Cuando iniciaba la parranda de los genios
Las cartas que revelan los secretos del boom literario
Los epistolarios entre escritores siempre han sido piezas útiles para mostrar episodios de la vida y la obra de creadores que nunca antes se habían servido en la mesa abierta de las noticias literarias. Una sola carta desmonta mitos y revela sucesos que habían sido obviados por sus remitentes y destinatarios, tal vez simplemente olvidados, o de alguna manera sus protagonistas preferían ocultar a modo de complicidad solidaria que pervivía por encima de diferencias o rupturas posteriores. El cruce de misivas ha cambiado muchas concepciones de la existencia y de las producciones intelectuales a través de los tiempos, entre autores y destinatarios, ofreciendo visiones que los lectores observarán con asombro, deleite y -casos hay- con desaliento y tristeza.
Una sola carta puede abrir la caja de pandora. Pero, en el caso que ha de ocuparnos por unos días se trata de 207 misivas entre cuatro grandes hombres de la literatura latinoamericana, los mismos que construyeron el movimiento del boom desde diversos rincones europeos -que no solo fue París- en aquellos años sesenta de tanto ardor literario y desde un frenesí de camaradería que, tal vez, no haya conocido nunca la literatura universal, o por lo menos nunca se había aireado hasta hoy, en que se da a conocer este intercambio epistolar que, como ha dicho más de un crítico, se puede leer perfectamente como una novela.
Durante veinte años, los auténticos creadores del boom -que colocó por primera vez a la literatura latinoamericana en el mapa universal- iniciaron, sin sospechar siquiera lo que esta acción significaría en la historia del grupo y de todo el movimiento literario creado y divulgado en los años sesenta del siglo pasado, un intercambio epistolar cuyas piezas adquieren hoy valor “histórico”, como afirman los recopiladores que reunieron todas estas misivas, aún cuando algunas no menos importantes resultaron imposibles de localizar. Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa (el único sobreviviente del grupo), comenzaron a escribirse entre sí, casi sin conocerse, inaugurando una celebración de compadres: esa ardorosa, vital y ordenada pachanga literaria que tuvo sus “reglas de juego”, para que no quepan dudas de su trascendencia: escribieron novelas totalizantes, aceptadas por la crítica y los lectores; forjaron una amistad que, por años, fue inquebrantable, una vigorosa camaradería como nunca se había conocido en la literatura de la región; ensayaron con la política de modo formal, siendo defensores y militantes de la Revolución Cubana, y hasta que esta devoción generó polémicas y desencantos, llegando a las actitudes irreconciliables entre ellos, se convirtieron en asiduos visitantes a La Habana, bajo el tutelaje de Roberto Fernández Retamar; y, finalmente, el estallido que significó la aparición de las obras de estos cuatro creó un fenómeno universal, un gran comercio editorial y una ampliación insospechada de lectores. De estos cuatro, dos serían premios Nobel, uno alcanzó el Cervantes y el mayor entre ellos (luego veremos los por qué) al morir no vio crecer como los demás los honores que debió recibir merecidamente.
Estas cartas conforman un formidable relato de los inicios y el desarrollo del boom, de cada una de las obras que marcaron las trayectorias de estos cuatro jinetes, y de cómo se relacionaron unos con otros durante esa época fértil cuando nació, entre ellos, la fama, las ventas inesperadas de sus libros, la vida de amistad y de invitaciones a granel para viajar por el mundo y una Europa, donde se asentaron, para impulsar esta historia común, emigrando, como miles más, para buscar mejores espacios de creación y sobrevivencia, sólo que desde la escritura profesional de la literatura.
La primera de este conjunto de intercambio de cartas la dirige Carlos Fuentes -el más constante escriba y el único que conservara intactas la mayoría de las misivas que ahora se publican- a Julio Cortázar, y data de noviembre de 1955 (La Feria de la Paz de Trujillo estaba en su apogeo). Para entonces, Fuentes tenía 27 años de edad y sólo había publicado, un año antes, el libro de cuentos “Los días enmascarados”, seguía estudiando Derecho en la UNAM y era jefe de prensa de la cancillería mexicana. Cortázar, el más viejo de los cuatro, tenía 44 años, y ya había publicado, en 1938, su primer libro “Presencia”, un conjunto de sonetos que firmaba entonces con el seudónimo de Julio Denis, a la que le había seguido la obra de teatro “Los Reyes” (1949), y “Bestiario” (1951), su primer libro de cuentos.
Ambos no se conocían aún personalmente. Fuentes vivía en México y Cortázar se había establecido en París desde 1951. El joven escritor mexicano le escribía para que Cortázar colaborara con la publicación que él dirigía, junto al escritor azteca Emmanuel Carballo, “Revista Mexicana de Literatura”. Cortázar le contesta a Fuentes un mes después, le envía un relato (“Los buenos servicios”) para colaborar con la revista. El escritor argentino, que trabajaba como traductor en UNESCO y servía de paso en la oficina de la ONU en Ginebra, elogia los “hermosos cuentos” de Fuentes que había conocido a través de una amiga en común, y aprovecha para enviar saludos a Juan José Arreola, el escritor y editor que publicó “Los días enmascarados” de Fuentes, y un año después “Final de juego” de Cortázar. Ningún libro de estos pasaba de 600 ejemplares.
Esta es la carta que abre la relación epistolar de los cuatro fundadores del boom. Ni el libro de Fuentes ni los de Cortázar habían logrado gran recepción. Prácticamente, eran desconocidos. “Bestiario”, por ejemplo, tomó más de diez años en venderse la primera edición completa.
Las cartas entre estos dos escritores seguirán sucediéndose. En una de ellas, ya en 1956, Fuentes le anuncia a Cortázar que van a comenzar una sección “a varias voces” dedicada al libro mexicano del bimestre y que el primero a ser comentado es “El arco y la lira” de Octavio Paz, “obra que, en México, solo ha merecido el silencio, la incomprensión y los calificativos de superrealista y reaccionaria”.
En 1958, tres años después de la primera carta, Cortázar le escribe a Fuentes a propósito de la publicación ese mismo año de su primera novela “La región más transparente”. El argentino elogia el libro de Fuentes y, a su vez, aprovecha para recriminarle algunos aspectos del mismo, sobre todo su excesiva extensión en el primer capítulo. “Mi mujer se quedó tan mareada con el comienzo que tuvo que descansar unos días y volver a leerlo, entonces se zambulló de verdad y gozó del libro tanto como yo”. La mujer de Cortázar entonces era Aurora Bernárdez. El escritor le hace otros reparos directos a la novela de su colega mexicano, al tiempo que ironiza contra el novelista, cuentista y ensayista argentino Eduardo Mallea, poco apreciado por Cortázar, quien acostumbraba burlarse de él y contar anécdotas suyas a los demás escritores del boom, cuando se conocieron posteriormente. “La región más transparente” es la primera novela del boom y la primera que va a romper el aislamiento de los escritores latinoamericanos, pues se publica con el respaldo del Fondo de Cultura Económica que le proveerá de una gran difusión.
La última carta del boom que se registra en los años cincuenta, la dirige Julio Cortázar a Mario Vargas Llosa, en junio de 1959 (La expedición guerrillera de ese año en República Dominicana contra la dictadura de Trujillo, estaba defendiéndose en las montañas de las acciones de las fuerzas militares del régimen). A diferencia de Fuentes, Cortázar y Vargas Llosa se habían conocido en París un año antes, aunque Mario residía en Madrid. Cortázar le envía a Mario, en breve misiva, su “librito mexicano” (“Final de juego”) que había sido publicado tres años antes y no había logrado una penetración importante en los lectores. Han debido pasar tres años para que Mario conociese esa obra de Cortázar, devenida luego en una de las claves de su obra cuentística.
Con estas misivas entre Fuentes, Cortázar y Vargas Llosa, se inicia este epistolario de los futuros genios de la escritura literaria latinoamericana. Los años sesenta, a punto de iniciarse, marcarían la ruta definitiva de estos cuatro ases literarios, cuyas andanzas, batallas y ajuares literarios, están descritas maravillosamente en las cartas del boom iniciático, del boom original, tal vez del único boom posible. Lo mejor estaba por venir.
- LAS CARTAS DEL BOOM
Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Edición de Carlos Aguirre et al. Alfaguara, 2023, 562 págs. “Este libro será leído mientras exista y se estudie la literatura latinoamericana, o la literatura a secas”.
- POESÍA Y POLÍTICA OBRAS COMPLETAS IV
Julio Cortázar, Círculo de Lectores, 2003, 1.430 págs. Este cuarto volumen de las obras de Cortázar se inicia con su primer libro “Presencia” (1938), un conjunto de sonetos. Editado por Saúl Yurkievich.
- BESTIARIO
Julio Cortázar, Editorial Sudamericana, 1993, 165 págs. Los primeros cuentos de Cortázar que datan de 1951. Los 600 ejemplares de este libro tardaron diez años en venderse.
- LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE
Carlos Fuentes, Edición Conmemorativa, Real Academia Española, 2008, 677 págs. La primera novela del boom, publicada en 1958. Esta edición contiene textos de Gonzalo Celorio, José Emilio Pacheco y Vicente Quirarte, entre otros.
- TEATRO, NOVELAS I OBRAS COMPLETAS II
Julio Cortázar, Círculo de Lectores, 2003, 952 págs. Este volumen II de las obras de Cortázar se inicia con el segundo librito de este autor, “Los reyes” (1949), un brevísimo poemario dramático.