La Hazaña de Tirso
La vida y lucha de Tirso Mejía Ricart contra la dictadura de Trujillo
Nacido en 1936 en Ciudad Trujillo, ya en 1959 Tirso Mejía Ricart –hijo del destacado jurista e historiador Gustavo Adolfo Mejía y doña Ernestina Guzmán, hermano de Marcio, Magda y Octavio, expedicionario del 14 de Junio del 59 y de Gustavo Adolfo y Abigail por parte de padre- se había graduado en la USD de doctor en Medicina y licenciado en Filosofía. Revelando una vocación incesante por el estudio que lo llevaría a realizar postgrados en Psiquiatría y Psicología en Alemania, así como a cursar Estadística, Planificación Educativa y Dirección Estratégica.
Emparentado con exiliados como Luis F. Mejía y Félix A. Mejía, autores de las obras De Lilís a Trujillo y Viacrucis de un pueblo: relato sinóptico de la tragedia dominicana bajo la férula de Trujillo, y de Luis Aquiles Mejía –directivo del MLD que organizó las expediciones de junio del 59-, este grandulón de ojos azules centellantes y sonrisa natural de niño no tenía escapatoria. Debía participar en las acciones que buscaban minar el férreo control de la dictadura, como documenta su libro de memorias Mi vida y nuestra historia contemporánea (2023). En cuyo lanzamiento me cupo el honor de actuar.
Ya en marzo del 60 el grupo conspirador, denominado Frente Cívico Revolucionario (FRC), se reunía en casa de Tirso en la calle José Reyes y planificaba atentar contra Trujillo, colocando explosivos a detonarse a distancia en las alcantarillas del Malecón con Máximo Gómez, aprovechando las acostumbradas caminatas del dictador. También servía a estos fines una casa familiar desocupada en la Santo Tomás de Aquino casi José Contreras. En adición, se agenciaba la obtención de armas para asaltar posiciones estratégicas del régimen y provocar un cambio democrático.
En los planes conspirativos figuraban Fidelio Despradel, Puchito García Saleta, Fabito Herrera Miniño, Mario y René Sánchez Córdova, Tony Avelino, Tavito Amiama, Frixo Messina, Federico Henríquez, José Ramírez Conde, Miguel Alfonseca, Rafael Vásquez Mustafá, César “Negrito” Vidal, Carlos Lizardo, José Rodríguez, Rhino Mejía, César Rojas.
Según refiere TMR, el Frente Cívico Revolucionario estableció como objetivos, “erradicar hasta sus cimientos a la oprobiosa tiranía…para reconstruir la vida institucional e implantar una verdadera y efectiva democracia”. Eliminado Trujillo, pugnaría por impedir “que grupos reaccionarios o conservadores tomen el poder público y traicionen las más caras aspiraciones de la juventud.”
Entre lo inmediato, enfatizaba la forja de un “frente único” que promoviera “la justicia revolucionaria” y “el programa de reformas políticas, sociales y económicas indispensables para la reivindicación y progreso de la nación”. En su defecto, se organizaría como “partido Independiente” para acceder a “la maquinaria gubernamental” y “llevar a la práctica nuestra ideología”.
En 20 puntos, el Programa Político del Frente priorizaba: 1. Castigar judicialmente en proporción a sus daños a “los grandes culpables de la tiranía”; 2. Instaurar un régimen de respeto a los derechos humanos y fomento de las instituciones democráticas y culturales (sindicatos, partidos, prensa, sociedades); 3. Implantar un sistema judicial independiente y capacitado que defienda los derechos por igual, sin distinción de posición social, económica o política; 4. “Aplicar severas penas a quienes cometan actos de peculado, prevaricación, enriquecimiento ilícito o abuso de poder, en el ejercicio de las funciones públicas”; 5. “Incautar por parte del Estado todos los bienes de Trujillo, así como de sus familiares, amigos y demás personas e instituciones, que se lucraron indebidamente”.
A seguidas, los frentistas revolucionarios se empeñarían en emprender un programa de instrucción cívica para elevar la conciencia ciudadana en sus deberes y derechos, valorando la libertad y la justicia. Y el respeto al derecho ajeno. Desarrollarían granjas-escuelas y talleres-escuelas para ligar la teoría y la práctica, con aporte laboral al sustento de la escuela.
Realizarían reforma agraria extensiva y equitativa e invertirían en el cultivo científico e intensivo y en la rápida industrialización. Atacarían el desempleo con nuevas fuentes de trabajo, extendiendo la red de salubridad y seguridad social. Implantarían un sistema tributario que proteja la industria nacional, favorezca las inversiones, lleve los productos básicos a precios bajos, y soporte los gastos del estado en las clases más pudientes, vía impuestos directos y menos indirectos. Descentralizarían la administración pública y la economía.
Eliminarían monopolios comerciales y demás barreras al desarrollo económico, implementando la ayuda oficial a los productores. Simplificarían la administración pública, garantizando la honestidad y la estabilidad de los funcionarios. Separarían de las filas “a todos aquellos militares que hayan participado directa o indirectamente en actos criminales del régimen trujillista, desmilitarizando progresivamente a la Nación”.
Dejarían a “a la Iglesia Católica en la más completa libertad de acción para el ejercicio y propaganda de su culto, aunque sin permitir su intervención en los asuntos del estado”. Con “los Estados Unidos y los demás países, observarían relaciones todo lo cordiales que fuere posible, pero manteniendo nuestra independencia política y económica firme y valerosamente”. Finalmente, sostendrían “estrecha colaboración política y económica con los países latinoamericanos, especialmente con los que mostraron su solidaridad al pueblo dominicano en su lucha por la libertad, trabajando con ellos por la emancipación espiritual y política de la gran familia iberoamericana”.
En septiembre de 1960 el temible Servicio de Inteligencia Militar (SIM) inició una redada de los integrantes de esta red conspirativa, cayendo en sus tentáculos varios jóvenes, entre ellos José Ramírez Ferreira, Miguel Alfonseca, René Sánchez Córdova, Rafael Vásquez Mustafá, Fabio Herrera Miniño. Trasladados directamente en los denominados “cepillos” al centro de interrogatorios y tortura de La 40, los frentistas fueron sometidos durante semanas a innúmeros suplicios, incluyendo golpizas, asientos en la silla eléctrica y la aplicación del penetrante bastón eléctrico en zonas corporales sensitivas. Conforme me relatara Herrera Miniño, entonces estudiante de Ingeniería de la Universidad de Santo Domingo, cuya matrícula le fuera suspendida como castigo adicional.
Tras esta tanda inicial, los presos que sobrevivían eran referidos al recinto de La Victoria o a cárceles más siniestras e inaccesibles como la que operaba en La Beata.
A Tirso lo fueron a procurar los agentes del SIM el 10 de septiembre a su hogar de la calle José Reyes. Encontrándose en la casa, su madre les solicitó a los agentes que le permitieran a su hijo vestirse para que los acompañara, a cuyo pedido accedieron. Ocasión que Tirso aprovechó para escapar “saltando verjas”, pasando pausado al patio del contiguo Colegio Santa Teresita, “hasta cruzar a la calle Sánchez a través de la residencia de Salustiano Llinás”. Este sería el inicio de un periplo por el centro de Ciudad Trujillo, tomando un carro público en El Conde que lo conduciría cerca de la Ciudad Universitaria, quedándose en las proximidades de la residencia de su compañero de conjura Tony Avelino. Quien a solicitud lo llevaría en su automóvil a la casa de una tía.
Desde allí, tras sopesar la situación de riesgo, Tirso se dirigió a la sede de la embajada de Guatemala, donde llegó justo en el momento en que el embajador cambiaba la placa que identificaba el recinto, ahora convertido en consulado, al romperse las relaciones diplomáticas tras la condena colectiva al régimen de Trujillo en la Sexta Conferencia de Cancilleres de San José de Costa Rica. Ante la negativa del embajador trocado en cónsul a concederle asilo, nuestro amigo reaccionó con rapidez, como lo narra en sus memorias.
“Frente a esa situación, virtualmente condenado a muerte, y con un agente policial en el exterior de la casa, no vacilé: arranqué un sable que estaba de exhibición en una pared de la embajada y le exigí al embajador que me sacara de allí en su auto inmediatamente, y me llevara a las cercanías de la Embajada de los Estados Unidos.
“No sé si fue por el sable, que quizás él podía haber tratado de contrarrestar con un arma de fuego, o por la mención intencional que yo hice de la embajada norteamericana, con la cual él probablemente no quería meterse en problemas, o por ambas cosas a la vez; lo cierto es que el embajador, ya convertido en cónsul, procedió sin pérdida de tiempo a sacarme en su automóvil y llevarme a los alrededores de la embajada norteamericana.
“En este caso, lo que hice inicialmente fue penetrar a la embajada norteamericana a donde nunca hasta entonces había estado, y ponerme en contacto con el funcionario superior de la representación de ese país, Henry Dearborn, flamante cónsul y según me enteré después, jefe de estación de la CIA en el país, a quien le indiqué mi situación, la gran importancia del movimiento conspirativo y la implicación de algunas personas que podrían correr peligro si me detenían, de quienes sabía que los norteamericanos tenían alta estima, como los doctores Luis Manuel Baquero y Jordi Brossa Mejía, vinculados desde hacía tiempo por razones profesionales a la embajada y relacionados estrechamente al movimiento antitrujillista. Este último era también mi primo hermano y sabía que por su integridad no me iba a fallar.
“Amanecí esa noche acostado en el baño del jefe de la misión norteamericana, y al día siguiente, aprovechando la partida hacia Puerto Rico de un pequeño avión con correspondencia, me enviaron en éste, luego de hacer el trayecto hasta el aeropuerto inicialmente como pasajero y al final en el baúl del automóvil, desde donde fui colocado como un bulto más en el depósito del avión; para luego, ya en pleno vuelo, sentarme junto al piloto hasta el final de este, en el antiguo aeropuerto comercial de Isla Verde, de San Juan, que conocí como pasajero en un viaje en 1954; pero en esta ocasión bajo el control de la Marina de los Estados Unidos.”
Inicio de una nueva gesta que lo vincularía a Jimenes Grullón.