La subasta de los alcaldes
Antes dejan de ser riferos...
El traspaso de las lealtades políticas es un viejo mal que no por viejo desaparece.
Ni con la linterna de Diógenes se encuentra a alguien en posición de poder que no haya participado directa o indirectamente en la promoción del transfuguismo.
Aunque los resultados pueden ser magros y se trate de un triste cadáver político, con el anuncio del cambio de chaqueta se busca dar la impresión de que el partido del traidor se desmorona.
No siempre los tránsfugas responden a presiones. Los hay que se subastan al mejor postor, ganador casi siempre el partido de gobierno, el dueño de los puestos y prebendas.
A veces la venta de lealtades obedece a desconfianza en las posibilidades de su partido o porque, sencillamente, los dejaron fuera en el reparto de las candidaturas pero ellos no saben quedar fuera de la política.
A nadie se le puede exigir lealtad política eterna, aunque el mínimo asomo de ética aconseja a que con el abandono del partido, también se deje la posición, sea curul o alcaldía.
La solución es simple: legislar para que los puestos electivos pertenezcan a los partidos. Pero más fácil dejan los legisladores de ser riferos que aprobar una ley así.