Caudillos regionales y el motoconchista con celular
El papel histórico de la motocicleta en el desarrollo rural de la República Dominicana
Algunas poblaciones del interior del país han crecido de manera notoria en los últimos cincuenta años. Aunque los ingenieros pueden decirnos que este fenómeno ha sido vertical, también puede decirse que ha habido un crecimiento en todas las direcciones, algunas veces sin control y sin ordenamiento.
Cuando viajamos a nuestras ciudades, podemos ver cómo los campos de algunas provincias, que fueron proverbialmente cercanos a las poblaciones, ahora están cada vez más cerca en términos de límites y expansión.
Una de las “revoluciones” más importantes ocurridas en el siglo XX fue la entrada de la motocicleta, un vehículo de dos ruedas que permitió que una gran cantidad de campesinos pudieran ir a los pueblos con mayor facilidad: antes, como nos dicen algunos viajeros, tenían que hacerlo a lomo de burro o de caballo.
Mucho tiempo atrás, los patrones y los jefes de los campos del país eran considerados caudillos regionales, y si tenían una notable cantidad de caballos de considerable calidad, estos podían interesar al dictador Trujillo. Trujillo en Hacienda María tenía excelentes ejemplares de caballos. Los jefes de los campos en alguna que otra ocasión, tuvieron que darle al jefe algunos de sus mejores ejemplares.
Cuando todavía no había un boom de las exportaciones de la República hacia otros linderos, a través de las líneas férreas, puede decirse que en la prehistoria de los comercios pueblerinos, hay todo un fenómeno: la riqueza de caudillos regionales de las principales poblaciones del interior del país. En el Cibao se dio un interesante fenómeno: la emergencia de hombres de mucha riqueza porque tenían un control de los frutos de la tierra. Estos productos que tenían su determinado ciclo en las cosechas, eran vendidos en los principales puntos de los pueblos o eran exportados.
Hay que tener en cuenta la línea de ferrocarriles que se inaugura en un distante 1877 y que fue muy importante para una economía que tenía unos claros rubros de producción. El ferrocarril de Romana Central establecido en 1911, significó un aporte serio para el abastecimiento de los campos de caña con una línea de 757 kilómetros, para notar un ejemplo.
Un poco más atrás, un tren muy recordado por la población del Cibao es el tren Sánchez-La Vega que vio luz en 1887. En el caso del Ferrocarril Central Dominicano, este fue inaugurado en 1897 y fue “bien tratado” por el presidente Ramón Cáceres.
Aunque teníamos trenes, se transportaba una gran cantidad de alimentos a bordo de burros en todo el siglo veinte, hasta que llegaron los automóviles, las camionetas y los motores de varios tiempos. Teníamos que sacar los productos de la tierra en recuas con un manejador para luego enviarlos a los mercados municipales de los principales pueblos donde obtenían una gran demanda. Una economía abastecida era una clara lucha para el fenómeno de la inflación.
No se olvide que los motores de los pueblos, que salen en las tempranas horas de la mañana, han servido para que los mercados municipales tengan productos frescos. Es cierto también que los camiones de cierto tamaño, que corren en nuestras carreteras y caminos vecinales, contribuyen mucho a que los mercados estén correctamente suplidos.
Como ocurre con los automóviles, que entraron al país en 1911, los motores entraron en un momento importante a la vida dominicana, permitiendo no solo que los productos del campo llegaran a la ciudad, sino que se entendió que eran un medio de transporte en los pueblos. Muchos ciudadanos de los pueblos, con cierto nivel de fiebre motociclista, compraron no solo motores grandes, sino más pequeños (de cilindraras menores). Es clásica la foto de más de cuatro personas en una sola motocicleta C-70, llevando a la población a emitir la memorable frase: “cabe otro!”.
La cantidad de motocicletas que se vendieron en la década de los ochentas es todavía una cifra que nos falta en el análisis de cómo muchas familias de los mismos pueblos y ciudades, adaptados a la mueva tendencia, compraron estos medios de transporte. Testigos de este proceso histórico, los bancos deben tener un inventario lógico y manuable de los préstamos realizados para compra de motores, pero lo que queremos destacar aquí es que, como un detonante histórico, la entrada de las motocicletas en las últimas décadas de siglo, fue determinante para que la composición social cambiara de una manera notable.
Es cierto que tenemos que tener cuidado al analizar los números pero lo que sí no escapa al observador cuidadoso, es la cantidad de motores setentas que entraron en las esquinas dominicanas, convirtiéndose en parte del paisaje urbano, hasta el punto de la emergencia desde sus entrañas de un importante personaje que todos los dominicanos conocen: el motoconchista.
Este personaje, que ve muchas cosas que otros no ven, no ha sido entrevistado lo suficiente por nuestros medios, pero su manera de ver el mundo, la intención de trabajar a diario, lo convierten en protagonista de nuestra historia. Es cierto que en pasados gobiernos estos fueron regulados, al punto que sí vimos reportajes donde se explicaban sus necesidades y deberes.
Ahora con las elecciones de las alcaldías, veremos que estos personajes manejadores de motores de baja cilindrada, que vemos en muchas esquinas de nuestros pueblos, tienen mucho que aportar a todo el proceso de construcción de un verdadero régimen de libertades y deberes. Son personajes –los motoconchistas, vamos–, que tienen mucho que contar a nuestros literatos también. Si nos sentamos con ellos en cualquier tarde, se resumirían algunas aventuras que no las tienen otros trabajadores del sistema económico: los llamados chismes pueblerinos y el conocimiento de la vida política, pueden circular desde esta fuente, pero más que todo la visión del “damelomío” y de “lo que se mueve” y de “cómo ta’ la cosa”, son parte normal de la visión de los motoconchistas.
Estos no siempre vieron la posibilidad de trabajar en los campos transportando rubros agrícolas hacia a los mercados: su modus operandi es otro. Se apostan en las esquinas de las poblaciones y son abordados con cierta regularidad por un considerable grupo de ciudadanos.
Los productos que vienen del campo también pueden ser llevados a los mercados por los motoconchistas, pero estos tienen que hacer un stop en sus negocios de las paradas de motor, y dedicarse con exclusividad a trabajar para ese señor que ha tiene un montón de aguacates que ahora cosecha o ese que ha sembrado ajíes en un enorme predio agrícola, y que no tienen un camión o una camioneta para transportarlos.
Es notable que se hayan desarrollado aplicaciones que en el celular te permiten contratar los servicios de un motociclista para que te transporte de manera rápida a tu destino o en otra opción para que te acarree algún paquete de un lado a otro. Estos servicios no estaban hace diez años, por lo que podemos ver que el sistema de taxis se ha revolucionado. El fenómeno es global: en lejanos países usan estas aplicaciones para un gran número de motocicletas como ocurre de manera profusa en Indonesia o China.
Muchos recuerdan que en los pueblos se hablaba de contratar una “carrera” para ir a la capital, algo que te costaba una significativa suma de tu presupuesto. En otro siglo, como dijimos antes, los habitantes de los pueblos que querían ir a la capital tenían que hacerlo a lomo de caballo o de mulo, entre montañas y arroyuelos, vadeando y atravesando caminos polvorientos o fangosos que hacían más dificultoso el trayecto hacia la gran ciudad. Entonces, la capital de la República, como todo el mundo recuerda, no tenía los servicios que ofrece hoy. Esto sí ha cambiado.