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Nelly en la plaza

Filosofía, poesía y café en la plaza de la ciudad

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Nelly en la plaza

Un montón de gente se reúne en la plaza. Si te pones a analizar, lo hacen de buena vibra. Llegan, se sientan, ponen el celular al lado y comienzan una conversación que puede durar varias horas.

En otros encuentros, las horas pasan sin que uno se dé cuenta: el aceleramiento de las grandes ciudades, se friza por un momento. Todos los caminos confluyen hacia este lugar. Es sábado y todo parece nítido: el sol, la lluvia y los edificios.

Las chicas citadinas, que han llegado al lugar a tiempo, comentarán sobre algo que les ha pasado. Prefieren estos asientos a otros. Indagan en el menú con cierto estilo, pretenden no comer mucho y atisban otro grupo de muchachas que visten muy a la moda.

Una de las chicas, dice que le ha parecido bien un producto que encontró en uno de los establecimientos. Otra dice que el calor de Santo Domingo se resuelve con unos shorts pants. Saca su pintalabios y lo utiliza. Las demás la miran y le dicen que si quiere algo de tomar, que es hora de que vayan pidiendo.

La plaza se ha convertido en el punto de reunión: tienen claro que no son de ningún partido. “Somos asépticas políticas”, dice una. Otra dice: “el hombre es un animal político”, citando a Aristóteles. Aclara: “es cierto que todos estos griegos discutieron todas las cosas, o casi todas”.

Se refiere a sus últimas lecturas. Aprovecha para rescatar de la memoria a Avril Lavigne y dice que era bella. Por eso indaga qué andará haciendo la joven artista que debe tener su skateboard en un lugar preciso de la casa. Ocurre entonces que les digo que estas muchachas no saben que hay una larga memorabilia: “lo de Avril será conservado en un museo”. Le digo: es bastante elocuente que hayamos preferido hablar de rock en esta plaza que nos cubre de la lluvia. No hablaremos de otra cosa, me dice. Y se sonríe. Saca un libro antiguo y me dice que también filosofía, que ese es otro tema.

Los griegos discutieron todo: se plantaban en los lugares despejados y tenían muchos temas que discutir: el agua, la noche, la discusión misma, la filosofía, los vicios, la existencia, el trabajo, el lugar del hombre en el mundo y mil temas más. Una de ellas dice: “tengo un librito pequeño”. “Se trata de Parménides”. “Son poemas pequeños y se habla del aire, de la tierra y del fuego: es cierto que uno piensa que es “un canto a la naturaleza”.

Que leamos hoy estos viejos poemas, muchos siglos después, nos dice algo secreto: una sabiduría anterior a toda sabiduría, un legado que tiene como intención ser heredado por los millones de seres humanos del futuro. Una vieja crónica nos despierta a otras admoniciones: de lo que se trata es de tomar un viaje hacia un crecimiento que estas chicas no cesan de entender y que se refleja en lo que un filósofo llamaría “los actos vitales”. Le digo que sé me una frase de memoria. Es de Ortega: “en las creencias se está, las ideas se tienen”.

“Quiero gastar una fortuna”, dice una. Pero no debo hacerlo: el hombre moderno se mueve en esta administración de los recursos escasos. Lo hacen los gobiernos: hay que administrar personal, pero tambien bienes y la tierra esta ahí: repleta de uvas para fabricar el vino y en largos campos de maíz. Me dice una: ¿sabías que el refresco que te tomas aquí no está hecho con el sirope con que está hecho en Estados Unidos? Son dos variantes. “Ojo con eso” me indica. 

Le pregunto a las chicas si conocen a Nelly Furtado: me dicen que sí y una tararea la canción “I’m Like a Bird”, que considero una obra maestra, un nueve de diez. Ella me dice: “pero sabes muy bien que ella no da muchas declaraciones a la prensa”. “Debiera estar más al acceso de todas”, dice riéndose. Lo último de ella es que se juntó con Justin Timberlake para hacer unas colaboraciones (Give it to me). Justin se puede escuchar en la banda sonora de la película de Trolls.

Llaman para que le traigan un café. Se ríen las dos: me dicen que Santo Domingo se ha convertido en una gran ciudad. Han estado en New York y me dicen que no están en el mood de la gran manzana. “No iremos allí en época navideña”. Preferimos estar aquí. Le traen el café y me dice que ese poemario de Parménides no tiene carátula: es un libro antiguo que ya pierde sus páginas. Me dice: “los políticos son seres filosóficos” y se ríe.

En un gran supermercado, se reúne la gente que, al igual que las chicas, tiene que conversar: la economía del país. Cómo marcha todo y cómo marcha el mundo. Somos especialistas en Ucrania: diseccionamos todo con un arte antiguo que tiene que ver con plantear los temas de manera silogística. Es cierto lo que decia la chica: los griegos lo descifraron todo. “Quiero un libro de Sófocles”, dice una.

Me dice una persona: “creo que estamos bien en el país”. “Yo lo que quiero es que me controlen la inflación”. Otras se ríen: les digo: este café está muy bien. Se ríen las dos. Me dice una: “esos libros viejos es bueno encuadernarlos”. Acto seguido: “el calor de Santo Domingo se enfrenta con duchas continuas”. El sol es intenso. Le digo: ¿sabías que el sol de Punta Cana es el mismo sol nuestro, nuestro maravilloso sol caribeño?

En la plaza tienen todo: ella entra al establecimiento y compra dos relojes. Esto es para un regalo, me dice enfáticamente. Me dice: si quieres un libro viejo puedes tener el mío. Le digo que Bergoglio salió diciendo que devolvía los libros que le prestaban, una costumbre que me parece exacta.

“La economía marcha”, me dice ella. Al cabo de un rato, me dice que necesita algo líquido. Un jugo resolverá la intensidad de una temperatura que hay que analizar en la sensación térmica. Para la semana que viene, han detectado un huracán en el Atlántico. Le digo: Parménides era un caballo: nada de exabruptos, reducía el énfasis.

Algunas personas tienen claro que en la plaza se come de todo: nos brindaron una comida que resultó factible, útil. Me pareció bien que estas muchachas se hayan reunido. Se ponen al día en cuestiones afables. Conversan y piensan en lo que harán después. Se toman las fotos y las suben para que se sepa que la amistad sigue sólida como hace 30 años.

Finalmente, entro en una relojería y el dependiente me mira como si hubiera estado esperándome. Acto seguido, me dice: espere. Se va a un cuarto interior y viene con un objeto precioso. Lo saca y me dice: “este reloj cuesta 25 mil dólares”. Abro los ojos y dejo que me cuente su historia.

Al ver el reloj, que no me mido, lo hace con una notable avaricia. Pienso que debe hacer lo mismo con otros consumidores. Lo saludo y llego donde las muchachas que me dicen: “pensamos que vendrías con un reloj nuevo”. Pido agua y sonrío. A fin de cuentas, el fulgor de ese reloj no era tan atractivo. Creo que afuera está lloviendo.

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El autor es mercadólogo, escritor y melómano nacido en 1974.  

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