El problema real
Entre países con frontera común, probablemente solo España y Marruecos superan la disparidad tan marcada en ingreso per cápita como la que registran Haití y la República Dominicana
Entre países con frontera común, probablemente solo España y Marruecos superan la disparidad tan marcada en ingreso per cápita como la que registran Haití y la República Dominicana. Saltar el trozo del Mediterráneo que divide el norte africano del sur español, o trasponer la barrera metálica que separa a Ceuta y Melilla del reino multiétnico, se ha convertido en solución de vida para más de un millón de marroquíes.
No extraña, pues, que miles de haitianos se guíen por una regla no escrita de supervivencia: escapar al país vecino más rico. La diferencia en desarrollo relativo es la razón de que tengamos en el país miles de ciudadanos provenientes del otro lado de la frontera. Más riqueza, más empleo y oportunidades: lo mismo que impulsa al dominicano a enrumbar hacia los Estados Unidos. Solo que allá hay unas reglas laborales y migratorias mucho más exigentes.
Mientras haya empleo fácil en este lado de La Española y el Estado se haga el sordo y ciego frente a la contratación de mano de obra indocumentada, la frontera será tan porosa como siempre, con la contribución eficiente de uniformados corruptos y tratantes humanos. Acierta plenamente el canciller Roberto Álvarez cuando afirma que las deportaciones no son la solución a la inmigración ilegal.
Media la hipocresía ya tradicional: rasgado de vestidura frente al número de extranjeros sin estatus migratorio, y omisión de las contrataciones laborales divorciadas de la norma.
Cuando sustituyamos la política de las camionas por la persecución sin miramientos de los contratantes de indocumentados, de seguro que el flujo de inmigrantes indeseados amainará. Paralela a esta obligación estatal, la búsqueda de una solución regulatoria para los que ya están aquí y se ganan la vida honestamente.