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Convivir con haitianos

El pan era para los de mi comarca un tentempié que se consumía como merienda vespertina y como entrada al levantarnos, junto a una buena taza de café de colador de tela. Nunca era cena ni desayuno. Eso venía horas más tarde.

Aquel hombre, de caminar lento, como si llevara sobre sí cargas irredimibles, pasaba cada día, sobre las cuatro de la tarde, con su carretilla de pan fresco y caliente, en un recorrido invariable que toda la vecindad esperaba ansiosa, pues no había pan mejor que el de Juan Pie, Juancito el haitiano, como le llamaban. El pan era para los de mi comarca un tentempié que se consumía como merienda vespertina y como entrada al levantarnos, junto a una buena taza de café de colador de tela. Nunca era cena ni desayuno. Eso venía horas más tarde. 

Juancito caminaba, mientras sus piernas pensaban cada paso que daba, desde el “pueblo arriba” donde vivía hasta nuestro barrio y todavía seguía empujando su carretilla otras varias cuadras más, con sus variedades de pan de agua y sobao que nunca supimos cuál artefacto oculto guardaba para mantener caliente aquella delicia que nos dispensaba cada tarde como si acabase de sacarlo del horno. Alguna vez se apareció con una novedad: el pan camarón, que llegó a provocar más de una contienda entre vecinos porque se agotaba rápido debido a la demanda por esta obra gourmet (la palabrita no era conocida aún) del tranquilo panadero haitiano. El pan camarón lo conoceríamos mucho después como croissant francés y juro que aquel era mucho mejor. Estuvimos viendo a Juancito pasar con su delicia panadera durante muchos años, no sé cuántos, hasta que dejamos de ver a aquel buen hombre que luego supimos que había enfermado y sus cansadas piernas ya no le respondían para hacer su larga caminata diaria. No hubo más pan que llegara a las puertas cada día, sobre las cuatro de la tarde, y desde entonces hubo necesidad de acudir a las panaderías que no tenían ya un producto con el sabor, la frescura y el caliente del pan recién horneado de Juancito Pie.

Al doblar de mi cuadra, en mi aldea, vivía Estelita, esposa de Momón Canó, un hombre que servía a la vecindad en distintos oficios y que en las noches, sobre las nueve, alborotaba el ya acostumbrado vecindario con el son y la guaracha que transmitían las emisoras cubanas. Su Telefunken a todo volumen encendía la nocturnidad del barrio tranquilo de esas horas que, sin embargo, esperaba el instante en que sonaban los cañonazos de la música del país antillano que, un día, dejaron de sonar cuando la dictadura comenzó a perseguir y acallar a los que escuchaban las emisoras habaneras o de Oriente que entraban con fuerza en la banda de onda corta que, en el barrio, solo Momón poseía. 

Estelita, su mujer, era conocida al igual que Juancito, como Estelita la haitiana. Era de armas tomar si le buscaban el lado malo. Entonces, había que vérselas con ella cara a cara. Pero, su lado bueno era mucho mejor que el malo. Sí, Estelita era mansa como el pan de Juancito, y todos los vecinos la querían y la consultaban para los brebajes que ella sugería y que curaban desde el catarro hasta las ñáñaras, y los mayores desde la pituita hasta la erisipela. Casa donde enfermaba alguien allí llegaba Estelita para ver en qué podía servir. Además, Estelita era madre de varios hijos, muy trabajadores, salvo Rafael que ella echaba de la casa por su fidelidad militante al ron Bermúdez, a toda hora y en cualquier lugar. Cuando no tomaba, que era muy raro, Rafael era un vecino afable, pero cuando escuchábamos a Estelita decirle: “Te me vas a joder para otro lado con tu tufo”, ya sabíamos que Rafael se iría por varios días donde una mujercita que tenía en el “pueblo abajo” que le daba cobijo temporal. Los más pequeños terminamos motejándole como “el tufo”.

Estelita tenía una mina en su casa: Ana y Dulce, sus hijas. Eran el alma del barrio. Fiesta casera que se armaba, allí estaban ellas colaborando con lo que se necesitase. Eran magníficas bailadoras. En los convites de la aldea había que contar con su experiencia en la pista. Confieso haber aprendido a bailar con Dulce Canó, que fue por años la pareja que buscaba en toda fiesta, con la dificultad de que ella era muy demandada y no pocas veces me quedé sin dama de compañía para el festejo. Fuimos amigos inseparables, hasta que ella partió de la aldea hacia la capital y jamás volvimos a vernos. 

Estelita y Juancito eran, aunque nadie lo decía, sobrevivientes del Corte. Mi abuela solía contarme la desgracia. Ella había salvado a varias mujeres (nunca dijo a cuáles, pero siempre supuse que una de ellas había sido Estelita, por el respeto que esta le profesaba), junto a Rita Santos, su vecina y mejor amiga, escondiéndola en sus casas para protegerlas de la persecución. Una mañana pasaron dos hombres frente a casa, muy erguidos (así los recuerdo), con pasos que parecían marciales, y mi abuela soltó prenda: “Ay, esos hombres si tendrán un día que dar cuenta a Dios de lo que hicieron”. El nieto preguntón la asediaba para que le aclarara lo dicho, hasta que un día ella me contó lo sucedido. Relataba que esos dos hombres lanzaban los niños haitianos a los aires para engarzarlos con las puntas de sus bayonetas. Mi abuela decía que algún día yo sería grande -era un preadolescente cuando me hacía el relato- y esa historia entonces se iba a conocer en detalles, por lo que era conveniente que yo la conociera sin comentarla con nadie. En la aldea existían otras familias que ocultaban sus orígenes y cambiaron de nombre y apellido para no vincularse con la tragedia y escapar de la mancha. Por allá deben estar aún los miembros de una segura y amplia descendencia. 

Estudiaba entonces en la Escuela Agrícola Salesiana un aspirante haitiano al sacerdocio llamado Louis Kébreau, que creo estaba en el proceso de lo que llaman tirocinio o noviciado. Era de carácter afable, sencillo, inteligente, amoroso con todos los que buscaban su amistad. Muy querido entre los que, entonces, éramos monaguillos. Pasaba a buscarme a casa para visitar algunas familias, pues siempre -me decía- era conveniente andar acompañado “para que las lenguas de que habla el apóstol Santiago no se inventaran cosas”. Se ordenó de sacerdote y con el paso de los años llegó a ser Arzobispo de Cabo Haitiano y presidente de la Conferencia Episcopal de su patria. Alcancé a verle cuando se inauguró la universidad donada a Haití por el gobierno del presidente Leonel Fernández a inicios de 2012, en La Limonade, y fui a saludarle. Era obvio que no podía reconocer al niño que le vio en Moca en los inicios de los años sesenta, pero se entusiasmó recordando su estancia en mi pueblo y los recuerdos que atesoraba de esa época. [Por cierto, esa universidad -que funciona hoy con más de dos mil estudiantes- iba a llamarse Juan Bosch, pero los haitianos borraron el nombre la misma mañana inaugural y la nombraron Roi Henri I, en honor a Henri Christhophe, quien se proclamara emperador después de haber vencido en las múltiples luchas intestinas haitianas al llamado padre de la patria de Haití, Jean Jacques Dessalines].

Había un haitiano alegre, de carácter amistoso, con buena experiencia política sobre sus años. Ya no recuerdo su nombre, pero almorzaba en mi casa materna, llevado por Winston Arnaud, cuando se quedó en mi pueblo por alguna misión política. El local del PRD quedaba casi al frente de mi casa y ese dirigente haitiano que era miembro de la resistencia contra la dictadura de Francois Duvalier, se instaló por breve tiempo en el país huyendo de la persecución del régimen. Me tenía mucho cariño y solía comentarme la realidad que vivía su patria. Decidió volver a Haití para continuar la lucha en su territorio. La noticia que supe años después es que José Francisco Peña Gómez y otros dirigentes lo acompañaron hasta la frontera con Dajabón, donde, del lado haitiano, estaba previsto que lo esperaran sus compañeros. Pocos minutos después de cruzar se escucharon los disparos. Había caído en una emboscada de los tonton macoutes y fue asesinado junto a los amigos que le esperaban.

[Estas y otras vivencias y sus conclusiones continuarán el viernes próximo]. 

LIBROS
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    <i>Dr. Jean Price-Mars Sociedad de Bibliófilos, 1995 879 págs. </i><div>La imprescindible y monumental obra del más importante historiador haitiano, publicada en francés en  1953, en español en 1958 y con su primera edición dominicana en 1995, 42 años después.</div>
    LA REPÚBLICA DE HAITÍ Y LA REPÚBLICA DOMINICANA

    Dr. Jean Price-Mars Sociedad de Bibliófilos, 1995 879 págs.

    La imprescindible y monumental obra del más importante historiador haitiano, publicada en francés en 1953, en español en 1958 y con su primera edición dominicana en 1995, 42 años después.

  • Expandir imagen
    <i>Emilio Nau Sociedad de Bibliófilos, 1982 316 págs.</i> <div>Esta obra se conoció en RD 128 años después de su publicación en francés. Pura literatura, con un enfoque del indigenismo que es, en poco, historia, y en mucho más, ficción.</div>
    HISTORIA DE LOS CACIQUES DE HAITÍ

    Emilio Nau Sociedad de Bibliófilos, 1982 316 págs.

    Esta obra se conoció en RD 128 años después de su publicación en francés. Pura literatura, con un enfoque del indigenismo que es, en poco, historia, y en mucho más, ficción.

  • Expandir imagen
    <i>Jacques Roumain Secretaría de Cultura / Funglode, 2007 290 págs. </i><div>Publicada con motivo del centenario de nacimiento del novelista haitiano, con prólogo de Andrés L. Mateo y Michaelle Ascencio. Uno de los libros fundamentales de la literatura haitiana.</div>
    GOBERNADORES DEL ROCÍO

    Jacques Roumain Secretaría de Cultura / Funglode, 2007 290 págs.

    Publicada con motivo del centenario de nacimiento del novelista haitiano, con prólogo de Andrés L. Mateo y Michaelle Ascencio. Uno de los libros fundamentales de la literatura haitiana.

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    <i>Dr. Pradel Pompilus Bibliothéque Nationale du Canada, 2006. 212 págs. </i><div>Perfiles de grandes escritores haitianos, precedido por una amplia panorámica del autor sobre la literatura de su patria. Abarca únicamente a 18 autores, solo cinco de ellos conocidos en RD.</div>
    PROFILS DE GRANDS ÉCRIVAINS HAITIENS

    Dr. Pradel Pompilus Bibliothéque Nationale du Canada, 2006. 212 págs.

    Perfiles de grandes escritores haitianos, precedido por una amplia panorámica del autor sobre la literatura de su patria. Abarca únicamente a 18 autores, solo cinco de ellos conocidos en RD.

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    <i>Michéle Voltaire Marcelin Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2010. 84 págs. </i><div>Esta poeta, novelista, actriz y pintora haitiana, no conocida en RD, conjuga el amor en todos los tiempos en este poemario donde converge el erotismo y el dolor con el placer de vivir.</div>
    AMORES Y COSAS SIN IMPORTANCIA

    Michéle Voltaire Marcelin Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2010. 84 págs.

    Esta poeta, novelista, actriz y pintora haitiana, no conocida en RD, conjuga el amor en todos los tiempos en este poemario donde converge el erotismo y el dolor con el placer de vivir.

 

 




TEMAS -

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.

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