La Media Naranja: memoria del Virgilio Travieso Soto
Reflexiones sobre el baloncesto y la historia en el Virgilio Travieso Soto
Mucho es el ejercicio de una memoria compartida con otros. A inicios de los ochentas, íbamos al Virgilio Travieso Soto para ver los mejores baloncestistas del país. Con el ticket pagado, los veíamos entrenar en los minutos previos al inicio. Aunque no entrábamos en los camerinos, si teníamos la paciencia para ver el juego. Como en cualquier duelo de titanes, el enfrentamiento podía hallarse de un solo lado o en versión infartante: los dos equipos podían estar con unos pocos puntos de diferencia.
Muchos años antes, yo había podido entrar en el camerino de un equipo de béisbol, una experiencia única. Como corroborarían los fanáticos, lo que se pedía entonces, como ahora, era un necesario espectáculo. Meses después, uno seguía las fílmicas de los pitchers dominicanos en Grandes Ligas. Los partidos no televisados eran seguidos por la radio en las magníficas trasmisiones de siempre.
En una de aquellas tardes, fui testigo de un hecho histórico (¿qué evento no lo es?): mientras jugaban en el tabloncillo, un próximo jugador dominicano en el extranjero era entrevistado por una periodista en los pasillos del Palacio de los Deportes. Muchos meses después, leí en el Sporting News algunas noticias de Hakeen Olajuwon, a quien el periodista calificaba de “intimidador”. En la entrevista citada, al parecer nuestro jugador, de enorme talento y excelentes condiciones físicas, no encontraba sitio en el baloncesto criollo. El resto sería historia.
En las agitadas noches de los ochentas, subíamos a los asientos más altos donde paradójicamente teníamos mejor visión: alrededor del 2018 se declaraba que el Estadio había recibido una notable inversión y le habían puesto luces Led. No tengo idea si se ve mejor que cuando nosotros estábamos. ¿Diré que Twiggy Sanders, de los trotamundos de Harlem encestó una bola desde media cancha? En el Tik Tok hemos visto una hazaña similar solo que desde el otro tablero. Habíamos entrado en una rueda que solo se solucionaría jugando al baloncesto ya uno mismo. En la economía, la década de los noventas no sería perdida y nos preparábamos para nuevas políticas fiscales y monetarias.
Como a una gran multitud, la entrada nos había permitido presenciar un espectáculo que también viven los que van a la arena de los Miami Heats, o los que van a Boston a ver la casa de Larry Bird. Alguien me ha dicho que el baloncesto crece cada día más en términos de espectadores: es todo un fenómeno como espectáculo. Entonces, uno piensa en Rolando Blackman o en Michael Cooper –de los Lakers–, en aquella tarde en que encestó más de siete tiros de tres puntos.
Estos periódicos nos llegaban desde Baltimore y contenían todo lo que uno aprecia: unas estadísticas que sería difícil memorizar. El baloncesto colegial es toda una historia en Estados Unidos, lo mismo que el fútbol. En el Sporting News estaban todos los deportes, pero con el advenimiento de Internet uno pensó que no lo necesitaba: ahora lo veríamos todo en una pantalla. Los baloncestistas serían analizados con la misma frecuencia con que adquiríamos nociones de Tom Peters, –en la última página de la revista Forbes–, el gurú de la administración en una época en la que la web comenzaba.
Muchos, en pleno siglo XX, que vio muchas luces, se volvieron adictos al cine. Esos mismos, hoy en día pueden ver lo que quieran, aunque es cierto que algunas series de aquellos años –tómese Kojack, por ejemplo–, no están del todo en los servicios de streaming. Lo que sí es cierto es que la gente se ha enrolado en los nuevos mecanismos. Otra serie que recordamos de aquellos años: Baretta que, como se sabrá, no tiene nada que envidiarle a The West Wing.
En el Virgilio Travieso Soto todo ocurría al ritmo de las grandes cornetas: unos instrumentos que llevaban de los barrios populares y servían para dar indicación de cuándo aplaudir de manera entusiasta. Uno veía a Eugene Richardson jugar con el Mauricio Báez y también se salía a los pasillos –como cuando vi al baloncetista mencionado – a tomar un aire fresco en el entretiempo.
Ocurrió un evento extraordinario: al salir del evento un montón de gente se le montó a una camioneta frente a la plaza y el tipo salió disparando como si se tratara de un capítulo de Bonanza, que ahora me dicen que puedes ver completa. De Bonanza –el primer Western a color–, recordamos mucho pero también recordamos otras series: The Six Million Dollar Man, aquí el Hombre Nuclear, con Lee Majors y una intro insuperable y Dinastía con la participación de Ricardo Montalbán. Uno se pregunta: ¿todo tiempo pasado fue mejor?, frase recogida por el español Jorge Manrique en las Coplas. Ernesto Sábato dice que no es que hayan pasado menos cosas malas en el pasado, sino que la gente las echa al olvido.
Por esos años, en una tarde memorable Rolando Blackman hizo de las suyas: allá, en el oeste anotó como un salvaje todo lo que tiraba. Los espectadores dominicanos vieron el juego: somos adictos desde hace muchos años, pero es cierto también que aquellos años fueron dorados.
El hombre que disparó a la multitud (en realidad, los disparos fueron al aire), puede considerarse que anunciaba tan temprano como 1986, lo que algunos hacen en la actualidad. En aquellos momentos no había manera de cronometrarlo y grabarlo para meterlo en las redes, pero la experiencia quedó: hay que tener cuidado. La multitud salió despavorida hacia otros linderos, mientras nosotros, en una época perdida en la decadencia, nos animábamos y hablábamos con unos amigos en la plaza.
La historia se convirtió en una vorágine: cayó el muro y los que pensaban de una manera se dieron cuenta del concepto de cambio en las sociedades modernas. Algunos años después, vino la guerra del Golfo y todos nos creíamos generales. En su libro, Colin Powell nos dice todo. Es esencial la comprensión sobre lo que hace y hacía: liderazgo, título del libro de Henri Kissinger que aún, a sus cien años, es consultado por los gobiernos.
Nos damos cuenta de los cambios que hubo en materia económica en aquellos años: se solidificó mucho porque mucho tenía que solidificarse. Teníamos la interpretación que nos dieron algunos economistas de la vieja época. Tengo para mí que el libro de Krugman fue escrito en acero: animo al lector a buscarlo en la web, si aparece.
Otros libros detallaron el proceso, no ya en series televisivas ni en el baloncesto, sino en la alta política, la geopolítica y los caminos internacionales. De aquella época datan los esfuerzos de Brezinsky y por qué no, de Huntington a quien Carlos Fuentes le hizo un artículo que lo desnudó por completo. Estos fueron fenómenos de los ochentas y los noventas: lo que se decía en las páginas era por cierto lo que ocurría en los campos de batalla.
Años después, me dijeron que el Virgilio Travieso continuó sus andanzas; se trataba de una liga muy observada con jugadores nuevos. Pasaría lo mismo que sucedió en el tennis: uno esperaba que vinieran otros luego de Lendl como ocurrió: Federer y otros, se apoderaron del market, establecieron sus normas y demostraron sus versiones. Visto en retrospectiva, creo que una final del baloncesto de aquella época, solo podría ser superada en algarabía por un encuentro entre Las Aguilas y el Licey o el Licey y el Escogido.
Con el Virgilio Travieso Soto, (la Media Naranja) sucede como con el retorno a la memoria: aquellos años de bulla, entusiasmo y fanatismo no se devuelven. Forman parte de lo que somos todos los dominicanos.