El periplo de Pedro Santana hacia el Panteón de la Patria (1)
El legado controversial de Santana
Durante la dictadura de Trujillo, si bien Juan Pablo Duarte fue una figura paradigmática, venerado como el principal exponente del ideal independentista de su generación; por el contrario, su némesis Pedro Santana fue proyectado como el símbolo del patriota militar y de la fuerza, quien de manera constante asumió la jefatura del incipiente ejército dominicano defendiendo el territorio nacional a lo largo de la guerra dominico-haitiana.
A Duarte, fundador de la República, se le representó como el pensador puro, romántico por excelencia y nacionalista a carta cabal; mientras que Santana, General en jefe del Ejército expedicionario del Sur, encarnaba el valor y el coraje demostrados en el campo de batalla frente al invasor haitiano.
Para algunos estudiosos del pasado, Duarte y Santana constituían una suerte de anverso y reverso de una misma moneda. Así, cuando en el decenio de los 50 se concibió el proyecto de convertir en Panteón de la Patria la antigua iglesia de los jesuitas, resurgió una corriente intelectual procurando elevar al rudo hatero de El Seibo a la cima del patriotismo nacional a fin de que estuviera junto a los demás próceres fundadores de la República.
Cierto es que Santana fue un temido caudillo autoritario, quien, al igual que el resto de los conservadores de su época, nunca creyó que el colectivo dominicano sería capaz de sostener la independencia nacional sin el concurso de un país poderoso, fuera bajo la modalidad del protectorado o de la anexión.
En 1956 el periódico El Caribe auspició un debate sobre la controvertida figura del general Pedro Santana y, al siguiente año, las opiniones exteriorizadas por reconocidos escritores e historiadores fueron reunidas en un libro titulado Encuesta acerca del general Santana que, al parecer, no circuló profusamente.
La generalidad de los participantes en la referida polémica coincidió en repudiar la figura histórica de Santana, a quien le reprocharon los crímenes políticos de 1845, 1847, 1855 y 1861, además de la anexión a España. Sin embargo, hubo quienes opinaron, rememorando a Emiliano Tejera, que si algún día la posteridad decidía que los méritos del héroe de Azua y Las Carreras eran mayores que sus grandes y graves faltas, entonces procedía erigirle una estatua.
De esa manera comenzó un velado movimiento tendiente a reivindicar la figura histórica de Santana y el historiador Emilio Rodríguez Demorizi fue acaso uno de los primeros exponentes de ese movimiento. En efecto, en su libro Papeles del General Santana (1952), tras señalar que tarde o temprano debía sustituirse lo que llamó “la caduca tríada” de los Padres de la Patria, propuso una nueva jerarquía histórica: “Conozcamos a Santana, no para amarle, como a Duarte, sino para comprenderle y admirarle. Porque, ciertamente, él no fue amado, como Duarte, por los hombres de su tiempo, sino respetado, seguido y admirado. No inspiró amor; inspiró fe, y la fe en él significó la victoria contra los dominadores. La tradición seguirá diciendo: Duarte, Sánchez, Mella, y seguiremos escuchando fervorosamente esos mágicos nombres. Pero la crítica histórica, poniendo de un lado el pensamiento y del otro la acción, extremos de toda grande empresa, reducirá esa gloriosa trilogía a este simple binomio: Duarte y Santana”.