega carga al primer despacho. De ahí que el presidente haya tenido que suplir esa inconsistencia funcional asumiendo, como hombre orquesta, un protagonismo que, lejos de acreditarlo, lo desgasta.

Percibo a un presidente extenuado y a una familia presidencial recelosa de su ausencia. Es un hecho público que Abinader le dedica más tiempo efectivo a su trabajo que cualquier otro presidente en la historia. Él dirige de forma activa la mayoría de las reuniones de gabinetes. Los fines de semana viaja a las provincias, donde suele presidir pequeños consejos de Gobierno, inspecciones de obras o contactos comunitarios. Ese ritmo por cuatro años más no promete ser sostenible. 

Pero, al margen de las razones familiares, si bien hay proyectos que lo empujan a la repostulación, se ciernen otros que constriñen a cualquiera a abandonar la idea. Uno de ellos es la reforma fiscal. La mayoría de los gobernantes la han eludido o han optado por matizarla. 

El problema es que sin una reforma estructural al ordenamiento fiscal no hay manera de abordar la sostenibilidad del Estado. No es posible seguir aplazándola. Quien resulte ganador de las elecciones del 2024 deberá “promoverla” a la semana de instalarse. Y es que una reforma como la que demanda las insuficiencias del Estado o los planes de desarrollo del país tendrá el efecto político de una pandemia social. No creo que Luis Abinader le tema a eso, ya que se graduó como político en la crisis, pero no deja de ponerlo a pensar. 

De todas formas, me queda invitar al presidente a meditar su decisión en un retiro de silencio en las montañas, en la convicción de que ellas hablan. No sin antes escuchar la opinión de tres personas ajenas al partido, al gobierno, a la familia y a la prensa. Le sugeriría Saint Moritz, Suiza, o Bariloche, Argentina, pero, para evitarle el comadreo tóxico de Twitter, dejo a su prudencia la escogencia del espacio. 

Le propongo hacer, como creyente, una oración y luego escuchar el sonido del viento que nace de las montañas; él traerá desde sus cumbres el sabio consejo. En cualquier caso, no debe faltar una copa de un Vega Sicilia Único, reserva 2008, para festejar la ocasión. Por su descanso y decisión. ¡Salud!

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Abogado, ensayista, académico, editor.

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