Itinerario de la guerra restauradora (2)
Historia de la Guerra restauradora
El 19 de mayo de 1861, diecisiete días después de la sublevación en Moca dirigida por José Contreras, Pedro Santana, otorgando al hecho “excepcional gravedad por haberse manifestado en el corazón del Cibao”, sale hacia el Seibo para reunir a las fuerzas que les eran más adictas y en pocos días llega a Moca, constituyendo un consejo de guerra que condenó a muerte a unas 25 personas, incluyendo mozalbetes entre 20 y 22 años de edad. Ese mismo día son fusilados José Contreras y sus principales asistentes en la conjura, comandante José María Rodríguez y José Inocencio Reyes. Aunque no fue persona activa en el hecho, fue ordenado fusilar Cayetano Germosén.
Francisco del Rosario Sánchez viaja desde Saint Thomas a Jacmel, Haití. Atraviesa la frontera (“lo hago por Haití porque no puedo hacerlo por otra parte”) y en compañía de los generales José María Cabral, Pedro Alejandrino Pina, Valentín Ramírez Báez, entre otros, toman El Cercado, Las Matas de Farfán, Cachimán y Neyba.
Pedro Santana moviliza a las tropas españolas y a sus generales para enfrentar a los patriotas por Azua, Neyba, Barahona y San Juan, esta última bajo su dirección personal. Las lluvias copiosas le impiden cruzar el río Yaque del Sur, quedando inmovilizadas sus tropas y las de los restauradores.
Santana se dirige hacia Azua donde están las columnas de Sánchez y Cabral. El presidente haitiano Geffrard, instigado por algunos de sus ministros, desiste de respaldar a los revolucionarios. Manuel María Gautier, quien representaba a los patriotas en Puerto Príncipe, le comunica la noticia a Sánchez y Cabral. El primero decide esperar el desarrollo de su estrategia, pero Cabral traiciona, abandona sin consultar a nadie y se refugia en Haití acompañado del general Ramírez Báez y el teniente coronel Jacinto Peynado. Se desmoralizan las tropas restauradoras.
Sánchez se queda con solo un pequeño grupo de leales, pero otro traidor, Santiago de Óleo, que militaba en las tropas de Sánchez, ejecuta una emboscada al héroe independentista quien resulta herido junto a otros tres compañeros. Sánchez y 21 miembros de sus tropas son trasladados a San Juan de la Maguana y un improvisado Consejo de Guerra, presidido por el general Domingo Lazala y el fiscal coronel Tomás Pimentel, ordenan el fusilamiento de todos, aunque Sánchez intentó hacerse responsable de las acciones para salvar a sus compañeros. Son fusilados en la tarde del 4 de junio, algunos fueron rematados a tiros y otros a palos y machetazos. Los comandantes españoles reprueban la acción sanguinaria de Santana y se crea un altercado entre el jefe de los españoles y el capitán general anexionista.
Entre los fusilados junto a Francisco del Rosario Sánchez figuran los combatientes Juan Erazo, Benigno del Castillo, Félix Mota, Julián Morris, Epifanio Sierra y Romualdo Montero, considerado el principal traidor contra Sánchez, a quien no se le perdonó.
A principios de agosto se desata una epidemia de paludismo en las tropas españolas. Unos 600 hombres son contagiados del mal en Bahía Escondida, Samaná.
Los españoles dividen la isla en gobiernos político-militares, tenencias de gobierno, comandancias de armas y puestos militares. Para que se tenga una idea: no solo Santo Domingo tenía gobierno cívico-militar, sino también Azua, El Seibo, Samaná, Santiago de los Caballeros y La Vega. Tenencias de gobierno tenían San Cristóbal, Baní y Moca, entre otros. Guerra y Monte Plata, y otros más, poseían comandancias de armas. Y Yamasá y Cevicos, puestos militares, al igual que otros cuatro poblados.
Pedro Santana se da cuenta de que el proyecto de anexión era repudiado por las mayorías y que estaba destinado al fracaso. Además, advierte el error de haber dado el poder a los españoles. Ya no tenía mando real y los propios españoles lo echaban a un lado. El 7 de enero de 1862 renunció a su cargo de capitán general, aduciendo problemas de salud. Rápidamente, los españoles aceptan su renuncia y designan a un sustituto, general Felipe Rivero, aunque por orden real se le ordena a Santana mantenerse en el mando. Dos meses después se le otorga a perpetuidad el “ridículo” título -según Joaquín Balaguer- de Marqués de las Carreras.
La corona española otorga altas condecoraciones a los dominicanos que respaldaron la anexión y acompañaron a Santana en esa traición a la patria de Febrero: Eusebio Puello, José María Pérez Contreras, Modesto Díaz, Bernabé Sandoval, Antonio Sosa, Santiago Suero y Domingo Lazala. Escritos en la nómina vil de la historia están.
El 16 de febrero de 1862 estalla una insurrección en Santiago de los Caballeros, Sabaneta y Guayubín, teniendo al frente a Antonio Batista.
Santana demuestra que su poder sigue activo y ordena la expulsión del padre Meriño, quien se embarca en abril hacia Puerto Rico.
La Reina de España continúa otorgando distinciones a los partidarios de la anexión. Esta vez toca el turno a Jacinto de Castro, Tomás Bobadilla, Félix Marcano y Juan Nepomuceno Tejera.
El 3 de febrero de 1863 el general Rivero comunica a sus superiores que “el país estaba moralmente en estado de rebelión”. El capitán Cayetano Velásquez, al frente de un grupo de 50 hombres, toma el control de Neyba.
El 18 de febrero de 1863 los patriotas se reúnen en Dajabón para determinar cuándo iniciar formalmente la guerra restauradora. Asisten: Ramón Matías Mella, Santiago Rodríguez, Juan Antonio Polanco, José Salcedo, Benito Monción, Norberto Torres, Ricardo Curiel, Silverio Delmonte, Pablo Pujols y Juan de la Cruz Álvarez, además de dos ciudadanos venezolanos residentes en el país de apellidos Silva y Díaz. El movimiento fue planificado para que estallara el 27 de febrero simultáneamente en Puerto Plata, Moca, La Vega, San Francisco de Macorís, Santiago de los Caballeros, San José de las Matas y en las poblaciones de la línea noroeste. Surge aquí Gregorio Luperón, un joven desconocido hasta entonces, quien lleva a Sabaneta las instrucciones para el golpe colectivo.
Un patriota, Norberto Torres, embriagado, precipita la acción al delatar el movimiento, cuando en casa de una amante en Guayubín un soldado español lo saludó diciéndole: “¿Cómo está usted, paisano?”. Y Torres le respondió borracho: “¿Paisano, yo de usted? Dentro de cinco días ustedes sabrán lo que les viene encima”.
Cuando buscaron preso a Torres, a este se le pasó el “jumo” y se tiró al río Yaque, y da cuenta de su imprudencia al coronel Lucas Evangelista de Peña, quien rápidamente convoca a los hombres bajo su mando residentes en Martín García, Machete y Cerro Gordo para precipitar el golpe. Los patriotas hacen disparos de cañón para llamar a las filas de la batalla a los antiguos soldados de la República. En pocas horas se reúnen 800 hombres armados en Sabaneta y Dajabón. Al frente se encuentran los primeros comandantes de la guerra restauradora: Santiago Rodríguez, Lucas de Peña, Benito Monción, Tito Salcedo, Juan Antonio Polanco y Manuel Rodríguez (El Chivo), un combatiente cruel quien comandaba un grupo denominado “los negros feroces de Dajabón”. En total salen al frente 1,300 soldados, 600 de ellos con armas de fuego y el resto con machetes. Muchos descalzos y con pies y torsos desnudos.
Diecinueve años después del grito de Independencia del 27 de febrero de 1844, el general Lucas Evangelista de Peña, junto a Santiago Rodríguez, proclama el restablecimiento de la República, en Guayubín. Era 21 de febrero. Hacen presos a los miembros del destacamento español y desalojan en Sabaneta y Montecristi a la guarnición española.
Resulta insólito que quien enfrenta a los patriotas en Guayubín fue el general Fernando Valerio, comandante del poblado, quien se había llenado de gloria junto al general José María Imbert en la batalla independentista del 30 de marzo en Santiago.
El gobernador político-militar de Santiago, José Hungría, deja al mando al general Aquiles Michel para dirigirse a enfrentar a los patriotas, al frente de 100 hombres y 30 caballos del escuadrón de cazadores de Santo Domingo.
Ocurren combates fieros en los ríos Mao y Ámina. Santiago Rodríguez va todo el camino proclamando: ¡Viva la República! Cuando la lucha arrecia, el joven Gregorio Luperón abandona las filas militares al ordenarse la retirada. En Santiago, los patriotas habían sido acorralados por los españoles. Antonio Batista intentó suicidarse. Luperón se acobardó y se negó a seguir en la batalla, refugiándose en La Jagua, un campo de La Vega. La rebelión había sido ahogada en Santiago.
[El presente Itinerario ha sido elaborado en base a las anotaciones históricas de José Gabriel García, Manuel González Tablas, Pedro M. Archambault, Manuel Ubaldo Gómez, Andrés López Morillo, José de la Gándara, Casimiro Nemesio de Moya, Emilio Rodríguez Demorizi, Juan Bosch y Ramiro Matos González, este último fuente primaria de estas informaciones. Concluirá el próximo viernes 26].
Juan Bosch, Editora Corripio, 1982, 259 págs. Un acercamiento a la gesta mayor de nuestra historia, con un examen ideológico. Juan Daniel Balcácer (prólogo), CPEP, 2005, 214 págs. Selección de las proclamas escritas por líderes políticos y militares, llamando a la rebelión. Papo Fernández, Editorial Santuario, 2014, 117 págs. Una defensa del rol histórico jugado por el general Santiago Rodríguez, pieza clave en el proceso restaurador. Emilio Rodríguez Demorizi, Editora Corripio, 1982, 362 págs. Originalmente publicada bajo el título “Santana y los poetas de su tiempo”. La biografía del prócer que desvió su rumbo. Rafael Chaljub Mejía, BanReservas, 2007, 319 págs. Libro único, donde por primera vez se ofrecen los datos biográficos de los combatientes de la guerra restauradora.